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Full text of "Pedro Figari Arte Estetica Ideal. Tomo 3"

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ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



Ministerio de Instrucción pública y Previsión Social 



BIBLIOTECA ARTIGAS 

Art. 14 de la Ley de 10 de agosto de 1950 

COMISION EDITORA 

Dr Eduardo A Pons Etchbverry 
Ministro de Instrucción Pública 

Juan E Pivel Devoto 
Director del Museo Histórico Nacional 

Dionisio Trillo Pays 
Director de la Biblioteca Nacional 

Juan C Gómez Alzóla 
Director del Archivo General de la Nación 



Colección de Clásicos Uruguayos 
Vol. 33 

Pedro Figaki 
ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 
Tomo III 

Preparación del texto a cargo de 
Angel Rama 



PEDRO FIGARI 



TE, ESTÉTICA 
IDEAL 



Prólogo de 
ARTURO ARDAO 



Tomo III 



instituto Nacional del Libro 

MONTCVIDC* 

O IT A CIOK 



MONTEVIDEO 
1960 



EL IDEAL 

PARTE TERCERA 



! 



I 



¿QUÉ ES EL IDEAL? 

Cuando se habla del ideal, se advertirá fácilmente 
que hay tantas maneras de concebirlo, diremos, cuan- 
tos sean los que intenten dar su definición. No obs- 
tante, por entre ese cúmulo de acepciones tan distin- 
tas, puede verse también que hay un lincamiento 
común, casi siempre, y es el que fija este concepto 
como finalidad. 

Ningún antecedente nos autoriza a creer que el 
hombre tenga que llenar una "misión" concreta. El 
hombre vive, y, al vivir, se siente compelido instin- 
tivamente a procurar su mejoramiento. Este segundo 
término, esta incitación orgánica que nos hace an- 
helar más y más, incesantemente; este acicate que 
nos inquieta y nos espolea; esta aspiración insaciable 
a mejorar, es el ideal. 

Ese unánime y continuo anhelo de los ejemplares 
de la especie, por ínfimo que sea el ejemplar, acaso 
lo comparte, en grado menor, naturalmente, todo 
el mundo orgánico, aun cuando no pueda manifes- 
tarse de una manera tan inequívoca en las especies 
inferiores, del mismo modo que no se manifiesta en 
grado igual en el hombre salvaje, o sea en el tipo 
inferior, y en el civilizado. No se encontrará un solo 



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PEDRO FIGARI 



hombre que no aspire a más de lo que posee , sí bien 
donde puede verse más vivo y definido este deseo de 
mejorar, es en las extracciones superiores. Cuanto 
más complejo es ei organismo, más claramente ma- 
nifiesta su evolutividad, y cuanto más ha evolucio- 
nado, puede notarse mejor que aspira más y más 
empeñosamente. Es así que los espíritus selectos están 
siempre más dispuestos a inquirir, a investigar, a des- 
cubrir nuevos recursos de acción y de defensa. Si 
comparamos los anhelos de un hombre vulgar con 
los de un hombre superior, se ofrece siempre una 
diferencia notable en calidad e intensidad El espí- 
ritu grosero, como el niño. tiene, por lo común, am- 
biciones inferiores 

El hombre va avanzando progresivamente en to- 
dos los dominios de la actividad, y a medida que 
avanza va descubriendo nuevas vías aprovechables 
en su inextinguible afán de satisfacer sus aspiracio- 
nes; cada conquista le hace sentir la necesidad de 
nuevas complementaciones, y es así que se transfor- 
ma y evoluciona el ideal. Es el hombre, pues, quien 
va construyendo inacabablemente el ideal. A la in- 
versa de lo que ocurría con la famosa tela de Pené- 
lope, si se nos permite la imagen, se diría que por la 
noche siente aquél, cada vez más, la necesidad de 
completar su esfuerzo, y al alborear el nuevo día 
se apercibe para continuar su obra interminable. De 
este modo es que se borda perennemente la trama 
de la evolución, y por más que con su esfuerzo in- 
tente cada cual satisfacer todos sus deseos, nadie lo 
ha logrado aún, y todo nos conduce a pensar que 
nadie lo ha de lograr jamás. 

El aguijón instintivo es implacable; y esa misma 
implacabilidad, tal vez, hizo pensar que el ideal pue- 



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ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



de ser absoluto, cuando es, al contrario, relativo, e 
indeterminado. Su extensión es lo indefinido, lo des- 
conocido. El ideal es el mejoramiento progresivo. 
Hoy creemos saber lo que queremos, y bastaría que 
pudiéramos satisfacer ese anhelo que se nos antoja 
concreto y definitivo, para ver que aquél renace con 
nuevo vigor, y de múltiples maneras, siempre, perpe- 
tuamente. La línea que ha de recorrer el ideal, ni es 
posible preestablecerla. Cada cual anhela de acuerdo 
con su complexión, y en esa suma de ansias y de es- 
fuerzos tendientes a aplacarlas, la resultante es siem- 
pre de progreso y de mejora, porque las iniciativas 
más inteligentes triunfan en definitiva, esto es, las 
más adecuadas a servir los intereses más vitales de 
la especie. En esa obra de constante selección, de- 
terminada por el instinto orgánico, que comprende 
el de conservación individual, el de perpetuación es- 
pecífica y el de mejoramiento, van perdurando las 
formas mejor apropiadas al cumplimiento de la ley 
natural, y por encima de las incidencias, de las mar- 
chas y contramarchas, de las propias empresas más 
erróneas o descaminadas que retardan y accidentan 
la evolución, el resultado va perfilándose invaria- 
blemente en el sentido de satisfacer un ideal más po- 
sitivo, más racional, y de tal suerte es que se opera 
el mejoramiento de la especie Esa suma de esfuerzos 
actúa como los diferentes cuerpos de un ejército. No 
todos los proyectiles dan en el blanco, ni todas las 
evoluciones son hábiles, ni eficaces; pero del conjun- 
to de evoluciones y disparos surge siempre la victoria. 

Debemos pensar que el hombre está hecho para 
triunfar, dada la superioridad que comporta la mayor 
complejidad de su organización, y de su inteligencia 
consiguientemente. El esfuerzo humano, que se reali- 



PEDRO FIGARI 



za por el arte, como medio superior de acción, todo 
él, tiende a mejorarnos. El propio error implica una 
enseñanza aprovechable, que, más tarde o más tem- 
prano, indemniza a la especie de ios perjuicios que 
momentáneamente haya podido causar. Por eso mis- 
mo resulta difícil predecir las consecuencias defini- 
tivas de cada serie de esfuerzos, sea cual fuere su 
naturaleza. 

Nuestra civilización, nuestro arte, nuestras formas 
usuales de actividad, y nosotros mismos, todo es re- 
sultado de una lenta y complicadísima elaboración, 
^que se ha desplegado en muchos millares de años, 
en millones de siglos. Vemos y palpamos el resultado, 
sin poder descubrir la trama, la infinita y variada 
multiplicidad de factores que han concurrido para 
realizar los "prodigios", verdaderos prodigios que se 
ofrecen a nuestros ojos, ya de por sí prodigiosos. En 
este sentido, podemos decir que nuestro común abo- 
lengo arranca de los más remotos días de la prehis- 
toria. Si pudiéramos ver alineadas todas las causas, 
subcausas y accidentes que han intervenido para en- 
gendrar la vida de que disfrutamos, la amaríamos 
más hondamente aún de lo que la amamos, por más 
que ella fuera leve y fugaz como la de las efímeras 
que viven para dar un vuelo, y veríamos que vale 
siempre la "pena" de ser vivida y estimada. 

Si comparásemos nuestra condición con la de los 
hombres de las épocas pretéritas, que tanto nos hacen 
soñar, — por poco remotas que sean — , veríamos 
que los aventajamos de tal modo, social, moral, in- 
telectual, política y económicamente, que, antes que 
envidia, nos inspirarían compasión. No obstante, no 
se han aplacado las ansias de progreso, al contrario, 
han recrudecido. El instinto, que nos incita a luchar 



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ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



y a mejorar, se yergue cada vez más, se afirma y se 
multiplica, para impulsarnos hacia adelante. Es tan 
insaciable el hombre en su sed de progreso, que ni 
se detiene siquiera a festejar las victorias alcanzadas, 
y los nombres de los más grandes benefactores de la 
humanidad, de ayer no más, están ya olvidados, a 
pesar de las conmemoraciones del bronce y del már- 
mol, que en vano pretenden alguna vez inmortali- 
zarlos en el recuerdo de las generaciones, por tan 
deleznables artificios. 

En esto mismo hay lógica positiva, subconsciente, 
que se impone a la lógica de los convencionalismos 
circulantes. Ninguno de los benefactores de la hu- 
manidad, por más ingratas que hayan sido las gene- 
raciones que aprovecharon de su esfuerzo, retiraría 
su obra impresa ya en la acción general. Hay en el 
hombre un deseo orgánico tal de perdurar, de ac- 
tuar, de imponer las propias ideas en la marcha evo- 
lutiva, que lo compele a dar cuanto puede para 
triunfar, por encima y por fuera de todo cálculo No 
me refiero, como se comprenderá, al espíritu vulgar, 
destinado a vegetar obscuramente. Es que ese esfuer- 
zo responde a una incitación más efectiva, por cier- 
to, que la del espejismo con que se aturden los ilusos, 
cuando cifran sus cálculos en la gratitud de los be- 
neficiados, la que casi siempre brilla por su ausencia, 
si no siempre. 

Lo que incita a la investigación y al trabajo es 
el instinto vital irreducible; es la conciencia de que 
nadie es de una infecundidad más desolante que el 
pasivo, el inerte con sus brazos cruzados, en tanto 
que el trabajador, aun cuando se haya dirigido en 
una senda falsa, es siempre útil, y a veces hasta fruc- 
tuoso, como lo fueron aquellos que buscaron con 



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PEDRO FIGARI 



ahinco la clave del soñado movimiento perpetuo. 
Es la resultante de las conquistas y de los errores de- 
bidos al esfuerzo, lo que ha documentado y cons- 
truido la civilización de que disfrutamos, con todas 
sus cargas y beneficios, con todas las esperanzas y 
anhelos que nos incitan. A la pasividad no le debe- 
mos nada. 

Lo que más caracteriza al instinto es su tnsacia- 
hilidad, Si el hombre fuera realizando sus aspiracio- 
nes y aun sus devaneos, si según los mirajes místicos 
y metafísicos llegara a sentarse en el empíreo, encar- 
nado con la más soberbia de sus concepciones teístas, 
con todo anhelaría más. Comenzaría a desear nuevos 
e interminables suplementos, con la misma desenvol- 
tura con que un "gourmet" pide el café, y el ' pousse- 
cafe >, ) después del festín opíparo. La propia comple- 
xión evolutiva del hombre no le permite alcanzar 
jamás la satisfacción de sus deseos: solo la muerte 
apaga esa sed implacable de mejora. Ese anhelo or- 
gánico aguija constantemente, aun cuando no sa- 
bemos en que sentido lo hace. En, ciertos momentos, 
los más, si se nos preguntara súbitamente qué de- 
seamos, ni acertaríamos a contestar, y si nos fuera 
dado optar entre asistir a un período cualquiera de 
la prehistoria o a uno de los venideros, titubearía- 
mos, sin advenir, en nuestro aturdimiento, que en 
ambos nos sentiríamos igualmente desorbitados, y, 
por lo tanto, menos bien que donde estamos. 

En nuestro afán de mejorar, no nos damos cuenta 
de que lo existente es lo mejor, puesto que tiene la 
suprema majestad de ser, y está, por eso sólo, muy 
por encima de todos los fantaseos que se forjen alre- 
dedor de lo imposible, y así es que, a menudo, por al- 
canzar nuevos bienes, quiméricos, menospreciamos los 



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ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



que tenemos, cuando lo sensato sería disfrutar de lo 
que es y poseemos, sin perjuicio de procurarnos lo 
demás que nos sea dado obtener. Por una conciencia 
errónea, sin embargo, se malogra el invalorable bien 
de la existencia más frecuentemente de lo que se cree. 
¡Cuántos perecen sin haber encontrado su alvéolo 
para vivir dentro de la realidad! ¡Cuántos han vi- 
vido en puro sueño! 

¿Qué es el ideal, pues^ Es la aspiración a mejorar, 
determinada por el instinto orgánico en su empeño 
de adaptarse al ambiente natural. En ese esfuerzo de 
adaptación que se manifiesta de tan distintas mane- 
ras, el propósito es uniformemente el mismo mejo- 
rar. Todos por igual tratan de conservarse, de perdurar, 
de prevalecer, de triunfar; los mismos que se aplican 
disciplinas, aquellos que se mutilan, o de cualquier 
otro modo se sacrifican, todos quieren mejorar su 
condición orgánica, puesto que están regidos por la 
ley de su propia estructura. Para quienquiera que 
sea, y en cada orden de asuntos, hay una meta de 
oportunidad más o menos instable. Lo úmco que 
tiene persistencia, lo único que se mantiene invaria- 
ble, es la relación del hombre con el ideal, lo demás 
evoluciona: el hombre, el ideal, así como los proce- 
dimientos y recursos de que se vale aquél para con- 
seguir su mejoramiento. Lo que permanece constante, 
pues es la ley que incita a realizar esa obra. 

Todas las manifestaciones conscientes de la acti- 
vidad humana convergen en su marcha al ideal, que 
es inextinguible. Nadie sabe lo que vendrá a plan- 
tearse como necesario más adelante, pero todos sen- 
timos la necesidad de mejorar. Es poco razonable 
pensar que haya un punto terminal en el desarrollo 
evolutivo, antes de que se suprima la vida por com- 

[15] 

i 



PEDRO FIGARI 



pleto. Con el mismo fundamento con que uno es 
hoy conservador o reaccionario, lo eran otros en el 
siglo pasado, y el anterior, y los precedentes. Entre 
los propíos habitantes de las cavernas habría conser- 
vadores, y los más serían reaccionarios, tal vez Sin 
embargo, es tal el cambio operado por obra de la 
evolución, que parece hubiera quedado roto todo pa- 
rentesco entre aquel arte lejano, librado a orienta- 
ciones torpes, ciegas, y el arte de nuestros día^ diri- 
gido al conocimiento. Es admirable lo que se ha con- 
quistado ya en todos los órdenes de la actividad. 

Si se compara la lóbrega cueva del troglodita con 
el palacio moderno, con el rascacielo; el saboreo de 
una raíz escarbada con las uñas, que se efectúa con 
mirada huraña, oblicua, y la algazara .de un festín 
cualquiera de nuestros días; el ingenio del que arroja 
un tronco de árbol o una piedra para vadear un 
charco, y el de los que construyen los soberbios 
puentes modernos, el de Long Key, por ejemplo; la 
torpeza del que utiliza sus dedos para contar hasta 
diez, y la ágil y certera serie de operaciones con que 
se verifican los cálculos astronómicos, el andar re- 
celoso, más que prudente, del hombre primitivo, y 
los vuelos audaces de cóndor que realiza el aviador; 
y aun el propio penseque medioeval, escolástico, 
abstruso, y las concepciones modernas científicas; si 
se compara todo esto, parece que hubiera abismos 
radicales y, no obstante, no se advierte una sola solu- 
ción de continuidad. En lo substancial rige la misma 
ley, la misma necesidad, el mismo ideal, esencial- 
mente el mismo que nos estimula a mejorar nuestra 
condición, por más que se haya mejorado tanto. 

Si pudiéramos abarcar con una mirada la enormi- 
dad de las órbitas evolucionales, acaso nos fuera 



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ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



dado columbrar la mucho más sorprendente gran- 
deza de la línea a recorrerse, en la cual, dado los fac- 
tores progresivos de actuación, es tal vez apenas un 
grado lo recorrido, aunque fuera igual en duración. 
Un siglo es un pestañeo frente al tiempo, y es así 
como el último paso, si lo hay en la vía evolutiva, 
permanece inaccesible a nuestra tímida mirada, como 
queda definitivamente ignorado el último pensamien- 
to tranquilizador que se refleja en la majestad serena 
de los muertos. 



L IV J 



PEDRO F1GARI 



II 

EL ARTE, LA ESTETICA Y EL IDEAL 



Para precisar mejor las ideas acerca de estas tres 
entidades que tan a menudo vemos confundidas: el 
arte, la estética y el ideal, tratemos de definirlas ob- 
servando cómo se presentan a nuestra mirada. 

Vivir, dada nuestra complexión, presupone la ne- 
cesidad de mejorar; más aún, la necesidad de pro- 
curar constantes mejoramientos. De ahí, quizá, el 
concepto spenceriano del progreso como transforma- 
ción de lo homogéneo en heterogéneo. Por un exce- 
sivo culto a la tradición, no se ha constatado lo 
bastante esta necesidad orgánica, y debido a ello, 
probablemente, es que se ha llegado hasta a negar 
la superioridad de lo útil, anteponiéndose diversas 
entidades abstractas. Es preciso, sin embargo, formar- 
se una pobre idea de la inteligencia humana y, a la 
vez, cerrar los ojos a la evidencia, para entender que 
el hombre, por superior que se le considere, deba 
estimar en menos lo que más le conviene. Esto sería 
un absurdo. Si el arte es un recurso de inteligencia, 
según se ha dicho, y si el ser humano, tanto por su 
estructura cuanto por su propio interés, está compe- 
lido a buscar perpetuamente su mejoramiento, ,qué 
puede ser más lógico, más moral ni superior que el 



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ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



aplicar su intelecto a llenar esa aspiración orgánica? 
¿No es un verdadero colmo de fantasías colocarlo en 
situación inferior a la de los demás organismos, de 
los propios que tanto menosprecia, como sería me- 
nester hacerlo si se entendiera que no debe utilizar 
su mayor inteligencia en provecho propio? 

Planteada así la cuestión, en este terreno de sim- 
ple buen sentido, pueden verse-mejor las diferencias 
y relaciones que existen entre el arte, la estética y el 
ideal 

Determinado el hombre por su propia naturaleza 
a elevar su condición, echa mano de su arte, que es 
la acción de sus recursos intelectivos, para realizar 
el ideal, es decir, para satisfacer sus necesidades, en- 
tre las que descuella la de procurar perpetuamente 
su mejoramiento: necesidad congénita que deriva de 
su propia superioridad, elaborada en los siglos, por 
sus predecesores. Como una consecuencia resultante 
de ese esfuerzo que realiza en su obra perdurable de 
adaptación a su ambiente natural, surge también el 
esteticismo. Así es que a éste lo vemos evolucionar 
con el, constantemente, en todas las direcciones de 
su mentalidad. En esa brega perenne del hombre por 
realizar su ideal que avanza, que avanza siempre, es 
donde se forja el esteticismo, el que también avan- 
za, a su vez. Pretender la definición del ideal en una 
forma concreta, es tan inconsulto, pues, como si se 
intentara plasmar la belleza de un modo definitivo, 
porque lo uno y lo otro se modifican fatalmente 
con Ja evolución. 

Cada hombre tiene un ideal de acuerdo con su es- 
tructura, y hasta podría decirse que es muy variable, 
puesto que todavía ese ideal se va transformando a 
medida que vive y que lucha, ya sea que triunfe o 



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PEDRO FIGARI 



que fracase, y lo mismo aunque vegete. Podrá tener 
dicho ideal cierta persistencia, mas nunca definiti- 
va, porque está siempre expuesto a cambios, en el 
proceso evolutivo En ese fárrago de aspiraciones 
que se realizan, o no se realizan, surge de mil ma- 
neras el esteticismo en todos sus grados y variedades, 
como una consecuencia de las vicisitudes favorables 
del esfuerzo, como yrgen el desencanto, la decep- 
ción y el dolor en la adversidad. 

Es así que la belleza se manifiesta de tantas ma- 
neras cuantas son las modalidades mentales, tanto 
en las líneas generales de la evolución como en sus 
incidencias. Es cierto que nosotros, a causa de nues- 
tras peculiaridades orgánicas o psíquicas, — si es 
dado establecer una distinción al respecto — , objeti- 
vamos las formas de nuestro propio relaaonamiento 
físico-psíquico y psico- psíquico, atribuyendo a las co- 
sas una calidad que sólo emerge de una relación más 
o menos instable, y así es que llamamos bello a lo 
que nos sugiere un estado mental u orgánico acorde 
con nuestra estructura, sin advertir que ese estado es 
siempre precario, por cuanto es un efecto de múlti- 
ples circunstancias más o menos variables, y que, 
por lo mismo, no podría subsistir fuera de ellas. De 
ese modo es que encarnamos en cualquier cosa el 
concepto de belleza, ya sea en un idilio o una tra- 
gedia, una novela acre o una comedia jovial, una 
ironía punzante o un ditirambo que destila miel, 
un bosque frondoso o un lirio solitario, un mármol 
helénico, una caricatura mordaz, un tejido de finísi- 
mos hilos, un conjunto de sonidos, una tela colo- 
reada, un rincón apartado, una ciudad, un palacio, 
una choza musgosa, una fábula infantil, o un verso 
que horripila o una elegía suplicante, o una batalla, 



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ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



un pájaro que canta, un sapo que jadea. . . Nosotros 
concebimos a la mujer como un arquetipo de belleza, 
y sobre esto mismo, que es tan íntimamente orgá- 
nico, difieren de tal modo las opiniones, que vemos 
pregonar todos sus aspectos, desde la obesa que forja 
los encantos de algunos hombres, como el de los co- 
legiales, hasta la de talle más sutil, de insecto, de 
emeso. ¿Por qué se opera esa disparidad de opinio- 
nes aun sobre asunto tan trillado, y no por eso menos 
interesante y fundamental? Nosotros no vemos razón 
para explicarla fuera del individualismo del ideal y, 
consiguientemente, el de la belleza, por un lado, y, 
por el otro, la de la evolutividad de ambas modali- 
dades paralelas, cuyo paralelismo se produce en el 
primero, el ideal, como causa, y en el otro, el esteti- 
cismo, como efecto. 

El ideal y el esteticismo, pues, evolucionan hacia 
los mismos rumbos. A medida que el hombre se 
eleva en su esfuerzo hacia el ideal, se transforman y 
evolucionan las modalidades estéticas, como una con- 
secuencia de dicho esfuerzo, y de ahí que todos los 
esteticismos tiendan a racionalizarse, y de ahí tam- 
bién que sea tan fácil confundir la belleza con el 
ideal. 

El ideal y la belleza se transforman por una se- 
lección a base de conocimiento. Para que pudiera 
identificarse lo ideal y lo bello, sería menester que 
se hubiese realizado toda la aspiración humana. Cuan- 
do la ciencia se hallase por completo integrada, 
nuestras ideaciones se habrían cristalizado por caren- 
cia de toda aspiración. Dada nuestra complexión ín- 
tima, ni concebimos esa parálisis total, donde no 
quedara nada que inquirir ni que esperar, como no 
concebimos la inmortalidad, por más que se la an- 



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PEDRO FIGARI 



hele tan ardientemente a veces. Una y otra cosa son 
quimeras, decepcionantes más bien. Ese espejismo es 
el que ha hecho pensar que un día lo bello agradará 
de inmediato a todos y por igual 

La diferencia entre el ideal y lo estético resulta 
fácil, pues, de este punto de vista. La belleza, podría 
decirse que es ideal realizado, y el ideal una aspira- 
ración a realizar. Así, por ejemplo, lo ideal sería que 
pudiéramos ascender y descender y planear en el aire 
con un simple motor de bolsillo, y mejor aún sin él, 
libremente, como las aves de ágil vuelo; que pu- 
diésemos lograr que llueva o brille el sol a medida 
de nuestras necesidades y deseos; que se extirparan 
todos los males y flagelos que nos amenazan; que 
nos fuera dado vivir sanos y fuertes y dichosos, por 
mucho tiempo; pero no se requiere tanto, por cierto, 
para que vibremos estéticamente: basta un arco iris, 
un plenilunio, un gorjeo, un verso, una reminiscen- 
cia. Bien claro se ve, pues, que son cosas distintas 
el ideal y la belleza, así como que esa aspiración 
a avanzar es superior a Ja contemplación pasiva del 
vivaque, en que se sueña, diríase, en pleno campo, 
al raso. Nosotros nos emocionamos estéticamente 
con cualquier motivo: basta dejar que corran en un 
dulce mecimiento evocatono las imágenes que haya- 
mos recogido, en tanto que el culto del ideal nos in- 
cita al esfuerzo de conquista. Aquí cede el sueño 
sedante al raciocinio agudo que inquiere, que se agi- 
ta para penetrar en el misterio, o para aprovechar 
del conocimiento. También en esta vía se brinda el 
halago estético como una satisfacción intelectual su- 
perior, tan superior que, a medida que se reduce lo 
ignoto, la emoción cede al raciocinio. Nosotros nos 



[22] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



emocionamos porque no conocemos; en este sentido, 
podría decirse que el ensueño es el culto del misterio. 

El ideal, si se encara metaf ísicamente, es decir, pre- 
tendiendo alcanzar las proyecciones de lo absoluto, 
"supuesto", implicaría lo imposible. Se diría que va- 
mos por la senda de lo que no es dado realizar; 
pero como ninguna vía nos ofrece lo absoluto, — 
por. una verdadera ventura — , cada vez vamos ad- 
quiriendo mayor conciencia de que nada nos perfec- 
ciona más ni más provechosa y efectivamente que el 
culto del ideal por el conocimiento. Por algo es in- 
alcanzable lo absoluto. 

Este aparente contrasentido se debe a que el hom- 
bre, por una ilusión teleológica, pensó que tiene una 
misión "final" que cumplir, fuera de la de vivir y 
perpetuarse, como todos los demás organismos co- 
nocidos, procurando, dentro de sus recursos naturales, 
el mayor mejoramiento de su condición, y de esa 
ilusión que parece ser un signo de superioridad, nace 
el extravío de que nos ocupemos y preocupemos de 
indagar lo que ocurriría si alguna vez se supiera y se 
pudiera todo, en tanto que nos despreocupamos de lo 
que nos toca hacer de inmediato mientras vivimos. 
jPIace tanto al hombre, especialmente, construir pa- 
lacios en el aire, antes que buenas chozas terrenales! 
Verdad que el progreso se impone de tal modo, que 
la humanidad, cualesquiera que sean sus disquisicio- 
nes metafísicas, no se atiene, ni puede atenerse a 
ellas, en cuanto a "su acción", y es así que se la ve, 
invariablemente, ajustaría en sentido práctico, posi- 
tivo, cada vez más positivo. 

Por un lado, pues, vemos al hombre aplicando su 
arte a la consecución de su ideal, indefectiblemente, 
y, por el otro, podemos observar que, en esa vía, se 



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PEDRO FIGARI 



deleita de mil maneras diversas, y que, en su afán de 
vivir y de disfrutar de los bienes de la existencia, 
trata de procurarse el mayor cúmulo de goces estéti- 
cos; he ahí cómo consideramos estas tres entidades: 
el arte, la estética, el ideal Se diría que en esa brega 
interminable, afanosa, el hombre aplica su intelecto 
para triunfar, como aplica incesantemente sus pul- 
mones y sus bronquios a mantener su integridad or- 
gánica; en esa paciente, honrosa labor, que parece 
pedestre a los espíritus soñadores, como pudiera pa- 
recerles un suplicio de ergástula la propia respira- 
ción perenne a que está sometido el organismo, si se 
la considerara como una contrariedad; en ese eterno 
batallar por obtener un triunfo sobre lo imposible, 
según rezan las quimeras, porque no <rs eterno el ba- 
tallar, allí mismo el hombre se solaza con el ensueño 
o se regocija con sus conquistas, y lucha asimismo, 
lucha siempre. 



[24] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



III 

LA ACCIÓN EVOLUTIVA Y EL IDEAL 



I. EL HOMBRE, POR SU ARTE, SE ENCAMINA AL IDEAL 

En medio del intrincamiento de las formas de la 
actividad humana, puede verse que el hombre y los 
pueblos se dirigen invariablemente a la consecución 
del ideal. Resulta así, por un lado, que la evolución 
dirige a la especie a su mejoramiento, y, por el otro, 
que, a medida que aquélla se mejora, el ideal evolu- 
ciona y se amplía. 

Esa ley se cumple a pesar de todo. Ella rige, por 
más que el hombre se rebele; pero es evidente, sin 
embargo, que se cumpliría mejor y más fácilmente 
si, conscientes de la ineluctabilidad y de la bondad 
insuperable de esa ley natural, la acatáramos y la 
secundáramos, en vez de resistirla, tan estérilmente 
por lo demás. Debido a esa ley es que todas las ra- 
mas artísticas, aun las menos aptas para el avance, 
tienden a ajustarse al ideal evolutivo, y es por ello 
también que siempre se realiza algún progreso, más 
o menos sensible, en todas las formas de acción. 
Todo se utiliza en esa marcha de avance, hasta los 
errores más caracterizados. Ellos quedan como una 
documentación aprovechable. 



[25] 



PEDRO FIGARI 



El hombre, guiado por su instinto, aplica su inte- 
ligencia en el sentido de garantirse y de mejorar su 
condición, y, entretanto que avanza, va conquistan- 
do posiciones para sí y acumulando, a la vez, ma- 
yores concursos y más amplios medios de acción que 
benefician a las generaciones que le subsiguen; mas, 
según lo dijimos ya, por mucho que progrese, no ha 
logrado la humanidad, ni podemos imaginar que 
logre jamás alcanzar la meta integral, es decir el 
colmo de sus aspiraciones, puesto que estas son pro- 
gresivas también Si bien nuestra condición social, 
moral, económica, política e intelectual es incompa- 
rablemente mejor que la de nuestros antepasados, 
en cambio no es menor el haz actual de nuestras as- 
piraciones, en todo sentido Es tal el progreso opera- 
do, no obstante, que cualquier hombre de la anti- 
güedad haría un papel deslucido en nuestros d/as. 

Las ideaciones retrospectivas, que magnifican des- 
medidamente el pasado, no permiten apreciar en 
toda su magnitud los progresos alcanzados, ni los 
beneficios que de ellos derivan, y es por eso que nos 
engaña la realidad de la evolución; engaño en que 
también han caído los más eminentes pensadores. A 
pesar de lo que nos hagan entender las apariencias, 
puede verse que todas las manifestaciones de la 
actividad deliberada, como todas las modalidades 
mentales, se dirigen indefectiblemente a nuestro me- 
joramiento, con la misma espontaneidad con que la 
acción orgánica tiende a la conservación individual. 
Unas y otras convergen, pues. Es que siempre enca- 
rrilamos dentro del campo instintivo, esencial e 
ineludiblemente, todos nuestros anhelos, y en ese 
mismo riel es que encaminamos nuestras energías, 
en todas sus fases. De ahí que con ser tan variadas 



126] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



y personales nuestras apreciaciones en todo orden 
de asuntos, se las pueda ver, no obstante, tan solí- 
cita y directamente aplicadas a servir al organismo, 
de todas maneras, en su intención por lo menos. Es 
bien ocioso, entonces, que se proclamen como supe- 
riores otras reglas de conducta, porque por dentro 
de toda acción tiene que hallarse rigiendo necesa- 
riamente, fundamentalmente, la médula instintiva, 
como la razón de ser de todo organismo, desde que 
ella es tan requerida en la individualidad, como lo 
son los órganos esenciales para vivir: Sería, por lo de- 
más, un pleno contrasentido que nuestro entendimien- 
to, esto es, que el propio intelecto se hallara en opo- 
sición con el instinto vital. Sólo por una sene de 
diabólicos engranajes verdaderamente trastrocados, po- 
dría "construirse 1 ' una cosa tan absurda, si eso no es 
más bien demoler que construir. No es menos cier- 
to, sin embargo, que los propios filósofos han hecho 
a veces cuanto han podido para concebirse así, en 
la falsa inteligencia de que resultan de este modo 
superiores a sí mismos. Es verdad que esas lucubra- 
ciones no han logrado desviar al hombre del cum- 
plimiento de la ley natural, pero han dejado regue- 
ros de prejuicios perniciosos, que pretenderían dar 
prevalencia a semejante aberración sobre la propia 
ley soberana de la naturaleza, tan favorable como 
es para el hombre, y para la especie, consiguiente- 
mente. 

Escapan a todo cálculo imaginativo las conse- 
cuencias de estos espejismos en una acción conti- 
nuada, multisecuiar, porque se manifiestan de ma- 
neras tan diversas y han herido la mente en tantas 
formas, que el cómputo de todas ellas se ofrece in- 
abarcable a la mirada, como un remolino inmenso, 



[27] 



PEDRO FIGAEJ 



inmensamente fantástico. Baste decir que todavía se 
experimentan hoy muchas consecuencias de los más 
antiguos errores cardinales que nos hacen creer que 
obramos mal cuando obramos bien, y viceversa, para 
imaginar las extensiones del perjuicio que se ha oca- 
sionado por tales vicios de concepto, tan fundamen- 
tales 

Aún hoy día se supone que el instinto es algo infe- 
rior, y que el egoísmo es algo peor aún, que es vi- 
tuperable. Para conciliar la realidad con las altas fi- 
losofías, no pudiendo dejar de verse a cada instante 
esos factores naturales ineludibles, íntimos, incisivos, 
decisivos, porque son congénitos, se hace una divi- 
sión entre el egoísmo instintivo psico-biológico que 
se acepta, no sin reservas, y el egoísmo moral que se 
reprueba. ¿Podría concebirse una oposición tan ra- 
dical, una antinomia, dentro de la propia individua- 
lidad indivisible? Para nosotros, lejos de haber una 
contradicción, una oposición, un antagonismo, sólo 
hay una cuestión de palabras, puesto que, en el 
hecho, lo que se llama egoísmo moral, es una con- 
secuencia directa del egoísmo psico-biológico, orgá- 
nico; y es precisamente este mismo injuriado instin- 
to egoísta, el que opera la evolución hacia las for- 
mas del mejoramiento humano progresivo, de cuyos 
bienes y favores disfrutamos. 

Nada nos enreda tanto, a veces, como nuestras 
propias disquisiciones metafísicas. Así, por ejemplo, 
creyendo enaltecer el arte, como medio máximo de 
acción, se le ha desfigurado, y se le ha deprimido 
todavía. Según el criterio dominante, una obra útil 
no puede reputarse "artística'. Parece que depen- 
diera principalmente de su inutilidad, el que pueda 
alcanzar el honor de ser llamada "obra de arte", su- 



[28] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



mo honor a que no pueden siquiera aspirar las que 
van dirigidas a Ja consecución de lo más necesario 
y eficaz. No es pequeño absurdo, srn embargo, el de 
reputar en menos lo más importante, y lo de más 
provecho. 

Una obra de arte, en la acepción natural y más 
propia de la palabra, debería ser un esfuerzo creador, 
es decir, siempre un paso eficaz en lo inexplorado, 
que aumenta el caudal de los medios conocidos en 
los dominios del pensamiento y de la acción; pero 
es tan arbitrario el criterio filosófico a este respecto, 
que, al revés, conceptúa como superior lo que menos 
sirve. Esto es de un lirismo poco juicioso, por cierto. 
Un inculto, no entendido en especulaciones filosó- 
ficas, hará como las bestias, que se dejan guiar por 
el instinto, lleno de sabiduría; y tratará, ante todo, 
de inquirir la utilidad de un objeto cualquiera que 
se le brinda; pero apenas comienza a lucubrarse me- 
tafísicamente, se hace fácil un extravío fundamental 
en las ideas, y puede suceder también, como sucede, 
que, a mérito de comprobar una falsa superioridad, 
se estime en más lo que vale menos. 

La condición primordial de un esfuerzo cualquiera 
es su eficacia, como medio, y su utilidad, como fin 
Inagotables como son las aspiraciones humanas, la 
acción debe ser ordenada en el sentido de satisfacer- 
las lo mejor posible; y para ello, en primer término, 
debe dirigirse a obtener una ventaja, un provecho, 
el que, como se comprende, será tanto más recomen- 
dable cuanto más beneficioso y positivo sea. Un 
idealista, en cambio, piensa que eso es demasiado 
llano y claro y, por lo mismo, bajo, y opta, entonces, 
por otorgar una preeminencia a lo que menos sirve. 
Es que el ignorante, privado de los recursos evoca- 



[29] 



PEDRO FIGARI 



tivos, al ver antiguallas sólo se limita a constatar su 
vejez o su inutilidad, en tanto que el intelectual se 
entrega al ensueño, y se embriaga con él, en la in- 
teligencia de que es eso lo mejor y más elevado que 
pueda hacerse. 

Si hemos de tomar en cuenta el concepto, o sea 
la finalidad del esfuerzo para apreciar el esfuerzo 
mismo, como la mejor manera de juzgar estos asun- 
tos, debería estimarse como su carácter superior la 
mayor utilidad, y no el que dicho esfuerzo pretenda 
eximirse de la demanda instintiva, para llenar una 
necesidad secundaria de boato o esparcimiento como 
la calidad más encomiable, para justipreciarlo, por- 
que tal cosa es absurda. ¿Qué razones pueden ha- 
cernos suponer que sean superiores una estatua, un 
cuadro o una obra arquitectónica o musical, por 
admirables que sean, a las obras de conocimiento, 
por ejemplo, cuyas proyecciones sobre los destinos de 
la humanidad son tan proficuas, que es imposible 
abarcar sus beneficios directos e indirectos, por más 
que agucemos nuestra imaginación? 

No obstante, todavía ahora, en pleno auge positi- 
vista, se sienten los prestigios que se otorgaron a las 
formas suntuosas cuando no podía preverse el cú- 
mulo de bienes que habían de recogerse por la hu- 
manidad en las vías del trabajo de investigación, en 
el culto del conocimiento, y cuando tanto se esperó, 
aunque infructuosamente, en las otras vías. 

Parece que sólo lo superfluo pudiera inmunizarnos 
del estigma prosaico y vil de lo necesario y de lo útil, 
para elevarnos por encima de las especies inferiores; 
pero no se advierte que no podemos sustraernos a lo 
uno y a lo otro, por más que lo intentemos. Lo único 
que cambia, sin embargo, es la manera de apreciarse 



[30] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



la necesidad o la utilidad. Así, por ejemplo, Schiller 
ha dicho: "El hombre no está completo sino cuando 
juega"; y Guyau afirma, en oposición: "El hombre 
no está completo sino cuando trabaja. Lo que cons- 
tituye la superioridad del hombre sobre el animal, 
del hombre civilizado sobre el salvaje, es el trabajo". 
En uno y otro caso, están por igual presupuestas 'la 
necesidad" y "la conveniencia": sólo se discrepa en su 
apreciación. 

Es indudable, por otra parte, que ninguna de estas 
dos afirmaciones es exacta, por cuanto desconocen 
un hecho fundamental, y es que el hombre nunca 
está completo, porque es una entidad evolutiva, que 
tiende a completarse perpetuamente, ya sea por el 
trabajo, o bien por la expansión. 

Por un falso concepto, el solaz se reputa super- 
fluo, vale decir, innecesario, siendo así que es la úni- 
ca forma de reposo mental, en el estado de vigilia. 
El pájaro y el insecto que cantan o trinan, viven en 
el instante mismo en que emplean sus energías en 
vivir, de igual modo que viven los hombres cuando 
se esparcen, exentos de la enormidad de cargas y tri- 
bulaciones que acumulan sobre sí, más que otra cosa 
alguna los errores de sus filósofos y moralistas, como 
viven cuando se esfuerzan y se desesperan por produ- 
cir. La ocupación y la holganza son, pues, dos ele- 
mentos de valor relativo, que sirven igualmente al 
hombre, y es así tan inadecuado el trabajo cuando de- 
bemos descansar, como solazarnos cuando debemos 
trabajar. 

Es arbitrario, entonces, establecer una preeminen- 
cia absoluta en favor del trabajo o del solaz, desde 
que depende de cada oportunidad el que deba otor- 
garse prevalencia al uno o al otro, como necesarios 



[31] 



PEDRO FIGARI 



o simplemente útiles. Ni Guyau, ni Schiller, al con- 
siderar el trabajo y el juego con un criterio tan ex- 
clusivo, han tomado en cuenta la plena relatividad 
de ambos extremos. Y no sólo el hombre está tan in- 
completo cuando se recrea y juega, como cuando tra- 
baja, sino que por más que tienda a completarse por 
el trabajo y el reposo, si no cambian los términos en 
que está planteada la cuestión hoy día, es de presu- 
mir que no se completará jamás, en el sentido que 
se da a esta palabra. 

Aquellas conclusiones tan contradictorias y exclu- 
yentes, se deben a la unilateralidad con que uno y 
otro han encarado la observación de los hechos. 

La regla fundamental a que debe ceñirse todo es- 
fuerzo, es la de aplicar la actividad en el sentido más 
adecuado a las necesidades de cada etapa, de cada 
momento. 

Por más vueltas que le demos a esta cuestión, 
siempre resultará, en definitiva, que el hombre, co- 
mo los demás organismos conocidos, trata de obtener 
el mayor número de elementos favorables para sus- 
tentarse de la mejor manera que le sea posible. En 
lo único que los aventaja es en su inteligencia, si 
bien ésta, a fuerza de ser imaginativa, ha llegado 
muchas veces a extraviarlo. Por eso es que puede 
vérsele a menudo conspirando contra sí mismo, en 
pos de un miraje cualquiera: el poder, la riqueza, 
la inmortalidad, etc., pero deducir de ahí que es más 
importante la inmortalidad, la riqueza, o el poder, 
que la vida misma, es un colmo de aberraciones. 
Como quiera que se mire, la vida es la condición 
fundamental, y es la finalidad a que, en resumidas 
cuentas, se aplican las energías a través de los pro- 
pios desconocimientos. Mientras dura la individua- 



T32] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



lidad, la contemplamos de todas maneras, bien que 
trabajemos, bien que nos solacemos, bien que ore- 
mos, por más que al perder la conciencia de esta 
realidad, perdamos con ello los beneficios más posi- 
tivos de la misma 

Desde que se plasma la individualidad, ya co- 
mienza ese "culto a la existencia ' que se desarrolla 
en un proceso de constructividad hasta que llega al 
apogeo, y luego se la descuenta día a día, instante 
por instante, hasta que se agota No sólo vivimos, 
pues, sino que es la vida el asunto que preocupa en 
todo momento, ya sea consciente, ya sea inconsciente- 
mente. El instinto vigila siempre, y esta realidad 
plena, la olvidamos a veces, cuando no la descono- 
cemos, embriagados por una aspiración insaciable 
de mejoramiento. Es así que el avaro, y el acumu- 
lador de millones, viven ofuscados por el espejismo 
del éxito, de un éxito siempre relativo, y a menudo 
truecan el fin, que es la existencia, en medio, y el 
medio, que es el trabajo, en finalidad. Estos hombres 
que se suponen tan prácticos, heridos por la manía 
del oro, se afanan a toda hora, luchan incesantemen- 
te, como penados, y desdeñan en lo íntimo al que, 
más normalizado, mira alguna vez el color de los 
celajes, puesto que ellos entienden que nada hay que 
esperar de tal contemplación. Ésos no viven; se diría 
que soportan la existencia, una existencia que sería 
imposible para los que acostumbran gustar de las 
formas de esparcimiento en otros horizontes de es- 
teticismos más abiertos y normales. Huelga decir que 
no es la vida el mirar celajes, pero es tan inconsul- 
to, a nuestro juicio, el ascetismo que repudia toda 
expansión por innecesaria, como el lirismo de los 
prácticos que acumulan más de lo que necesitan, ya 



[33] 



PEDRO FIGARI 



sea fuerza u oro, o el de los filósofos que reputan 
superiores las manifestaciones menos útiles, como el 
solaz y el boato, por ejemplo. Todos éstos son ex- 
tremos igualmente viciosos. 

No es menos cierto que, ya sea que se cultive 
lo que se reputa práctico, o el propio lirismo de los 
soñadores, puede verse siempre, por un lado, que el 
ídolo íntimo es la vida, es decir, la propia individua- 
lidad, en todas sus direcciones y con todos sus mati- 
ces, y de ese semillero de esfuerzos tan distintos co- 
mo disciplinados por el instinto matriz, surge el ideal 
progresivo, de igual modo que en la huerta, por el 
esfuerzo constante de la savia vital que por distintas 
vías aspira a preponderar, surgen las flores y los 
frutos. 

Cada cual aprecia a su manera la calidad y la 
bondad de la cosecha; empero, la realidad, en sus 
amplias líneas evolutivas, hace su selección a favor 
de las mejores, y éstas, vale decir, las más apropiadas 
a los fines de la vida natural, son las que perduran. 
Si miramos desde allí, veremos que no hay ni flores 
ni frutos como los del conocimiento, con tanta in- 
fluencia cuanta tienen y han de tener en los destinos 
humanos, precisamente porque los favorecen. 

En ese laberinto, más aparente que real, es, pues, 
donde se selecciona el recurso de acción y el recurso 
de reposo, incesantemente, con arreglo a una guía 
infalible, la del instinto, que procura adaptar el or- 
ganismo a su ambiente natural; y en último término 
el cultor del solaz cede su puesto de preeminencia al 
del trabajo, — si bien ambos son respetables — , por 
cuanto este último acude a satisfacer una necesidad 
primordial: la vida, y concurre a habilitar al hombre 
para los propios goces del esparcimiento, así como 



[34] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



para ajustados a sus aspiraciones crecientes, inextin- 
guibles, inagotables, inalcanzables, irrealizables. Es 
así que el hombre va incesantemente, por su arte, en 
procura de la realización de un ideal que crece a 
medida que se alcanza. 

El mérito de un esfuerzo artístico consiste, pues, 
en su eficacia para servir al hombre, a la especie hu- 
mana, mejor dicho, en su doble finalidad de vivir 
y mejorar; y si tuviéramos que señalar la obra de 
arte más meritoria, tendríamos que elevamos nece- 
sariamente al plano donde se han obtenido las con- 
quistas que de un modo más positivo han mejorado 
la condición del hombre, hasta permitirle la expan- 
sión estética, el propio solaz del ensueño embriagan- 
te que pretende rivalizar y preceder. El genio puede 
surgir en todos los órdenes de la actividad y en dis- 
tintos grados, pero a la ve* que debamos aquilatar 
el valor de un esfuerzo, es preciso juzgar, en primer 
término, su utilidad, y en segundo lugar, su entidad; 
y si debiéramos escalonarlos en una clasificación, 
debería atenderse a la eficiencia con que han servido 
a la humanidad, comenzando siempre por lo más 
necesario. 

Se llama genio, lo mismo al autor de un cuadro, 
de una escultura, de una sonata, de un templo, etc., 
que al que descubre una ley, una relación constante, 
un orden de fenómenos, un procedimiento nuevo, 
o un recurso, u otra cosa cualquiera que pueda es- 
clarecernos o servirnos, y como en toda rama puede 
surgir el genio, nos encontramos con que es siempre 
difícil establecer su orden de precedencia; pero, de 
cualquier modo que se debieran apreciar, es claro 
que los más indicados a la preeminencia son los que 



[35] 



PEDRO FIGARI 



más han concurrido al conocimiento, y no los que 
han contribuido al solaz únicamente. Los verdaderos 
benefactores del hombre son los que han aportado 
algo en el sentido de orientarnos, facilitando nuestra 
evolución hacia el ideal; los más grandes genios, a 
nuestro modo de ver, son los forjadores de ideas, en 
un plano posittvo, que es donde se va cimentando 
el progreso humano, ese progreso que tiende a hacer 
participar de los bienes conquistados a todos los 
miembros de la especie, de modo que para todos la 
vida sea un bien estimable, y no para unos pocos no 
más, como ocurre con las culturas «.untuosas. 

Como quiera que sea, es instructivo observar que, 
en tanto que peroran los pensadores y moralistas, 
tratando de ajustar la realidad a sus puntos de vista, 
la humanidad, en cambio, trata de adaptarse a la 
naturaleza, y vive. Parece que fueran los analfabetos 
los que no pierden de vista la verdadera ruta. Es que 
éstos aplican el instinto, directamente, para codearse 
con la realidad, en vez de remontarse a las regiones 
idealistas de la quimera, para desconocerla. ¿Qué es 
lo que no se ha arbitrado para desvjar al hombre de 
su senda? 

Las cosas, por fortuna, están de tal modo dispues- 
tas, que la ley natural se cumple a pesar de todo; 
empero, no es menos cierto que habríamos alcan- 
zado mucho más si el esfuerzo se hubiera aplicado 
a respetarla y enaltecerla, no ya a conocerla. jQué 
no habría hecho la inteligencia humana, si no hu- 
biera salido del plano de las actividades positivas! . . . 



[36] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



II, ARBITRARIEDAD DEL ESFUERZO EMOCIONAL 

Dentro de la órbita sentimental, donde forman, 
como ejemplares extremos, desde el místico contem- 
plativo, que se identifica con sus visiones en el éxtasis, 
hasta el autoritario, guerreador, que haría marcar el 
paso a los hombres y a los pueblos al ritmo de un 
tambor militar; dentro de estas dos modalidades ex- 
tremas, donde figuran todos los matices intermedios, 
,el esfuerzo se caracteriza por su arbitrariedad, Como 
en los dominios de la idealización, que es la genera- 
triz de la floración sentimental, nos dejamos llevar 
sin contralor por las veleidades de la mentalidad que 
modeló la tradición, las magnificaciones regresivas 
imperan, desde que nuestra individualidad precisa- 
mente está forjada en el pasado es su obra. 

Por eso es que los cultores de la tradición resisten 
íntimamente todo conato innovador, el que, de un 
modo necesario, "^ectifica ,, las formas de acción con- 
sagradas, y por eso es también que, al analizar los 
convencionalismos más admitidos, siempre se halla 
la trama de los más remotos prejuicios. ¿Qué es lo 
consuetudinario sino lo que fue adoptado como me- 
jor medio de acción por nuestros antepasados? Bien, 
pues: el espíritu científico, racionalizador, que cunde 
hasta en las sociedades más tradicionalistas, se em- 
peña en rectificar ese cúmulo de añejas prácticas, 
para ajustar mejor al hombre a la sociedad, y a aquél 
y a ésta a sus fines naturales. 

En ese choque de ideas y aspiraciones determina- 
do por el común propósito de asociarse mejor, el que 
se exhibe en todas partes, aun en los pueblos de 
mayor cultura, — lo que denota que no se ha 



[37] 



PEDRO FIGAHI 



adoptado una formula racional constitutiva — , es 
tal el antagonismo de los bandos, que hasta llegan 
a poner en duda, recíprocamente, la buena fe del 
contrario. 

Es lento, de veras, el proceso evolucional en las 
ideas; es lento hasta desesperar. Todavía deslumbran 
y seducen hasta a los intelectuales más selectos, los 
espejismos del pasado. La mayoría está aún ofuscada 
por el titilar de la leyenda, que la literatura se ha 
esmerado en mantener, encandilada, a su vez, por el 
ditirambo precedente. Si uno pudiera desprenderse 
de esa traba sugestiva que hasta por causas estruc- 
turales nos cohibe; si uno pudiera empinarse hacia 
lo más alto de la cerebración libre, racional, para 
otear desde allí, se vería quizá un conjunto de 
errores y contrasentidos, algunos despampanantes, 
que imperan, como los ritos, por la ley de la cos- 
tumbre. Se vería, entre otras cosas, por ejemplo, que 
los propios pueblos más civilizados conservan toda- 
vía un apego enteramente ilógico a la panacea an- 
tigua de la violencia, que hacía quemar y matar de 
cien maneras diversas, para mejor convivir. Y no es 
esto sólo lo que habría de sorprendernos. 

En los centros sociales superiores, el "apache", 
verbigracia, vive soñando todavía con la gloria, con 
la propia gloria. Él también encuentra el modo de 
procurarse un sitial en el Olimpo consagrado a guar- 
dar la memoria de los mártires de la fe, o la de los 
grandes guerreros, es decir, el único Olimpo que 
haya podido edificarse: la nombradla, donde se 
suele adjudicar, a veces, un rinconcito también al 
genio científico más benefactor. Auxiliado el apache 
por múltiples estímulos, ambiciona, a su vez, el re- 
cuerdo admirativo de la posteridad, y lo peor es 



[38] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



que lo conquista fácilmente. ¿Cuál de esos trabaja- 
dores infatigables que envejecen en pos de una fór- 
mula científica, ha ocupado tan vivamente la aten- 
ción mundial como el asesino Bonnot, por ejemplo? 
Bien se ve, pues, que todavía en esta materia, como 
en los lejanos tiempos de Er ostra to, basta hacer una 
gran barbaridad para ser inmortal. La condición es 
que la hazaña sea monstruosa; lo demás no importa. 

¿Y puede sorprendernos esta realidad humana? 
No, puesto que las hay aún más abultadas en este 
terreno. Las naciones modernas viven corroídas por 
la necesidad de escuadras y de ejércitos que absorben 
recursos cuantiosos, los que, pudiendo arrasar todo 
lo que se ha construido pacientemente en el planeta 
y todo lo que vive en él, están, asimismo, sometidos 
a una pasividad de parásitos, que semejaría la pará- 
lisis, si no fuera por las guerras coloniales y las gran- 
des maniobras: únicas válvulas de escape para esa 
inaudita acumulación de gases destructores. 

Dentro del campo emotivo cabe todo: lo inverosí- 
mil, lo inconducente, y aun lo contraproducente. Ahí, 
librados al azar de las viejas idealizaciones, y con re- 
cursos modernos, todo puede alcanzar igualmente 
nuestra admiración, y todo puede ser por igual mag- 
nífico: la fuerza, la opresión, el crimen, el absurdo. 
En ese reino arbitrario, se busca como mejor lo más 
abracadabrante. Si hubiera de hacerse un recuento 
de las incongruencias reinantes, se intentaría una 
empresa fácil, si bien larga. Nos cuesta ver, sin em- 
bargo, toda la enormidad de los contrasentidos reinan- 
tes, porque todo aquello que está consagrado por la 
costumbre nos parece superior e indispensable, pre- 
cisamente por razones estructurales, hereditarias, que, 
de no ser así, saltarían a nuestros ojos, como mon- 



[39] 



PEDRO FIGARI 



tañas, las aberraciones que con arreglo a la lógica 
natural detienen la evolución humana; y la violen- 
cia, en la cual cifran todas sus esperanzas los auto- 
ritarios, se ofrecería como el pico más enhiesto, allá 
en lo alto. 

Es en los moldes de la ideología ancestral donde 
es preciso buscar la causa que más obstaculiza el flo- 
recimiento de la racionalidad, si se la quiere reducir 
Es en la persistencia de las viejas formas de idear, 
donde tiene que penetrar el bisturí de disección, si 
se quiere encontrar la raíz de ese mal tenaz que tras- 
ciende en los siglos y que deja que las ideas troglo- 
ditas lleguen a nuestros días y anden con grandes 
gafas en automóvil y en aeroplano, en el propio 
siglo XX. Es en la incondicional e inconsulta admi- 
ración de lo pretérito, donde conviene escudriñar, 
para ver por qué todavía se estima en tanto la vio- 
lencia, a pesar de sus repetidos fracasos. Para que 
bajaran cinco centímetros las orejas del hombre, 
han tenido que correr millares y millares de siglos; 
pero bajaron. Para desalojar ciertas ideas, es preciso 
aún más. La fe en la violencia es una de ellas. 

Todavía se cree sinceramente, por muchos, por 
los más, que sin ese elemento no hay orden posible 
ni seguridad, y esta aberración la sostienen los auto- 
ritarios en todos los estilos imaginables, con toda 
convicción. Así, por ejemplo, volviendo al ya ilus- 
tre Bonnot, cuya suerte hizo vibrar todos los cables 
de la tierra, se piensa que sin el escarmiento ruidoso 
( ¡terrible para los inofensivos burgueses! ) , la vida 
de los felices vecinos de París corría peligro. Hay 
que reconocer, sin embargo, que, si en vez de tratar 
a esos descaminados como a héroes en desgracia, se 
les sometiera, por ejemplo, a duchas frías, en un 



[40] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



sitio poco frecuentado, bien pronto habría de redu- 
cirse su entusiasmo para delinquir estrepitosamente. 
Por de pronto, no contarían con el estímulo de las 
gacetillas minuciosas, para ellos glorificantes, pues- 
to que saben que se las devoran tanto las criadas 
como las mundanas más encopetadas, llenas de 
emoción, lo cual les complace íntimamente, y es así 
que estas siniestras "notabilidades" despiertan la pro- 
pia admiración, cuando no la envidia, de los cerebra- 
dores obscuros de todos los continentes 

Expuestas las imaginaciones al contacto letal de 
las opiniones y comentarios que nunca se vierten 
tan abundosos y absurdos como con estos motivos, y 
al informarse acerca de usos sociales que tan mal 
se avienen con las conclusiones que formula el pro- 
greso científico, quedan sin saber a qué atenerse. 
Hasta los propios jóvenes que se están instruyendo, 
no saben ya qué pensar. 

Si estos cultores del crimen "glorioso" no tienen 
más culpa, a veces, que la de no poseer una brújula 
directriz en medio del desconcierto de las ideas, ni 
una sola razón inhibitoria, , porque nadie se ocupó 
de procurárselas, la sociedad, en cambio, que, por 
hallarse regida por los más preparados, debería 
demostrar cierta superioridad, aunque sea en ejerci- 
cio de su propia defensa, acude todavía al innocuo 
específico de nuestros pobres buenos abuelos: al 
verdugo. Con este lóbrego personaje, que data de la 
prehistoria, y el patíbulo, que semeja esos espantajos 
con los cuales se familiarizan las aves, a fuerza de 
verlos, y se posan encima para cantar, o para rascarse, 
si son rapaces, se querría intimidar a los que no tie- 
nen más vínculo que los ligue a la vida como no sea 
una serie de obscuras miserias, sin eco, y algún pun- 



[41] 



PEDRO FIGARI 



tapié instructivo, cuando no puros despechos, y es 
claro que al fin los apaches concluyan por burlarse 
del instrumento y del verdugo, y hasta que lo vayan 
a buscar para que les corte la cabeza, no sin hacerla 
pagar bien cara, a veces. Si se arrepienten, es tarde 
ya para que de ello saque provecho alguno la so- 
ciedad 

Nos parece esfuerzo perdido el querer comprimir 
por el terror a los desalmados, a los coléricos, a los 
desesperados, a los sobreexcitados, antes de haberlos 
aquietado, por lo menos; no obstante, se les quiere 
conminar al respeto de la sociedad oponiendo a su 
inhumanidad o a su iracundia una represalia san- 
grienta, y aun estrepitosa. Veremos, ahora, qué re- 
sultados se obtienen por el nuevo agente nihilista, 
la dinamita. Es preciso reconocer que en el orden de 
usos emocionales perduran, a veces, como insusti- 
tuibles, las mismas ideas que forjaron nuestros an- 
tepasados en instantes en que estaban preocupados 
con otros asuntos más premiosos que el de forjar 
ideas. 

Es claro que planteada la cuestión social en el te- 
rreno de la opresión, más bien que en el de la coope- 
ración, dentro de la equidad, resulta indispensable el 
uso de la fuerza y el aparato de la misma- El opre- 
sor, por hábil que sea, no puede persuadir al opri- 
mido sino por la fuerza o la amenaza; ¿pero es 
necesaria positivamente la imposición ? Nosotros 
creemos que no, por lo menos como regla fundamen- 
tal de convivencia, y sería en verdad singular que 
el ser más inteligente del planeta tuviera que usar 
de los medios más brutales para vivir en sociedad y 
disfrutar de la vida. La violencia es un residuo de 
barbarie que, a causa de la costumbre, nos parece 



[42] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



una necesidad. El famoso explorador inglés Livíngs- 
tone vivió entre caníbales africanos, inerme y pobre, 
y se hizo respetar, no obstante, y aun amar, precisa- 
mente porque no usó de la fuerza m de la amenaza; 
en cambio, otro explorador, también inglés, Stanley, 
que confió demasiado en la fuerza persuasiva de los 
explosivos, tuvo que librar batallas y batallas para 
cruzar por entre las tribus africanas. 

Planteada la paz social y política, interna o ex- 
terna, fuera de toda equidad, se entra en lo arbitra- 
rio, donde el orden es una apariencia, una ficción, 
puesto que es la simulación del orden por medio de 
la fuerza. No tan sólo se trata de un antagonismo 
radical de opiniones, — que esto sería poco — , sino 
de un antagonismo radical, casi vital, de intereses. 
Y es de asombrar que en la época del microscopio, 
del telescopio, de ios sueros, del vuelo, de las ma- 
ravillas mecánicas, de la radiografía y de los proce- 
dimientos tan ingeniosos que permiten vislumbrar, 
divisar la inmensidad de los mundos, no hayan po- 
dido verse aquí, en nuestra pequeña isla, — diríamos 
covacha, si no fuera nuestra — , cosas tan claras y 
sencillas. Es así que al par que se predicen los eclip- 
ses y los fenómenos sísmicos, no se advierten nues- 
tros lunares más grandes, casi tan grandes, a veces, 
como el mismo planeta; y al lado de cosas esplen- 
dentes, se ven otras de una opacidad de tinieblas, 
remoras estúpidas y hasta crueldades salvajes de 
pigmeo africano en medio de actos soberbios, no ya 
de las declamaciones sentimentales, esas mismas que 
hacen caer los calcetines de los tontos, al escucharlas. 

No se hace un recuento juicioso de lo que sirve 
y lo que no sirve aí hombre y a la especie. En vez 
de atenernos a los anhelos racionales, nos dejamos 



[43] 



PEDRO FIGARI 



seducir aún por las promesas del sentimiento, sin 
advertir que ellas no pueden salir de la proclama, 
que es su línea de flotación, y así van subsistiendo, 
a través de los siglos, los antiguos conflictos y sus 
consecuencias, perdurablemente. No se 'tiene bastante 
confianza en el razonamiento. 

Cuando se entra al dominio emocional, se entra 
al reino de lo arbitrario. "Quelques notes de rnusique 
— dice Moreau de Tours al tratar de las ilusiones 
sensoriales del hachich — plongent dans d'infinies 
délices"; y esto mismo es lo que mas caracteriza el 
campo emocional. Así como bastan unas notas mu- 
sicales para deleitar, basta, a veces, también, una pa- 
labra, una mueca, una mirada, para provocar esta- 
dos mentales en las mismas antípodas de la delicia. 
De todo hay en esa viña. Rige una desproporción 
pasmosa en la lógica emotiva, y eso mismo, quizá, 
es lo qie le depara prestigios tales, que los más 
piensan aún que la vida quedaría privada de todo 
encanto >i se desvaneciera el ensueño a base de vie- 
jas quimeras nimias, y así se relega el deleite de be- 
berlo en los campos del conocimiento, donde también 
hay fuentes riquísimas, esas, sí, ubérrimas, para el 
propio encanto, vírgenes, puede decirse, en tanto 
que se liba ansiosamente en los fláccidos senos, de 
la fábula Es tal la obsesión del ensueño fabuloso, 
es tal el afán de dar caza al monstruo alado en los 
dominios de la ilusión retrospectiva, absurda, del re- 
lato tradicional deformado de mil maneras, que no 
se advierte que allí, por lo común, no se recoge otra 
cosa que el leve mariposeo efímero de la propia lu- 
cubración, confinada, en definitiva, dentro de una 
caja de hueso que sólo mide algunas pulgadas, es 
tal ese encandilamiento, decimos, que ni se detienen 

[44] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



los vates a considerar la poesía inmaculada aún de 
una cueva de trogloditas, no ya de la iniciación de 
las formas de la vida o de la fauna y la flora, tal 
como las revelan los investigadores pacientes, o el 
fósil multimilenario, donde también aletea el miste- 
rio fecundador del ensueño con revuelos capaces de 
sorprender la imaginación más fantástica. 

Si no fuera porque el secreto de esta fascinación 
de la quimera está en nuestra propia estructura, mol- 
deada precisamente en los cuños del pasado, no 
podría explicarse auge tan extraordinario en los 
mismos instantes en que la racionalidad realiza ver- 
daderos prodigios, si puede usarse de este vocablo 
sin penetrar en el caos de lo sobrenatural 

Esa propia desproporción de causa a efecto que 
caracteriza el reino embriagante de la emoción, la 
misma que delata su inferioridad, es la que constituye 
su gran título, entre los legionarios del ensueño. No 
nos ocupemos de los que tienen gustos bajos y vul- 
gares. Hemos visto a dos espíritus de los más selec- 
tos, Guyau y Sergi, extraviarse en esos dominios de 
la quimera: ¿quién podría sostener que en ese te- 
rreno están a su verdadero nivel intelectual? Ahí, 
lejos de manifestarse la excelsitud del intelecto, se 
pone de relieve la predisposición ingénita a comul- 
gar con la falacia, con lo estrambótico, con lo inve- 
rosímil, con lo propio contradictorio. En este domi- 
nio de la ilusión, lo mismo encanta la novela fan- 
tástica que la ficción teatral, que la poesía lírica, el 
cuadro, la estatua, el dije, el bibelot, el autógrafo, la 
tela o el libro o el arma antiguos, un sonido, el 
tono violáceo de un reflector sobre una bailarina, 
que semeja una diosa, tal como nos la describe la 
imaginación de nuestros más remotos antepasados. 



[45] 



PEDRO FIGARI 



Cada cual aplica a su manera los labios, sedientos 
de ensueño, a la boquilla del narguile embriagador. 
Los mismos que han juntado caudales a fuerza de 
privaciones, y que acaso por no ceder un dólar, a 
veces han sido crueles, también quieren soñar, y 
para ello pagan fuertes sumas sin reparo, expuestos 
a no lograr ese deleite codiciado, y aun a ser enga- 
ñados, como los salvajes, con abalorios. 

Si bien la investigación ha realizado tantas con- 
quistas que transforman el cuadro de las orientacio- 
nes de la inteligencia, los soñadores siguen soñando 
con lo mismo de antes. Así, por ej., se estiman los 
viejos lienzos plomizos, ahumados, opacos, en tanto 
que el impresionismo tiende a fijar los aspectos per- 
petuamente fugaces del espectáculo cromocinemato- 
gráfico de la naturaleza, y la arquitectura apenas si 
advierte que se van encendiendo nuevas "lámparas", 
según el vocablo de Ruskin. Los cultores del pasado 
quisieran volver atrás, como lo mejor, para comuni- 
carse con la fábula deslumbrante. 

Cuando el "arte nuevo" comenzó a sacudir sus 
alas, como un ave que se apercibe para un largo 
vuelo, se le recibió como se recibe la orden de des- 
pertar por la mañana. ¡Qué digo! Pareció la más 
grande insensatez. Ni se sospechó que por debajo de 
aquellas culebras retorcidas, torturadas, soplaba una 
brisa fresca, vivificante, quizá la misma que hacía 
retorcer esas propias culebras, y capaz de aligerar los 
cerebros calenturientos de los más perezosos dormi- 
lones. Esa brisa, originaria de las regiones del cono- 
cimiento, sin duda alguna, comenzó a interpelar a 
los que cerraban los oíos para seguir platicando con 
las musas fabulosas, y hoy es ya sorprendente el efec- 
to producido. A los más reaccionarios se les puede 

[46] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ver ahora contemplando con recogimiento lo mismo 
que antes reputaban sencillamente escandaloso y 
grotesco. Es la historia de siempre. 

Los acuarelistas ingleses, como los maestros de 
Barbizon y otros cien más que tuvieron que ceder 
sus telas por un plato de lentejas, como innovadores, 
si resucitaran, al saber cómo se cotizan sus lienzos, 
pensarían que el mundo se ha vuelto loco. Y algu- 
nos de ellos hasta pudieron ver este pasmoso cambio. 

En ese extraño reino de la antinomia emotiva, 
donde todavía las dríades siguen unidas a su árbol, 
en tanto que galopan briosos centauros por abruptas 
laderas, con igual lógica con que los europeos bailan 
de frac y guante blanco el "cake-walk", la machicha, 
o la danza del ''apache", y en que el daltoniano dice 
"verde", lleno de convicción, cuando los demás 
dicen "rojo*', y los poetas cantan al verde "cotorra" 
de nuestras cuchillas, es decir, al mismo que deni- 
gran las mundanas, en que el mahometano se siente 
renacer cuando el almuédano lo convoca desde la 
mezquita, mientras los budistas se ríen de él, allí se 
verá también agradecer a Dios el propio bien que 
se menosprecia. En ese reino, son nuestros antepasa- 
dos los que gobiernan, al revivir en nosotros mismos. 
Al evocarlos, ellos, que dormitan en el fondo de 
nuestro ser, se levantan y desfilan fosforescentes ante 
nuestros ojos maravillados, haciéndonos ver las cosas 
más extraordinarias. Quizá, por un esfuerzo evocato- 
rio, pueda reabrirse todavía una visión archipretérita 
del pitecántropo locuaz, del propio prosimio tal vez, 
del lemuriano. Allí, en esos dominios, todo es igual- 
mente lógico y posible. 

Esa crueldad felina, salvaje, que nos hace desear 
un arma cuando pasa un ave a nuestro lado, esa frui- 



[47] 



PEDRO FIGAIU 



ción íntima que experimentamos al romper con es- 
trépito un objeto inservible o, a veces, al matar un 
insecto inofensivo, o al destrozar una planta, por 
puro placer, ese respeto religioso a lo ignoto, al mis- 
terio; esa semi religión que rendimos a las brujas en 
la niñez, la que nos hace divagar todavía al ver los 
vientres amarillentos de los ofidios que exhiben en 
sus lóbregos escaparates los holgines y adivinas; esa 
supersticiosa credulidad que nos hace prestar oído 
atento a lo inverosímil, a los milagros, a las proezas 
imposibles, a los gestos más portentosos de los per- 
sonajes más fantásticos: todo ese detrito indefinido 
e indefinible que forma en los lechos más hondos 
de nuestra individualidad, como se asientan unas so- 
bre otras las capas geológicas, es el terreno en que 
más profundamente arraiga la emoción, y es en esa 
planta misma donde florece también, por una cul- 
tura especial, el más exquisito deleite estético del 
ensueño. 



III. SUPERIORIDAD DE LA IDEACION 

Nos hallamos, puede decirse, en el punto en que 
el idealismo sentimental cede ante las demostracio- 
nes de la razón. Después de la accidentada etapa re- 
corrida en la vía especulativa, vuelve el hombre, de- 
cepcionado, al culto de la Realidad, para encontrar 
ahí mejor acomodo 

Es instructivo constatar que nada, ni los propios 
espejismos miríficos, han podido conmover al hom- 
bre de su centro de gravedad: el instinto, que lo in- 
cita a vivir y a mejorar su condición dentro de su 
ambiente natural Por más que bajo el dictado de las 



[48] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



conclusiones especulativas la vida fue, a veces, un 
valor desdeñable, no por eso ha dejado de estimarse, 
y en el cúmulo de aspiraciones diversas, siempre 
pudo, y puede verse, que cada cual busca su lote 
terreno, si bien por distintas vías: el deleite mun- 
dano; el culto del músculo, por el placer orgánico; 
el culto de la inteligencia, por el placer de cerebrar; 
el poder, por el afán suntuoso, por la pasión de do- 
minar, de imponer; el oro, por la facilidades que 
apareja, etc, etc.; pero son pocos aun los que esti- 
man la vida misma, aunque fuera de ella todo sea 
negación. 

Reaccionando contra el desencanto que ha produ- 
cido el fracaso de los viejos idealismos, tan acredita- 
dos como ineficaces; en el desconcierto general de 
opiniones que caracteriza el momento actual de 
transición, más que nada, quizá, revolucionario, por 
un lado se entonan salmos a la caridad, a la paz, a 
la confraternidad, al añejo ascetismo, y, por el otro, 
himnos lujuriosos al individualismo epicúreo, a la 
fuerza, al músculo, al oro. Parece, en ciertos momen- 
tos, que se hubiera perdido todo derrotero, y que no 
se supiera qué hacer. 

Todos estos extremos los consideramos igualmen- 
te inaceptables No hablemos de las peroraciones 
sentimentales, que tan abiertamente riñen con la 
realidad Al propio tiempo que se declaman, se ob- 
serva que la acción está por completo en desacuer- 
do con ellas. A la vez que se proclama la confra- 
ternidad, la caridad, la paz, el respeto a la vida, los 
grandes astilleros y talleres nacionales se esmeran 
en construir máquinas de guerra; al par que se hace 
la apología de la castidad, se reglamenta la prostitu- 
ción; al mismo tiempo que se pregona la sagrada 



[49] 



PEDRO FIGARI 



inviolabilidad de lo ajeno, todo el esfuerzo conspira 
con mil artificios contra la propiedad; por un lado, 
se condena severamente el juego por el idealismo de 
los moralistas, como por la ley, y por el otro, el 
juego se manifiesta de todas maneras, tanto subrep- 
ticias como francas, y aun oficiales 

Las leyes y los preceptos morales prescinden, a 
veces, por completo, de las exigencias orgánicas, y 
parece que pretendieran imponerse como moldes de 
confección. En vez de tender a ordenar la actividad 
natural, . querrían desviarla de sus cauces normales, 
aunque sea en abierta oposición con la propia natu- 
raleza, cuyas leyes, sí, son sagradas e inviolables. Es 
de taÍ l4 tttfcfrte que, en medio de las convenciones ar- 
bitrarias de los hombres, que mantienen a las socie- 
dades en estado de latente rebelión, forzosa, inevi- 
table como un rebote, siempre se observará que las 
reacciones se producen como un sometimiento inde- 
fectible a la realidad, y así vemos fracasar, en defi- 
nitiva, todo intento de deformación de la naturaleza, 
con aneglo a una inexorabilidad inquebrantable. 
Desde que todo es naturaleza, inclusos nosotros, ¿có- 
mo podríamos consumar el absurdo de contrahacerla ? 

Por más que las peroratas sentimentales hayan pa- 
recido tan superiores, cada día se ve más claro el 
triunfo de la ideación encaminando al hombre, por 
el convencimiento también, como lo está orgánica- 
mente, en el carril de la realidad. Los viejos idealis- 
mos, todos se disipan como nieblas. El ideal natu- 
ral, más positivo y, por lo tanto, inmejorable, va 
desalojando todas las fantasías, una tras otra. Dentro 
de las sociedades humanas, sea cual fuere su grado 
de cultura, puede observarse que todas las reformas 
se seleccionan dentro de la ley inmutable, tendiendo 



[50j 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



a ajustarse a sus mandatos, y lo que pareció una as- 
piración descabellada en esa vía, va perfilándose más 
y más netamente como una promesa, si no como 
una realidad, por entre la red de convencionalismos 
antojadizos que trazó la ignorancia de nuestros an- 
tepasados, de igual modo que, en esa misma vía, 
se rectificarán, uno a uno, los de nuestros días, por 
las generaciones que subsigan. A pesar de la rutilan- 
te aureola literaria con que se muestran esas visiones 
fuliginosas que nos trasmite la tradición, temblo- 
rosa aún, tan llena de fervor como de espanto hacia 
las terribles leyendas seculares, todos los espíritus se 
sienten cada vez más independizados al experimen- 
tar ios beneficios del razonamiento libre, y se dispo- 
nen a disfrutar de las ventajas del conocimiento ra- 
cional» Por eso es que las disquisiciones idealistas, a 
pesar de hallarse tan acreditadas han tenido que 
ceder siempre ante el raciocinio, y cada día más. 

Al observar lo que ocurre en el proceso evolutivo, 
se advierte, pues, por un lado, que las formas racio- 
nales prevalecen, y, por el otro, que las propias lu- 
cubraciones emocionales se van integrando con ra- 
ciocinios que las rectifican, indefectiblemente, y, al 
hacerlo, van adaptando al hombre y a las sociedades 
cada vez más estrechamente a la realidad en la faz 
ideológica, como acontece en todo lo que es mate- 
rial. Este hecho constante demuestra, de un modo 
irrebatible, la superioridad de la ideación, la que 
triunfa y perdura así, en todos los dominios, ya sea 
en los de la acción como en los del pensamiento. 

Todas las formas selectivas, en toda la escala or- 
gánica, se rigen por un plan racional. Este factor, 
pues, se nos ofrece, por un lado, como una ley co- 



[51] 



PEDRO FIGARI 



mún infranqueable, y, por el otro, como la ley más 
provechosa. ¿Qué más es preciso para acatarla y 
también para decidirnos a secundar su acción bien- 
hechora? 

Es a la vida que debe entonarse el gran himno, 
y a la razón, que nos asocia a la naturaleza y nos 
permite disfrutar de tanto bien. 

Si las idealizaciones pueden también concurrir, 
por su parte, a la obra de selección y de mejora- 
miento, ha de ser a condición de que ensalcen lo que 
nos eleva, y no lo que nos detiene y nos paraliza. El 
culto a lo viejo, sólo por viejo; al oro, como fuerza; 
al músculo, fuera de la idea, fuera del ideal que nos 
independiza y nos libera, es peor que erróneo, in- 
conducente, y aún contraproducente, como lo sería 
el aplicar energías para reducir un torrente que 
arrasa, y que, al arrasar, no tan sólo acarrea la pér- 
dida del esfuerzo, sino también el desaliento. Las 
idealizaciones del lujo por el lujo, es decir, por la 
ostentación de nuestra vanidad, que nunca es tan 
vacua como al exhibirla; las idealizaciones del po- 
derío, como inclinación a oprimir; del trabajo, como 
medio de dar un día amplio ensanche a nuestras 
pequeñas pasiones todo este clamoreo altisonante, 
jactancioso y vocinglero, lejos de favorecernos, es 
perturbador y pernicioso, por cuanto nos desvía de 
la senda natural que nos conduce hacia metas más 
racionales y más elevadas, por lo mismo. 

El oro, por ejemplo, tan aclamado y codiciado, 
está muy distante de ser un maravilloso agente de 
progreso y de prosperidad. ¿Qué es el oro, en resu- 
men? Un recurso, como el acero, como el músculo, 
como la pólvora, que tanto pueden servir para una 



[52] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



obra generosa como para una infamia. Así como el 
músculo se aplica a extraer útilmente de la tierra sus 
tesoros, con igual docilidad clava un puñal por la es- 
palda. Fuera de la idea a que se aplica, y la propia 
idea fuera de la racionalidad, son valores arbitrarios. 

Son las ideas, pues, las ideas encaminadas en el 
conocimiento , las grandes palancas, los grandes pro- 
pulsores del progreso. Basta un descubrimiento, una 
comprobación científica, para que el oto, el músculo, 
el acero, la idea, todo se ponga a su merced, como 
un esclavo. El raciocinio es el agente, lo demás le 
rinde vasallaje como brazo ejecutor, en el mejor de 
los casos. Merced al raciocinio es que la fuerza, la 
propia fuerza, se ha sometido Los estados modernos, 
cargados de máquinas de matanza, quedan inmovili- 
zados como Hércules sudorosos, bajo el peso de sus 
propias armas, y corazas, tan agobiados por el es- 
fuerzo que hacen para conservar su enlucido, cuanto 
por el que hacen para no herir. El armamento es 
hoy más bien una razón diplomática que un recurso 
de acción, fuera de los simulacros y de las empresas 
fáciles de dominio, realizadas por una "entente", 
como si fuera un episodio en maniobras. Esos enor- 
mes leones de hirsuta melena se muestran los col- 
millos y las garras, y rugen, mas difícilmente se 
lanzan ya a un cuerpo a cuerpo mortal. Eso es obra 
del raciocinio. Éste va, paso a paso, indefectible- 
mente, realizando su obra de equidad, que es sabi- 
duría. 

Los emotivos dudan siempre de los efectos del ra- 
zonamiento, y entienden que por momentos puede 
reproducirse lo mismo que ocurría en la antigüedad. 
Esperan en todo instante h reaparición de los viejos 
tiempos. Autóctonos del pasado, enamorados ímpe- 



[53] 



PEDRO FIGARI 



intentes de lo que fue, creen íntimamente que las 
disquisiciones racionales se estrellan todas ante la 
soberbia de la pasión humana, inextinguible y, por 
lo tanto, " valor respetable"; pero no advierten 
que al magnificar asi la soberbia pasional, se re- 
fieren a las propias pasiones, de tal modo que 
cambian de conversación apenas se les habla de la 
respetabilidad de las pasiones de los demás. Ellos 
razonan de un modo realmente singular. Les parece 
forzoso que París, como hombre, y, por lo tanto, 
esclavo de sus pasiones, tuviera que poseer a Helena, 
a trueque de la guerra misma, sin sospechar que sus 
temibles legiones pudieron fácilmente disuadirlo de 
la empresa. Para consumar tales milagros, basta que 
se informe la conciencia; y poco a poco ella se in- 
forma. 

El oro mismo se ha domesticado. Ahora no está 
por completo contraído al orgullo y a las veleidades 
del amo. Al contrario, ya se invierte por toneladas en 
dar instrucción y en obras de utilidad pública, lo 
que equivale a decir que está sometido a los ideales 
de la razón. El mayor lujo de los multimillonarios 
es su munificencia: el dotar de escuelas, bibliotecas, 
asilos y hospitales al pueblo, para no perder su con- 
sideración. ¡Qué cambios se han operado! El lujo 
mismo, con ser tan señorial, comienza a evolucionar 
hacia el confort, dado que el lujo puramente osten- 
sivo comienza a ser hasta de mal gusto. Lo viejo, en 
vez de ser un asunto de culto incondicional que se 
tributa a fuerza de genuflexiones, tiende a ser una 
documentación instructiva, diríase corao los fósiles, 
si no fuera esto una irreverencia. 

Tienen razón los aristócratas cuando dicen que ya 
no se puede vivir. Según ios antiguos relatos, los 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



príncipes y los millonarios semejan semidioses con- 
sagrados a la dulce tarea de paladear las primicias 
que el poder y el oro proporcionan, y hoy, ya, en 
tanto que los modernos magnates y los Cresos viven 
abrumados por la propia fuerza de su poder o por el 
peso de su oro, como los guerreros de antaño gemían 
bajo sus ricas armaduras cinceladas, los pobres la- 
briegos cantan, libres de carga, en sus chozas. 

¿ Podrá encontrarse algo más racional y lógico 
que todo esto? Los grandes acumuladores, los que 
quieren juntar más aprovisionamientos y más fuer- 
za de la que han menester, resultan víctimas de 
ese exceso de previsión, como suele acontecer a los 
que comen más de lo necesario. Hasta los propios 
eruditos sienten, a veces, los inconvenientes de un 
exceso. Los mismos espíritus más fríos y calculistas, 
a menudo, por un error cualquiera, quedan encandi- 
lados ante los engañosos fulgores de una idealiza- 
ción unilateral, excluyen te y defectuosa, pierden el 
hilo conductor de la ideación y se nos ofrecen ya 
como líricos ilusos, en tanto que ellos se suponen 
espíritus prácticos de la mejor calidad. 

En ningún sentido es aconsejable la unilateralidad, 
en el campo ideológico, si puede serlo la especiali- 
zación; y en ningún sentido es conveniente la incon- 
sulta superposesión de bienes, que trueca el bien en 
molesta carga, por más que se la suponga tan digna 
de envidiarse. Es dentro del equilibrio de las faculta- 
des y en el libre estadio de la acción donde se es- 
grime el esfuerzo natural, el más proficuo y saluda- 
ble, sobre todo cuando las facultades ejecutivas de 
avance cuentan con el concurso de un sesudo con- 
tralor crítico. 

Por encima de los lirismos, menos generosos de 



[55] 



PEDRO FIGARI 



lo que parecen, por otra parte; por encima de la 
fuerza, menos poderosa de lo que se supone, reina 
el instinto, aunque todavía se le disimule como algo 
inconfesable, si bien prima, a veces, con verdadera 
ferocidad, hasta por debajo de las mismas homilías 
beatíficas, dulces como la miel. Casi podría afirmar- 
se que a favor de esas declamaciones que denigran 
el instinto como elemento inferior, siendo, como es, 
"necesario", y respetable por lo mismo, éste se in- 
sinúa de mil maneras insidiosas, con artificiosidad, 
doblemente temible, porque sorprende y traiciona. 

Es inútil, pues, que nos esforcemos en deformar 
la naturaleza, peor que inútil, es insensato. Por 
mucho que se ensalce la confraternidad, siempre lla- 
maremos buen tiempo al que riega nuestras patatas 
antes que las del vecino. 

Se ha pretendido sustraer al hombre de la natura- 
leza, sin advertir que está sometido a sus leyes como 
un insecto, como un grano de arena. Se ha pensado 
que para el hombre, dada su excepcionalidad, es pun- 
to menos faltar a las leyes naturales, que eludir una 
ordenanza, y toda vez que se ha intentado una trans- 
gresión, han debido palparse las consecuencias más 
lamentables. AI hombre, que por su propia estruc- 
tura hasta le cuesta pensar, cuando llueve copiosa- 
mente, que a pocos kilómetros brilla un cielo sere- 
no; al hombre, que mira como una irreverencia la 
alegría, si está triste, o la tristeza, si está alegre, se 
le ha hecho entender que es un ser extraordinario en 
la naturaleza, y que puede sustraerse a los mandatos 
instintivos, cuando ni hay fuerza, ni persuación si- 
quiera, capaz de hacernos parecer, por un instante, 
menos superior de lo que es todo lo que nos interesa. 
Entretanto, se pretende imponer el propio criterio a 



[56] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



los demás, como insuperable, en el orden filosófico, 
moral, religioso, político, económico, a veces con la 
mayor arbitrariedad, y hasta se emprenden cruzadas 
en tal sentido y también perfectas campañas milita- 
res; y a esto se llama civilizar, aunque la prédica se 
haga por la boca del fusil. Lo que nos es personal, lo 
que nos interesa, ;de tal modo nos parece superior! 

En este embrollo descomunal de prejuicios y abe- 
rraciones, involucrados, identificados con nosotros co- 
mo nuestra estructura, que es tradicional, así mismo, 
la ideación tiende a abrir por doquiera una brecha, e 
impera así que concreta una verdad. No es el múscu- 
lo, ni la energía, ni el oro, pues, la gran fuerza: es 
la razón. Ella es la que realiza todo progreso. Basta 
que se constate una ley natural, un hecho general 
dentro de la realidad, para que se imponga un pro- 
greso como una necesidad a llenarse. 

El arte -humano, puesto al servicio de las orienta- 
ciones sentimentales, ha llegado a todos los desplan- 
tes. Puede decirse que ha servido para explorar los 
más falsos senderos. De ahí, es verdad que han po- 
dido cosecharse muchas enseñanzas provechosas, pe- 
ro también lo es que la máxima enseñanza recogida 
es la de que fuera de la realidad, y fuera del cono- 
cimiento, como guía segura de adaptación al ambien- 
te natural, no hay que esperar más que decepciones 
y contrastes. La guía emocional no nos ha indicado 
ninguna senda firme, estable, en ese esfuerzo peren- 
ne que realiza el organismo para ceñirse a su medio, 
y si no fuera porque el instinto razona, por más que 
la imaginación sueñe; si no fuera ese soberano regu- 
lador, hace ya tiempo que no habría huellas del 
hombre en el planeta, si pudo dejar una sola sin él. 
Tan solícito es este vilipendiado ¿nstinto egoísta, 



[57] 



PEDRO FIGARI 



que hasta en los propios mayores extravíos nos ha 
asistido y amparado. 

Por más que los filósofos también hayan soñado, 
la guía instintiva ha regido por dentro de todas las 
veleidades, inflexiblemente, y de ahí que veamos a 
los hombres, como a los demás organismos, empe- 
ñados en ajustarse a las exigencias de su propia 
complexión natural Los propósitos mas rebeldes, co- 
mo los más ingenuos, se han sometido así, poco a 
poco, a los deberes consiguientes a la ley de adapta- 
ción del ser a su medio. El instinto, por la ideación, 
lleva a la humanidad hacia su meta progresiva, a 
través de todas las vicisitudes. 

De este esfuerzo surgen los nuevos horizontes y 
las nuevas esperanzas; de este esfuerzo nace la eman- 
cipación del espíritu, antes oprimido, torturado, co- 
mo el alma de un malhechor Tal renacimiento, 
que ya esboza promesas de igualdad, no ya social, si- 
no humana también, dentro de un concepto de jus- 
ticia más elevado, precisamente, porque es más posi- 
tivo, y menos sentimental por lo mismo; tal resur- 
gimiento, decimos, se debe, más que a nadie, a los 
naturalistas, a los mismos a quienes se escarnecía en 
tanto que se fatigaban ''contando las partículas de 
polvo", al tiempo que declamaban alto los soñado- 
res. Al abarcar el proceso evolucional en sus linca- 
mientos generales, se advierte la presencia de la idea- 
ción paciente, ingeniosa, dúctil y perseverante, ágil y 
tenaz, en su empeño de ajustar los medios de acción 
a los fines orgánicos, como aspiración superior, y al 
operarse este proceso por una selección cada vez más 
razonada, por ser cada vez más consciente, se ve me- 
jor que los viejos idealismos sentimentales eran im- 
potentes para satisfacer las aspiraciones del hombre, 



[58] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



siempre más elevadas, siempre crecientes, y cada vez 
más lógicas. 

Por entre las divagaciones y ampulosidades emocio- 
nales, se ha insinuado la ideación como una cuña dis- 
puesta a abrir en dos el bloque enorme de la entidad 
sentimental, donde han de penetrar, en sus propias 
entrañas, los beneficios de la luz. Es ella la que va 
escondiendo el antes vitoreado patíbulo, la que va 
diseminando la instrucción, la que va defendiendo la 
vida, la que inmoviliza los ejércitos, transformándo- 
los casi en maniquíes que exhiben armas en desuso; 
es ella la que hace "vivible" la existencia al disipar el 
terror al misterio y al condenar la opresión, que tan- 
to encarecían nuestros antepasados. 

Queda, y quedará siempre, un margen inmenso 
para las idealizaciones arbitrarias, como refugio de 
los soñadores, y para solaz de todos; pero los mismos 
emocionales más recalcitrantes tendrán que asimilar 
las verdades científicas, quieran o no quieran, para 
acompañar el proceso evolutivo, y así como el espí- 
ritu positivista será cada vez menos idealizador, el 
sentimental será cada vez más ideador, puesto que la 
ideación es la forma superior de nuestra cerebralidad 
intelectiva, y tiene que sobreponerse ai ensueño. Es 
la forma culminante. 

La propia emoción estética, que es la floración 
más selecta y exquisita del campo sentimental, se 
abrirá cada día más en el sentido cognoscitivo, hasta 
llegar a confundirse con el deleite compensador del 
esfuerzo de la inteligencia que va independizando y 
elevando al hombre por el raciocinio; y es de este 
modo que el ideal humano se hará más y más com- 
patible con las formas equitativas de convivencia. 



[59] 



PEDRO FIGARI 



IV 

PERFECTIBILIDAD 



I. EL MEJORAMIENTO HUMANO 

El hombre evoluciona, y, al evolucionar, mejora. 

Nosotros nos hemos aplicado a demostrar esto del 
modo más claro y preciso que nos ha sido posible. 
Ahora vamos a intentar la demostración de que el 
hombre, por su parte, puede concurrir a esa obra na- 
tural, magnífica, dentro de cierta medida, por lo me- 
nos; y si lográramos evidenciar que él es no sólo per- 
fectible por obra de su misma estructura y de acuerdo 
con la ley natural, sino que puede perfeccionarse por 
su propio esfuerzo, creeríamos haber hecho algo de 
positiva utilidad, puesto que, a nuestro juicio, no ad- 
mite duda el que uno de los servicios provechosos 
que puedan prestarse al hombre, sea cual fuere su con- 
dición, es el de sustraerlo a las fascinaciones del pa- 
sado, — ideal regresivo — , limando ese dogal que ela- 
boró él mismo en los siglos, aterrorizado y encantado 
a la vez por sus propias quimeras, el que lo oprime 
todavía, al punto de no permitirle a veces disfrutar 
del bien insustituible de la vida. 

El hombre, ante todo, debe hacer honor a su inteli- 
gencia. La peor de las anomalías que pueda ofrecerse 



[60] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



en los dominios biológicos, es que el ser más inteli- 
gente sea el más abrumado por cavilaciones, el que 
vive más desasosegado, más infeliz. 

La especie humana no utiliza los soberbios recur- 
sos de que dispone. Fuera de sus progresos "materia- 
les", si puede decirse así, desde que todo progreso 
siempre responde a una idea, todavía la mente está 
inquieta, trabajada por todo género de preocupacio- 
nes arbitrarias y artificiosas, cuando no por desvarios 
congojosos y absurdos. Para muchos, aún hoy, la pro- 
pia existencia es una carga pesada. Basta esto, para 
ver que el mismo * amo y señor" del planeta ha caído 
en la más lamentable de las aberraciones metafísicas. 

Desde que la humanidad se echó en brazos de la 
superstición, en vez de buscar en las leyes de la na- 
turaleza, y dentro de sí mismo, los elementos de que 
ha menester para disfrutar de la existencia y para me- 
jorar su condición; desconocida la realidad como su 
mejor ambiente; puesto el hombre en contradicción 
con ella, que es contradecirse a sí mismo, desde que 
él también es "realidad", se han producido los efec- 
tos de tan enorme desvío, y ha tenido forzosamente 
que deplorar las consecuencias. 

Con todo, es tan optimista y generosa la naturaleza, 
que, a pesar de tamaño descarrío, a pesar de las fal- 
sas marchas y contramarchas, de los contrastes, de 
los fracasos y desencantos, tan reiterados, tiende ella 
misma, solícitamente, a reparar sus yerros, adaptán- 
dolo a su medio por el conocimiento, y a medida 
que lo adapta, mejora su condición- ¿Puede ser más 
espléndidamente generosa la ley de la naturaleza? 

Desde luego, es algo ya el que podamos constatar 
que por más que nos desviemos, esa misma entidad, 
antes tan temida y ahora desdeñada, nos repone en 



[61] 



PEDRO FIGARI 



la mejor senda. Esto, que parece fatal, mejor dicho, 
magníficamente fatal, no es todo fatalidad, por cuan- 
to a ello concurrimos también de un modo intuitivo, 
instintivo: concurrimos "como parte que somos de la 
naturaleza", como organismo que la integra, someti- 
do, como lo demás, al ritmo soberano del ''todo" que 
nos contiene. 

La ilusión de que podemos prescindir de la rea- 
lidad "externa", cuando somos todos y todo realidad 
interna y por lo mismo integrante, esencial, indivisible, 
idéntica a sí misma, porque no hay más ni puede 
haber más que realidad, esa ilusión ha mantenido al 
hombre en la quimera colosal, disforme, de que podía 
sustraerse a ella para mejorar su condición, y esta 
falacia máxima lo ha ofuscado durante largos siglos, 
poniéndolo en oposición consigo mismo, como ene- 
migo de sí mismo. 

Los filósofos más o menos fatalistas, por su parte, 
impresionados por la estrictez de la lógica dentro de 
la cual se rigen los fenómenos naturales, inclusos los 
de la propia vida orgánica que son simples modali- 
dades de la realidad integral, piensan que todo está 
predeterminado, hasta los mismos detalles de la evo- 
lución; y otros, como Spencer, por ejemplo, creen que 
las propias cosas que hoy reputamos malas, y aun 
las religiones más groseras, han sido benéficas, si 
se las considera del punto de vista del ambiente en 
que han existido. 1 Debemos creer que hay en esto 
un verdadero paralogismo. Es cierto que el ingenio 
humano se ha aplicado mcondicionalmente, en cada 
momento, a servir las exigencias presentes, que fue- 



1 H Spencer Essats sur le progres, "L'utihté de Tanthro- 
pomorphi5rae pág 114, v fr. 



[62] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ron entonces, como son hoy las nuestras, fruto de 
las vinculaciones de cada cual con el medio; pero 
no es menos cierto que esto ha podido rectificarse 
y mejorarse, como podemos hacerlo ahora, y podrá 
hacerse siempre, dentro de lo relativo, naturalmente. 
De otro modo sena preciso justificarlo todo, hasta 
el saqueo, el crimen, la matanza. 

Lo que hay de positivo, es que cuanto poseemos, 
todo se debe a nuestros antecesores, sin excluir a los 
trogloditas y a sus propios antepasados; pero esto no 
significa que no pudiéramos deberles más, como ocu- 
rriría si se hubieran aplicado, verbigracia, a conocer, 
más bittsgue a cohonestar sus conciencias visionarias 
por medio de ruegos y de otros recursos igualmente 
ineficaces e infecundos. Si en vez de legarnos tantas 
preocupaciones afligentes como nos han trasmitido, 
nos hubieran deparado un mayor caudal científico y 
mayores recursos industriales, es evidente que nos 
hallaríamos mejor aún de lo que nos hallamos. Se 
habría acelerado más la marcha natural; y lo mismo 
podrán decir de nosotros las generaciones subsi- 
guientes, con igual derecho y con igual razón. 

Es claro que nuestra descendencia no podrá tener 
nada más, ni mejor, por vía hereditaria, de lo que le 
leguemos; pero no es lo menos que podríamos le- 
garle una hijuela más estimable si ajustamos nues- 
tras energías a favorecer la evolución, en vez de em- 
peñarnos absurda y estérilmente en contrariarla. Para 
ello bastará que atendamos a las necesidades positivas 
de la especie, ciñendo nuestra acción a la lógica na- 
tural; para ello bastará que nos esforcemos, cuanto 
nos sea dado, en rectificar los errores tradicionales 
'por el conocimiento", como lo va realizando la evo- 
lución a pesar de nuestra incuria; para ello bastará 



[63] 



PEDRO FIGARI 



que secundemos esa obra benéfica, en vez de dejar- 
nos remolcar pasivamente, o bien con entusiasmos, 
lo cual es peor aún, en las corrientes del prejuicio 
tradicional. 

Sabemos, y debemos saber, que nada es más fa- 
vorable que el razonamiento para la suerte de la es- 
pecie; sabemos que nada nos eleva ni nos adapta 
mejor a nuestro propio ambiente, que el conoci- 
miento y su utilización; sabemos, y debemos saber, 
que el proceso evolutivo natural nos compele al 
progreso, invariablemente, incesantemente, y que 
éste se obtiene por medio de la aplicación de las 
conquistas científicas. <Qué más se requiere para que 
nos dediquemos empeñosamente a conocer, y a apli- 
car y divulgar los resultados? 

Nada más evidente que, para favorecer a la es- 
pecie, es preciso reducir por la instrucción las re- 
moras tradicionales, como lo hace el proceso evolu- 
cionad La constante racionalización de todas las 
formas de la actividad humana; la necesidad, cada 
vez más sentida, de divulgar el conocimiento a pesar 
de sus efectos, entre otros las reivindicaciones obre- 
ras y las demás consecuencias de la emancipación, 
que, por un colmo de desconocimiento y de mal en- 
tendido egoísmo, los reaccionarios y conservadores 
conceptúan desastrosas, ¿no nos están diciendo bien 
claro que la ley natural nos lleva por esa \ía, y que 
es tan insensato tratar de contener ese impulso in- 
contrastable, como lo sería el negar todo paso a un 
río? 

Los reaccionarios y conservadores, condenados así 
a un perpetuo fracaso, tendrán que remedar eterna- 
mente la íntima queja de aquel aristócrata francés 
que, a principio del siglo pasado, decía: "El que 



164] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



no haya vivido en los siglos anteriores a la Revolu- 
ción, no ha conocido la dulzura de vivir". Todos 
los privilegiados, pesarosos, seguirán suspirando esa 
triste letanía nostálgica, por los siglos. La evolución 
es, precisamente, en esta faz, demoledora del privi- _ 
iegio, porque es igualitaria; permítase, pues, a los 
de abajo, si no descontar, celebrar las ventajas de 
ese triunfo, por lo menos, dado que la excepción 
sólo compensa "al excepcionado" de los inconve- 
nientes de la desigualdad, del atraso, de la ignoran- 
cia, del obscurantismo, de la opresión de los demás, 
y acaso ni eso mismo. 

Pero algo verdaderamente instructivo es que ahora 
parecen de una equidad incuestionable las propias 
"concesiones" que se hicieron sobre la boca de los 
fusiles y arcabuces, o ante la punta de las lanzas, a 
los oprimidos. Las que no parecen serlo, son las que 
se formulan hoy día. Así ha sido siempre. Hoy, los 
"favorecidos" arguyen contra todo renovamiento con 
la misma lógica con que argüían antiguamente los 
ique disfrutaban de soberbias regalías, diezmos y pri- 
micias; y esto se reproduce, y se reproducirá, sin 
duda alguna, en todo tiempo. Por eso es que, a me- 
dida que se eleva la conciencia humana, ésta cuenta 
más con lo que puede procurarse por su propio es- 
fuerzo, que con lo que se le da por pura gracia, lo 
cual, en resumidas cuentas, es siempre demasiado 
poco. Lo que conviene constatar es que, sea cual 
fuere nuestra actitud, la acción natural evolutiva con- 
duce necesariamente al conocimiento y a la aplica- 
ción del conocimiento, y que una consecuencia di- 
recta de esto es una transformación de las formas 
generales de la actividad. Nada modifica tanto la 



PEDRO FIGARI 



manera de pensar y de obrar, como este factor de 
adaptación. 

No es el hombre, como dice Quatrefages, "un 
animal que tiene necesidad de lo superfluo'\ 1 sino 
más bien un animal que tiene necesidad de vivir 
"evolutivamente". No es una superfluidad avanzar, 
perfeccionarse: es una necesidad orgánica. Es así que 
vamos reformándolo todo, perpetuamente, y sólo 
por error pueden ser desconocidas las ventajas que 
ofrece esta condición de nuestra propia naturaleza, 
aun cuando tengan que ceder algo los que a favot 
del desconcierto han tomado más de lo que debían 
tomar. 

Los mismos espíritus soñadores que lamentan es- 
tos pasos de avance, pareciéndoles envidiables los 
bienes de las épocas pretéritas, que los conciben, no 
como fueron, sino idealizados al través del relato 
sentimental, apenas tuvieran que renunciar los be- 
neficios de que disfrutan ellos mismos, hoy dia, co- 
mo fuera menester para reconstruir el pasado, bien 
pronto advertirían la poca sensatez de sus lucubra- 
ciones retrospectivas de admiración gratuita. Retro- 
cediendo algunas décadas no más, la existencia se 
haría intolerable. La propia vida fastuosa de Ver- 
sailles, que llena la imaginación, resultaría deplo- 
rable para el más adocenado burgués moderno, por 
más que subyuguen aún a los soñadores "las pelu- 
cas empolvadas". Parecería que asistimos a una 
reunión de personajes frivolos, al verlos en sus ce- 
náculos y fiestas, sobre todo si pudiéramos despo- 
jarnos de nuestra fantasía evocadora, y, a poco an- 



1 Quatrefages: Vespéce húmame, pág. 338 



[66] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



dar, se notarían no pocas deficiencias, en lo tocante 
al confort principalmente. 

Otros sueñan con los tiempos bíblicos, atraídos 
por la sencillez de las costumbres y acaso por la 
longevidad tan frecuente entonces, sin contar con 
que aquella sencillez primitiva, por sí sola, trocaría 
en un año un mes de los de nuestros días; y que, pot 
lo tanto, perderían siempre en el cambio, cuando 
no sintieran otros efectos mucho más lamentables. 

La evolución va transformándolo todo, y de un 
modo cada vez mejor, a pesar de las añoranzas de 
los sentimentales, que, incapacitados por sus propios 
sueños para amar "lo que es" más que "lo que no 
es", truecan lo posible por lo imposible; peor aún: 
lo mejor posible por lo imposible peor. Volver 
atrás significaría una serie de privaciones y desencan- 
tos progresivos, a medida que retrocediéramos en los 
tiempos. ¿Puede ser más inconsulto el anhelo de los 
"antiquistas? Una retroevolución sería un verdade- 
ro desastre, indescriptible. Implicaría el renuncia- 
miento de todo lo que se ha alcanzado a costa de 
tantos esfuerzos sobre un misterio cuyos residuos y 
cenizas todavía nos perturban hasta la desesperación, 
a veces. En los más deslumbrantes apogeos pretéri- 
tos no es tampoco envidiable el pasado, donde tan 
sólo pueden hacer incursiones los poetas, porque van 
acorazados dentro de sus propias idealizaciones soña- 
doras. El pasado fue tan insuperable para nuestros 
antecesores, como para nosotros lo es el presente. Sólo 
por un falso razonamiento podemos pensar de otro 
modo. 

Los propios sabios de la antigüedad, con cuya cita 
nos envanecemos, tendrían que cursar en las facul- 
tades modernas, y lo harían con vivo interés, sobre 



[67] 



PEDRO FIGARI 



todo en lo que atañe a las famas positivas. Jamás 
pudieron vislumbrar siquiera los progresos actuales, 
y es así que Aristóteles y Platón, no ya Tales y Pi- 
tágoras, se asombrarían si entraran en un labora- 
tono o en una manufactura moderna. El propio 
Gutenberg, mucho más cercano, si viera funcionar 
un linotipo o una Marinoni, se llenaría de estupe- 
facción; y esto que ha ocurrido con los de ayer, ocu- 
rrirá siempre. ¿Puede superarse la\ moralidad de esta 
ley que conduce al hombre a su perpetuo mejora- 
miento? 

Paralelamente a la evolución humana, el arte 
evoluciona, y evoluciona por efecto del cambio que 
se opera en las ideas. En la faz filosófica, moral, 
política, económica, social, industrial; en fin, en 
todas las manifestaciones de la actividad se produ- 
cen mutaciones correspondientes a toda conquista 
ideológica, incesantemente, invariablemente. 

Es preciso, pues, formar conciencia de esta reali- 
dad, para determinar nuestra acción en la vía más 
útil y eficaz, que es, precisamente, la que más se 
ajusta a la ley natural. De esta manera es como re- 
sulta más fecunda. Es menester que sepamos y no 
olvidemos que nuestra propia complexión es evolu- 
tiva, para que ajustemos nuestra acción al propósito 
de perfeccionarnos, porque es ésa la ruta que trazan 
todos los antecedentes, inequívocamente, en toda la 
extensión que puede abarcar nuestra mirada hacia 
atrás. De este modo podemos seleccionar los recur- 
sos mejores de acción en el sentido de la marcha evo- 
lucional impuesta por la ley más venturosa, Es pre- 
ciso combatir todas las formas del cesarismo y del 
privilegio, lo mismo que cualquiera otra pauta inso- 
ciable, por el conocimiento y la divulgación del co- 



168] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



nocimiento: único medio de favorecer a la especie, 
por ser el que la adapta del mejor modo a su ambien- 
te natural insustituible. Es preciso acelerar lo más 
posible la asimilación de las conquistas científicas en- 
tre los elementos sociales más descuidados, en la in- 
teligencia de que hay un progreso tanto más funda- 
mental y efectivo a medida que se eleva a los que han 
quedado rezagados en la lucha, en condiciones de in- 
ferioridad, puesto que de este modo es que pueden 
alcanzarse las reglas mejores de asociación humana. 
Cuanto más homogéneos sean los componentes so- 
ciales, más fácil será que prosperen las modalidades 
superiores de la actividad general. Hay que corregir 
los errores de composición social, engendrados por 
las falsas ideas que dominaron cuando la llamada 
ciencia vivía de la especulación, o de la contempla- 
ción mística, mejor que de la investigación. De ese 
modo es que ha podido perpetuarse la desigualdad 
más irritante como una forma regular y obligada 
de convivencia social e internacional, y ha llegado 
a hacerse la apología del pasivismo, de la sumisión, 
como de la "acción" mejor para los destinos del 
hombre y de la especie. 

Es cierto que la igualdad perfecta es una utopía, 
porque la desigualdad comienza en el nacimiento, en 
el que cada ser recibe su cuota de salud, de vigor, de 
inteligencia, determinada por infinitas causas prece- 
dentes; pero no es una utopía tender a diluir los be- 
neficios sociales, como lo hace la evolución, a pesar 
de las protestas reaccionarias y conservadoras. No es 
menos cierto, también, que las piltrafas de la candad 
son, no tan sólo escasas, sino humillantes, para que 
de ellas deba esperarse la habilitación de los rezaga- 



[69] 



PEDRO FIGARI 



dos en la lucha, para poder luchar, para poder dis- 
frutar de la existencia, que es el bien capital. 

Es tan inadecuada la caridad que pretende mitigar 
las más irritantes desigualdades sociales, como lo es 
la suntuosidad para educar, para manifestar los pro- 
gresos realizados, para demostrar la cultura de un 
pueblo. Naturalmente, nos referimos a la suntuosi- 
dad rumbosa de unos pocos, en medio de la miseria 
de los más, que podría simbolizarse con un gran 
templo o un monumento colosal, riquísimo, cual- 
quiera que sea, en medio de chozas donde se alojan 
puros desvalidos. 

Acusa un egoísmo no inferior a su ingenuidad sal- 
vaje, casi canibalesca, la duda que asalta aún a ciertas 
gentes, las que, aturdidas por el movimiento igualita- 
rio, se preguntan inquietas: ¿quién desempeñará las 
funciones más vjles y más rudas del trabajo, el día 
que reine la igualdad? No se piensa que esto mismo 
ha debido azorar a los espíritus retardatarios de las 
épocas de mayor opresión y atraso, y que, sin embar- 
go, todo lo que hemos mejorado, puede decirse que 
se aquilata por los pasos que se han dado en el sen- 
tido de informar a la conciencia humana, lo cual 
siempre equivale a mejorar la suerte de los oprimi- 
dos y desheredados. Una realidad tan clara como ésta, 
no se ve. Es que los fuertes están siempre propensos 
a valerse de su fuerza, en su exclusivo provecho; los 
demás deben conquistar posiciones, si quieren mejo- 
rar; y para ello es menester que se les instruya, a fin 
de que puedan formar conciencia de su derecho y de 
su fuerza, y puedan ampliar sus aspiraciones. Esto, si, 
sería secundar la evolución natural, que, por lo demás, 
se cumple aun cuando no la secundemos, y también 



[70] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



cuando la contrariamos, si bien menos aceleradamen- 
te, y con verdaderos trastornos en este caso. 

Es cierto que la selección natural es casi siempre 
un proceso a base de crueldad. En la lucha por la 
vida, cada organismo tiende a triunfar, cueste lo que 
cueste; pero el hombre, más informado y con mayo- 
res recursos, en ve2 de someterse incondicionalmente 
a esa forma natural de evolución, podría, en su pro- 
pio provecho, adoptar formas semejantes a las que 
utiliza en las selecciones artificiales. En estas formas 
selectivas no permite, verbigracia, que el toro, el car- 
nero o el caballo padre combatan para apoderarse de 
la hembra, que es, sin embargo un recurso natural de 
selección, el que también ha descartado el hombre, en 
su ordenamiento social, en su provecho. Como ser 
más inteligente y capas de influir de algún modo en 
los detalles del proceso natural, el hombre se halla 
habilitado para favorecer la evolución de la especie 
sin acudir a la crudeza a veces brutal y otras veces 
admirable, también, que se observa en las formas de 
acción de las especies inferiores. Sería un contrasen- 
tido, por ejemplo, que la humanidad, más inteligen- 
te, se rigiera por los cánones que rigen en la selva o 
en los abismos marinos o en los dominios entomoló- 
gicos. 

Ya constatamos una excepción a esas reglas se- 
lectivas, en los servicios de asistencia. Las especies in- 
feriores al hombre, y aun las propias sociedades hu- 
manas inferiores, abandonan o eliminan a los inser- 
vibles, mientras que las sociedades humanas tienden 
a recogerlos y ampararlos en hospitales y asilos. De 
acuerdo con las formas rudimentarias de sociabilidad, 
al parásito que de algún modo no sirve a la especie, 
se le abandona o se le excluye, cuando no se le extir- 



[71] 



PEDRO FÍGARI 



pa sin piedad. Con arreglo a las pautas de la moral 
natural, esto, al fin, es más lógico que oprimir a los 
elementos productores, y aun que la propia caridad 
1 ciega", que predica el inconsulto sentimentalismo de 
la tradición, poniendo en igual caso al que no quiere 
concurrir a la acción colectiva que a los que no pue- 
den concurrir. 

Si las especies inferiores, a causa de su misma in- 
ferioridad, estuvieran sometidas a reglas inmutables, 
como piensan algunos, el hombre, que descuella por 
su mayor inteligencia, debe aprovecharse de su pro- 
pia superioridad, utilizando sus recursos en pro de sí 
mismo y a favor de la especie. Si se observa el pro- 
ceso natural, para sacar partido de sus enseñanzas, se 
verá que las aspiraciones tienden a ensancharse ince- 
santemente en un sentido cada vez más general, por 
obra de una mayor racionalidad. El hombre ha co- 
menzado por considerarse el centro mismo de todas 
Jas órbitas: la moral, el derecho, la salud, el poder, la 
fortuna, etc., como si todos los bienes a cuya posesión 
aspira fueran una privativa excluyente. Esa manera 
de considerar su jerarquía en la naturaleza no era 
propicia, por cierto, a las formas cooperativas de con- 
vivencia, y de ahí que se haya ido al régimen de 
opresión, es decir, a la explotación de todo en prove- 
cho propio. Esta ha sido la causa de las perturbacio- 
nes y conflictos constantes de hombre a hombre y de 
pueblo a pueblo. 

Aquella remota forma egocéntrica de encarar la 
vida, que arranca de la prehistoria, ha ido evolucio- 
nando hacia el antropocentrismo, dentro de la medi- 
da que requieren progresivamente las convenciones 
sociales, políticas y económicas, como puede verse 
desde los tiempos históricos hasta nuestros días, y 



[72] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



asistimos a la iniciación de un régimen más positivo, 
más informado, el que tiende a sustituir la opresión, 
la explotación inconsiderada e incondicional de los 
demás en provecho propio, por la cooperación equi- 
tativa. Claro que esto se ve, más que en la realidad 
efectiva, en las orientaciones del pensamiento. Hoy 
ya se esboza la aspiración igualitaria racional sin que 
logren sublevarse los espíritus reaccionarios y conser- 
vadores, por lo menos abiertamente, si acaso un hon- 
do esco2or molesta en las intimidades obscuras de la 
caverna psíquica. 

Por la presión de las ideas, la actividad tiende a 
demoler todas las Bastillas, para fundar la igualdad 
estable. Ese anhelo se va concretando, sin perjuicio 
de la selección natural, como se comprenderá, y no 
por causas sentimentales, por el amor o la compa- 
sión, sino por acto de conciencia, por efecto del co- 
nocimiento, que nos permite percibir los vínculos 
de solidaridad que ligan al hombre con el hombre; 
vínculos que tienen que atenderse en la vida de asocia- 
ción impuesta al hombre por su propia naturaleza. 
Todo ha concurrido, de una u otra manera, a operar 
este resultado, hasta los propios errores; pero es la 
cultura científica la que ha permitido concretar todo 
progreso. Sobre los aluviones de la experiencia es 
que se van construyendo las civilizaciones. Si se anali- 
zaran una por una las causas constitutivas del espí- 
ritu positivista de nuestros días, se vería que no han 
sido perdidas las propias gimnasias especulativas que 
agotan las vetas de la ideología metafísica y fideísta. 
Es, por una parte, la decepción que ha nacido de la 
esterilidad de estas vías, y, por la otra, la confianza 
que inspiraron las feracidades del campo experimen- 
tal, lo que determinó los nuevos rumbos y aspira- 



[73] 



PEDRO FIGARI 



ciones de hoy día. Bien se ve que la médula de esta 
evolución es el conocimiento. 

Si el hombre, como ser más complejo, ha podido 
intentar la realización de todos sus desvarios y sueños 
fantásticos, erigiéndose en semidiós y llegando en su 
soberbia hasta a entronizarse y a tiranizar, no por 
eso pudo menos de rendirse a la realidad al sentir los 
efectos de su desconocimiento: guerras, conspiracio- 
nes, crímenes, y tantos otros flagelos y formas de 
conmoción y perturbación cuantas son las que se pal- 
pan por doquiera. 

Por algo rige una ley común entre las unidades de 
cada especie dotadas de idéntica estructura. Esa igual- 
dad natural es la que determina los vínculos solída- 
nos que se perciben en todas las especies, como una 
ley de equilibrio. Se diría que es la misma ley está- 
tica que determina el nivel de los líquidos, y, como 
tal, inviolable. Toda acción que intenta desconocer- 
la, engendra la reacción correspondiente. Por eso es 
que la historia se nos presenta como una sucesión de 
acciones y reacciones, en la cual prima siempre la ley 
natural. Todo desconocimiento presupone necesaria- 
mente una reacción efectiva o latente, y es así que 
la imposición y la violencia se han caracterizado 
siempre por reacciones de fuerza y de conocimiento. 
A medida que retrocedemos en los tiempos, los rei- 
nados autocráticos y los episodios bélicos desfilan en 
nuestra mente como las imágenes de un cinemató- 
grafo; a medida que avanzamos ocurre la inversa; 
vemos que las autocracias son cada vez menos prepo- 
tentes, menos autoritarias, y que las guerras tienden 
a reducirse, a declinar, a desaparecer. Es cierto que 
ese proceso ofrece algunos accidentes, así como que 
no nos es fácil abarcarlo dentro de su ritmo majes- 



[74] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



tuoso en la sucesión de los tiempos, peto resulta así 
mismo bien visible en el diagrama la línea descen- 
dente de las acciones violentas y la línea ascendente 
de conciencia, de conocimiento, que va dirigida a res- 
tablecer el equilibrio. 

Toda vez que hemos violado la ley natural que 
vincula a las unidades de cada especie se ha estable- 
cido la base de una reacción, en la que ha podido 
recogerse por lo menos una enseñanza, y ella misma 
tiende a ajustamos al imperio de esa ley inconmovi- 
ble, ineluctable. Si se observa cómo se va perfilando 
más y más el concepto de la ecuanimidad en la con- 
ciencia humana, se verá que la evolución nos lleva 
persistentemente a derribar, en cada grupo social, las 
desigualdades artificiosas que ha creado el hombre en 
sus agrupaciones; y de pueblo a pueblo, vemos eso 
mismo. Cada vez son menos escarpadas las fronteras 
que se han trazado. Se advertirá, así, que ella trata 
de equiparar a los individuos que forman en cada 
nación, y que el propio patriotismo, a su vez, evolu- 
ciona hacia el internacionalismo, hacia el humanita- 
rismo racional. Estas dos tendencias van a encontrar- 
se en un mismo punto: la igualdad específica, que 
es un reconocimiento de la solidaridad que vincula 
naturalmente a las unidades de idéntica organización. 

A fuerza de acciones y de reacciones vamos llegan- 
do, pues, al pacifismo racional. La voracidad belicosa 
que ha determinado las construcciones más espanta- 
bles, inspirada en el afán de primar por la imposi- 
ción en la lucha por la vida, queda así paralizada, 
porque al informarse la conciencia humana, se acen- 
túa el convencimiento de que la violencia es casi siem- 
pre un medio de acción contraproducente. La guerra, 
la esclavitud, las extorsiones, el saqueo, los castigos 



[75] 



PEDRO FIGARI 



corporales, el duelo; en fin, todos los medios violen- 
tos y arbitrarios están en descenso. 

Las reivindicaciones populares promovidas hace 
poco más de un siglo en Francia, se operaron a base 
de guillotina, y las que se despliegan hoy día, no me- 
nos hondas ni menos fuertes, tienden a plantearse y 
resolverse por el debate, por la deliberación, por la 
disciplina, por la propaganda y por los demás medios 
racionales, abandonando por ineficaz y nociva la vio- 
lencia. El socialismo moderno ha comprendido que 
para triunfar debe manifestarse como una aspiración 
consciente, firme y tenaz, más bien que como una 
voluntad imperativa y prepotente, que duplicaría las 
resistencias. De ese modo se impone más fácilmente, 
tanto como una fuerza cuanto como un derecho res- 
petable. Es la mayor fundamentación de la concien- 
cia lo que explica todos estos fenómenos, y no la 
compasión o el amor, ni los demás arbitrios sentimen- 
tales. 

A este progreso sensible han concurrido fundamen- 
talmente las innumerables formas de la actividad apli- 
cadas al conocimiento y a la difusión del conocimien- 
to, como elementos positivos, y, como simple docu- 
mentación, las decepciones y contratiempos sufridos 
en los dominios de la sentimentahdad. A medida que 
una mayor conciencia ha permitido examinar el pre- 
juicio, lo convencional, la rutina, los viejos resabios, 
las inveteradas formas de parasitismo y comensalis- 
mo social, — formas peor que estériles, perturbado- 
ras y dañosas, por cuanto desvian al hombre y a las 
sociedades de sus fines naturales, pretendiendo esta- 
blecer un dominio de hombre a hombre — , el espí- 
ritu crítico se ha perfilado poco a poco hasta lle- 
gar al libre examen, y de ahí que sobre el propio 

r7<$] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



pasivismo medioeval tan nebuloso, se haya visto alzar 
ya la fusta valerosa, para seguir progresivamente 
castigando el señorío despiadado de los privilegiados; 
de ahí que no sea éste un mundo "insípido y tonto", 
según lo concebían todos, amos y vasallos, unos y 
otros infelices, desdichados, sólo porque vivían en 
negras tinieblas, sino, al contrario, un tesoro a dis- 
frutarse. Cada ve2 son menos los estólidos que deni- 
gran a la realidad, y cada vez serán menos aún los 
que incurran en el absurdo de no participar de sus 
bienes y halagos. 

Un criterio más positivo va enalteciendo a la óp- 
tima realidad, que nos da cuanto somos y tenemos. 
Este concepto de la realidad y de la vida irá modifi- 
cando al hombre y a las sociedades dentro de un cri- 
terio normal, cuya generosidad es superior a toda 
elucubración. La ciencia, como resultado de un sesu- 
do esfuerzo ínvestigatono, habrá operado este pro- 
digio terrenal sobre un mar de quimeras desesperan- 
tes, funéreas, letales. Obligado el hombre a exhibirse 
tal cual es, y no tal como se le dijo ser por los filó- 
sofos fantasistas, tratará de modelar su personalidad 
sobre bases efectivas, en vez de confiar en los recur- 
sos siempre efímeros, y hasta torturantes, de la afec- 
tación, y hará así mejor papel, como mono evolucio- 
nado, que como dios caído y humillado. Si bien es 
imposible predecir lo que ocurrirá, dado que un nue- 
vo recurso puede transformarlo todo, no nos parece 
aventurado conjeturar que será el hombre tanto más 
dichoso y superior cuanto más se adapte a la realidad 
por el conocimiento. Serán, pues, los mismos "he- 
rejes" y "locos" que han explorado pacientemente 
las vías fecundas de la experimentación, los que ha- 
brán preparado ese porvenir promisor. Los conser- 



[77] 



I 

PEDRO FIGARI 



vadores y reaccionarios también disfrutarán de todo 
esto, fomo lo han hecho siempre, no sin mantenerse 
en una prudente reserva!, formulando salvedades. Es 
que los retardatarios, misoneístas, no concluyen de 
ver que lo propio que han aprendido a amar, es 
una sene de "novedades" envejecidas, es decir, una 
inacabable serie ¿e esfuerzos realizados también por 
otros viejos herejes y locos, en oposición a las ten- 
dencias a que ellos están afiliados, ellos, los mismos 
que se aprestan después a utilizar las conquistas que 
parecen inmejorables, más tarde, al asimilarse y al 
disfrutarse con una inefable sonrisa de satisfacción 
en los labios. Esos esfuerzos son los que dan a la 
vida, antes tan mal apreciada, el carácter de una fi- 
nalidad superior e insuperable; no el de una peni- 
tencia, según lo entendía la ignorancia visionaria de 
nuestros antepasados. 

Si hubiera de pagarse con gratitud la obra de 
tantos benefactores, no bastarían, por cierto, el bron- 
ce y el mármol que consagran su memoria; mas, 
por una verdadera fortuna, no es ni el mármol, ni 
el bronce, ni la cuestionable gratitud de la posteri- 
dad, lo que ha determinado su obra, sino el cumpli- 
miento de una aspiración orgánica. No es el esfuerzo 
que se realiza por vía de sacrificio, pues, el que ha 
conseguido tanto: es la satisfacción de una exigencia 
que ciertos espíritus atienden con igual espontaneidad 
con que la madre se desvela por la prole, con la lla- 
neza con que las plantas dan sus flores y sus frutos, 
con la fruición con que se acerca un vaso de agua 
a los labios cuando se siente la sed. 

Trataremos de demostrar nuestra tesis exponiendo, 
aunque sea someramente, las ideas que nos hemos 
formado acerca de la individualidad humana. 



[78] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



II. LA INDIVIDUALIDAD 

El hombre es un ser parado jal. Al propio tiempo 
que cree en lo increíble, teme ser víctima de una 
ilusión respecto de la existencia objetiva del mundo 
externo; a la vez que discurre sobre cosas sobrenatu- 
rales y exhibe pueriles supersticiones, con retorcida 
suspicacia se pregunta si realmente existe lo propio 
que nos magulla y nos empapa de evidencias en 
todo momento; por un lado, descubre la célula» y, 
por el otro, pone en duda la existencia real de los 
mares y de las montañas. Y no es pequeña su impa- 
ciencia, por otra parte. Se inicia apenas la observación 
de la naturaleza con espíritu científico, y ya se que- 
rría dar una solución integral definitiva a los más 
arduos problemas, entre otros, al de nuestra propia 
estructura. Se diría que el hombre, ávido de curio- 
sidad, espera que surja la clave del enigma como 
por encanto, como salen palomas del canasto de un 
ilusionista entre aclamaciones. 

Se comprende que sea difícil inducir por completo 
las causas de una individualidad compleja, modelada 
en un proceso muchas veces milenario, evolutivo y 
progresivo aún, si es la célula, como parece ser, el 
substratum de toda organización vital. Esto, en reali- 
dad, ni es un problema, todavía; puede considerarse 
más bien como un verdadero misterio que es preciso 
roer, desgastar poco a poco, y adelgazarlo mucho si 
se quiere penetrar, y eso en el caso feliz de que fuera 
penetrable. En tal supuesto, séanos permitido, si no 
abordarlo, expresar, por lo menos, nuestra impre- 
sión a su respecto, para los fines de la demostración 
emprendida. 



[79] 



PEDRO FIGARI 



La opinión más corriente hoy día, acerca de la in- 
dividualidad orgánica, es la que presenta a esta como 
"un agregado 1 ' celular. 

Desde luego, para explicarnos un hecho cualquiera, 
siempre es juicioso no perderlo de vista. Si hubiera 
de considerarse el organismo como un simple agre- 
gado, habríamos tenido que omitir precisamente el 
propio enigma que se desea descifrar, porque sólo 
un verdadero milagro podría hacer que la yuxtapo- 
sición de substancia, ya sea o no homogénea, produ- 
jera efectos tan variados y complicados, a la vez que 
armónicos, como son los que exhibe la individualidad 
en toda la escala biológica. Por más que la substan- 
cia orgánica, en sus propios aspectos más simples, 
se ofrezca ya "compleja", con modalidades especiales 
para admitir la tesis de un agregado, sería preciso 
reconocer que ese elemento inicial ha producido una 
obra muy superior a sí mismo. Es cierto que es tan 
maravillosa la obra orgánica celular en todas sus 
fases, que fácilmente hace pensar en lo prodigioso. 
Basta seguir, aunque sea mentalmente, el desarrollo 
del embrión, para admitir que en las formas vitales 
hay algo más de lo que puede observarse en los do- 
minios de la substancia inorgánica; que se la supone 
así, mejor dicho. Es tal el cambio que se opera en ese 
proceso de crecimiento ordenado, regular, y con todo, 
portentoso, del embrión, que si a alguien no infor- 
mado al respecto, ni acostumbrado a oír hablar de 
estas cosas, se le mostrará el germen en su punto 
inicial, y se le dijera: "lo que mira es lo mismo que 
ha sido usted", creería ser víctima de una broma, 
y protestaría despectivamente, como el gran Che- 
vreul cuando le dijeron que descendía del antropoide. 
Pero si este hecho tan extraño, a pesar de su frecuen- 



[80] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



cía, no puede ser explicado satisfactoriamente por 
medio de una simple agregación de substancia, ¿cómo 
podría serlo en la faz biogenética, para que ese ser tan 
complicado pueda llegar a las prodigiosas formas re- 
gulares de reproducción que se observan en el resul- 
tado de ese proceso, cuyo aspecto inicial ni es posi- 
ble imaginar, dada su duración inmensa? ¿Qué ha 
ocurrido para que se opere tan admirable fenómeno? 

La simple agregación de substancia dentro de for- 
mas mecánicas no lo explica. Es preciso suponer 
otra cosa; por lo menos un cúmulo enorme de cam- 
bios y combinaciones de substancias cada vez más 
complejas y heterogéneas, que, por una sucesión de 
transformaciones y transmutaciones, ha ido diferen- 
ciando la materia inicial con arreglo a un plan uní- 
tarto; un proceso en el cual las modificaciones van 
acentuándose, porque las consecuencias de cada 
cambio van siendo causa de nuevos efectos, y éstos, 
a su vez, causa de nuevas transmutaciones. Sólo así 
concebimos las complejidades del organismo actual, 
sus elementos, sus atributos, sus facultades. Ésa es 
obra, no tan sólo de adición mecánica, sino de com- 
plejidad, de evolutividad, de progresión, de tenacidad 
inflexible, dentro de un propósito esencialmente uni- 
tario, indivisible, individual. Es más que una suma, 
entonces. 

Considerado en su misma faz ontológica, todo nos 
lleva a pensar que ese embrión insignificante que 
contiene en sí mismo al hombre, y que se transforma 
en un tiempo relativamente breve, hasta producirlo, 
no puede ser el resultado de una simple acumulación 
de substancia por causas mecánicas, sino más bien de 
un inextricable proceso de ordenamientos progresi- 
vos, de cambios, de sucesiones de cambios sobre 'una 



[81] 



PEDRO FIGARI 



base' 1 más simple, — tan unitaria en un principio 
como en todo su desarrollo — , base que poseía el 
embrión, en su mismo germen, aunque sea en una 
forma virtual, potencial, eventual, pero ya con todos 
los elementos constitutivos de la individualidad, los 
mismos que ha desarrollado con los propios atributos 
antes imperceptibles en su punto de iniciación. No 
obstante, sorprende todavía que haya podido mante- 
ner ese proposito individual, y desenvolverlo a través 
de infinitos obstáculos, de tal modo que, al quererlo 
considerar, nos domina el asombro, el estupor. 

No es poco admirable que el propio embrión hu- 
mano contenga elementos capaces de plasmar, en 
breve tiempo, a una ágil y elegante bailarina, ver- 
bigracia, un acróbata, cuando no un héroe, un obser- 
vador sutil o un sabio genial. Se trata, pues, de algo 
más que de una gran manufactura químico-mecánica 
de autómatas. Las transformaciones que realiza esa 
semilla manteniendo su unidad incólume, hasta fruc- 
tificar por completo, son tales, empero, constituyen 
una diferencia tan grande entre el germen y el pro- 
ducto, que parecería fundamental. Nosotros, incon- 
secuentes, en nuestro afán de simplificar, creemos 
ver, por un lado, una misma cosa, y, por el otro, ne- 
gamos la individualidad integral. Cierto que entre la 
célula, donde están en cierne las maravillas de la in- 
dividualidad, y la individualidad, hay la misma o 
mayor diferencia aún que entre el cuesco del ciruelo, 
por ejemplo, y éste en plena fructificación; pero 
¿cómo puede negarse que ese hueso prodigioso, a la 
vez que mínimo, que prohija la vida del árbol y que 
está habilitado para tomar un desarrollo tan rápido 
y tan acentuado, hace su perseverante esfuerzo, pre- 
cisamente, "para mantener su propia entidad índivi- 



[82] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



dual"? j Qué incomparable odisea la de la substancia, 
para conservar su individualidad orgánica! 

Nosotros vemos "el resultado", y apenas nos es 
posible tomar una breve nota del esfuerzo colosal 
que esta obra representa, al considerar por un mo- 
mento, dentro de nosotros mismos, todo lo que reali- 
zamos instante por instante para mantener al orga- 
nismo, para defenderlo, para mejorar su condición 
en el planeta. Ese esfuerzo, más anheloso todavía así 
que se retrocede en los tiempos pasados, ha debido 
hacerse sin interrupción en el transcurso de siglos y 
siglos, por centenas, por millares, por millones de 
centurias, quizá, para que se realizara esta obra or- 
gánica, que algunos miran sino como una adversidad, 
como un bien poco apreciable. 

El concepto que tenemos, natural, espontáneamen- 
te, de la individualidad orgánica, no se ajusta a ese 
mecanismo ciego que nos la representa por una sim- 
ple acumulación de materiales, como un peñasco o 
una montaña, esto es, construida por células some- 
tidas a leyes químicas que sólo por un milagro se 
juntarían así, tan armónicamente, constituyendo una 
unidad integral. Creemos que hay algo más. El con- 
cepto que nos hace formar esa individualidad tan uni- 
taria que sentimos, que palpamos dentro de nosotros 
mismos, es, por lo menos, obra de "asociación", no 
de simple agregado dinámico, mecánico, que no 
podríamos razonablemente considerar, si fuera así, 
tan solidarizado dentro de una unidad concreta, in- 
divisible y consciente, tal como se nos ofrece con tan- 
tas evidencias. 

Ese prematurismo científico que, en su impacien- 
cia, va haciendo caudal de toda novedad para expli- 
carlo todo de una sola vez, tiene que ir reformando 



[83] 



PEDRO FIGARI 



sus opiniones a fin de ajustarías a cada nuevo ele- 
mento de juicio, y es así que se ha ido del determi- 
nismo biológico al determinismo químico y al mecá- 
nico, con prescindencia "de una realidad", es decir, 
del propio misterio de la individualidad que se pre- 
tende explicar, la que se manifiesta consciente aún, 
y, por lo mismo, "capaz de optar" por las conclusio- 
nes de su propio conocimiento. ¿Como conciliar esto 
con la tesis de la agregación mecánica de substancia? 
¿Cómo conciliar esas unidades individuales celulares 
con los fenómenos unitarios de la individualidad in- 
tegral? 

Por de pronto, antes de sacrificar el concepto "evi- 
dente" de la individualidad; antes de hacer tabla rasa 
con lo que palpamos a cada instante, para suponer 
que el propio organismo que investiga acerca de su 
propia estructura y de su propia causa es un autó- 
mata, habría que esperar a mayores complementacio- 
nes de conocimiento, porque, de otro modo, sólo 
subvertimos la lógica fundamental. La realidad casi 
nunca se manifiesta bajo aspectos tan endiablados. 
A pesar de todo esto, se cree posible dar ya una so- 
lución a este "misterio", que no es, por cierto, el 
planteamiento de un problema concreto: la indivi- 
dualidad orgánica. Los más eminentes pensadores 
creen posible hallar una solución, en el campo de la 
disquisición filosófica, sobre asuntos aun tan sumidos 
en lo ignoto. Así, por ejemplo, ocupándose de uno 
de los aspectos más escabrosos y trascendentales, re- 
lativos a la individualidad humana, dice Bergson 
que, "para cortar el debate, es menester primero un 
terreno común en donde se entable la lucha, y como 
para los unos y para los otros no cogemos las cosas 
más que en forma de imágenes, es en función de las 



[84] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



imágenes y de las imágenes solamente, como debe- 
mos plantear el problema". 1 Nos parece, sin em- 
bargo, vana la esperanza de que se "corte el debate" 
sobre este asunto que una nueva lente de aumento 
puede presentar bajo aspectos inesperados; y la hu- 
manidad, guiada por su buen sentido, espera esa 
nueva lente, más bien que el término de la batalla 
metafísica en el campo especulativo. Con su criterio 
práctico, sólo renunciará a una evidencia a cambio 
de otra evidencia* 

Llevada por su instinto, que es más sabio que los 
sabios, la humanidad no abandona la brújula de la 
evidencia sino cuando se concreta una verdad efec- 
tiva, comprobable.. Sólo entonces se detiene a asimi- 
lar; pero entre tanto que los filósofos dilucidan sus 
hipótesis, sigue viviendo, sigue produciendo, sigue 
luchando, como antes. En tanto que Schopenhauer y 
sus discípulos consideraban la vida como un mal, si 
algún soñador trató de procurarse un convencimien- 
to en tal sentido, los demás, afortunadamente, con- 
tinuaban frecuentando, gozosos, los talleres, los pa- 
seos y los teatros. — ¡Ay de los hombres, si se 
hubieran detenido a asimilar las disquisiciones del 
metafisicismo especulativo! — Y todavía siguen 
confiando en su individualidad consciente y hasta un 
poco libre, a pesar de la boga en que está el deter- 
minismo. 

¿A qué no ha llegado la conclusión de los más 
ilustres filósofos? Ha llegado a dudar de la existen- 
cia de la realidad objetiva, a negar la realidad del 
peñasco que nos detiene y nos lastima, si de él pres- 
cindimos; ha llegado a dudar del bien de la existen- 



l Bergson: Materia y memoria, pág. 13, v. c. 



[85] 



PEDRO FIGARI 



cía; ha llegado a negar la libertad. Hasta nos hace 
sonreír el que pueda atribuirse a una simple reacción 
química, o a la ley de conservación de la substancia 
y de la energía, la obra de los propios filósofos que 
construyen pacientemente sus ingeniosas teorías, no 
ya la tarea de los observatorios astronómicos, o la 
de los que deliberan acerca de un horario de tranvías, 
o sobre una partida de ajedrez, o sobre el color de 
una corbata. Y comienzan los propios autores de to- 
das estas disquisiciones liberticidas, por renegarlas 
apenas terminan su disertación, al hacer uso de su 
facultad de deliberar, en la propia esquina de la Uni- 
versidad, cuando discurren consigo mismos acerca de 
si deben tomar hacia la derecha o la izquierda, y al 
optar por la izquierda o la derecha "con arreglo al 
resultado de dicha deliberación' 1 . 

Las dos escuelas filosóficas, — la idealista y la 
materialista — , pretendiendo ser comprensivas de la 
realidad integral, cuando la realidad es "inabarca- 
ble", pretenderían que la humanidad se rindiera a 
sus demostraciones más bien que a las evidencias que 
palpa en todo momento, antes de que se presente 
una conclusión positiva; y esto es imposible, tan im- 
posible, que los propios teorizadores más entusiastas, 
según dijimos ya, fuera del momento en que pero- 
ran, proceden como los demás, y se rinden a la evi- 
dencia. 

A nuestro juicio, es tan inaceptable la tesis de 
una libertad completa, ideal, como la del determi- 
nisino químico-mecánico, que nos reduce a la condi- 
ción de simples fantoches. Tenemos una noción tan 
clara acerca de nuestra individualidad, apta pata de- 
liberar y proceder "de acuerdo con esa deliberación", 
si no siempre, por lo menos alguna vez, que no po- 



[86] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



dríamos cambiar de opinión sino cuando se nos pu- 
diera demostrar que es una ilusión el esfuerzo deli- 
berativo, y otra ilusión el acto de decidirnos por 
aquello que, al deliberar, nos pareció mejor. Es claro 
que si se admite la tesis de un simple agregado ce- 
lular como base constitutiva de la individualidad 
morfológica,, puede intentarse más fácilmente una 
demostración en tal sentido; pero si se advierte que 
sólo por una federación, por una asociación celular, 
en todo caso, ha podido realizarse esa "unidad" tan 
compleja y que, no obstante esto, responde a una 
voz, a un mandato, de un modo más o menos armó- 
nico, pero siempre armónico, de tal suerte que se 
considera la excepción como una anomalía de ca- 
rácter patológico; si atendemos a que todo el con- 
junto celular está de acuerdo en un propósito común 
y concurre a él, no como lo haría un aparato mecá- 
nico muy complicado, una maravilla de relojería, 
sino mediante una, deliberación que obliga a veces a 
tomar un sesgo diametralmente opuesto al que hubo 
de tomarse antes de deliberar, y que toda la masa 
celular acude allí para acatar el resultado de ese 
pensamiento que se transforma todavía evolutiva- 
mente, no nos es dado pensar que sólo son los 
ácidos y las sales, o las vibraciones de la energía 
total, los que nos mueven, como se muven los 
títeres con hilos, sino que nosotros, por nuestra parte, 
también movemos algunos hilos en la gran madeja. 

Nuestro concepto de la propia individualidad se 
acusa desde la vaga sensación cenestésica, y se con- 
firma por una serie inacabable de manifestaciones 
instintivas, volitivas, conscientes en grado mayor o 
menor, el que todavía nos es dado apreciar de algún 
modo; y ese mismo concepto lo tenemos respecto de 



[87] 



PEDRO FIGARI 



las demás individualidades morfológicas, sin excluir 
las propias más inferiores, si bien centro de cierta 
medida, que acaso reducimos todavía más de lo de- 
bido. Es preciso, pues, descubrir esa razón, esa causa 
de la unidad armónica y consciente, antes de rotu- 
laría con la palabra "ilusión", la que en oposición a 
la evidencia, sólo puede aplicarse juiciosamente cuan- 
do se la explica, en vez de esquivarla; porque el 
hombre no se resuelve a abandonar esa brújula, la 
evidencia, por una ingeniosa disquisición metafísica; 
y en esto no puede proceder mejor. 

La hipótesis del agregado celular está, por lo de- 
más, en contradicción con la propia unidad del sis- 
tema nervioso, con los fenómenos de la sinergia 
funcional, con la inhibición, con la volición, con la 
deliberación, con la opción que hacemos a favor del 
resultado de esa deliberación que, a veces, hasta de- 
pende de un informe previo, de un cálculo complica- 
do, no ya contradiciéndose con cien otros fenómenos 
que observamos dentro de nosotros mismos a cada 
paso. Podría asegurarse que ningún hombre, de nin- 
guna raza y de ninguna época, se ha sentido autó- 
mata perfecto; todos, al contrario, manifiestan la 
noción de alguna libertad para determinar sus actos. 
No estamos, pues, en presencia de una ilusión, sino 
de un hecho; no se trata de una creencia, sino de 
una evidencia. Este hecho, esta evidencia, tienen 
que ser explicados, y no solo rebatidos por simples 
especulaciones abstractas, especulativas. 

El culto a la hipótesis integral, que parece ser un 
sucedáneo del idealismo místico, en el afán de expli- 
carlo todo de una vez, va echando mano de la his- 
tología, de la bioquímica, de la mecánica, para dar 
una conclusión total, sin advertir que todavía el mis- 



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terio que se va penetrando poco a poco, está muy 
lejos de haberse disipado por completo, y que, en 
consecuencia, puede haber muchos otros elementos 
ignorados que, al concretarse, permitan dar una so- 
lución más acorde, por lo menos, con la evidencia. 
Siempre habrá tiempo, por lo demás, para convenir 
en que somos maniquíes, muñecos. 

Si no hay más que un agregado celular, no hay 
individualidad integral, sino más bien un conjunto 
de unidades, sin plan umtario; puesto que volve- 
ríamos forzosamente al milagro, otra vez, para po- 
dernos explicar cómo las unidades que integran ese 
conjunto, en vez de regirse por su propia ley, acatan 
u la ley del conjunto" con tanta sabiduría. Estos ele- 
mentos "más simples" a que se acude para explicar 
el "compuesto" tan complejo y armónico como es, 
dejan de lado las manifestaciones más datas de la 
unidad individual: la conciencia, entre otras. Si esas 
células se han reunido como se reúnen los granos 
de arena para formar las dunas, ¿cómo explicarse 
esos fenómenos congruentes, acordes, inteligentes y 
unitarios, si bien complejos y poliformes, que reve- 
la toda individualidad? 

Encaramados en la cumbre del "resultado" del 
proceso operado en millones de años, por un esfuer- 
zo de todos los instantes, empeñoso, fatigoso, tam- 
bién inteligente, dentro del propio bloque formado 
por esa serie de concursos múltiples, variados, cam- 
biantes, tenaces, evolutivos, progresivos dentro de una 
razón de progresión que no sólo aumenta en cantidad 
sino también en calidad, querría descubrirse el se- 
creto total por obra del ingenio especulativo, y se 
llega a proclamar como solución la suma de las ce- 
lulas, con igual lógica con que pudiera decirse que 



PEDRO FIGARI 



un piano es la suma de algunas tablas, tantos kilo- 
gramos de hierro y tantos otros de marfil o marfili- 
na, o que un ferrocarril es fierro, madera, cuero, 
vapor, etc. Ni el agua que bebemos es tampoco la 
suma de hidrógeno y oxígeno; ni la medusa es igual 
a la suma de las medusas de la colonia constitutiva; 
ni un pueblo es la suma de los hombres que lo com- 
ponen, ni una alhaja, siquiera, es la suma de las pie- 
dras que la integran, sino algo distinto, con carácter 
propio. 

Sabemos que el organismo humano es un tejido 
celular; empero, ese algo más, que hace del conjunto 
de células un hombre, vale decir, una individualidad, 
tan armónica y tan unitaria, que se admite como una 
excepción la posibilidad de personalidades alternati- 
vas, o bien múltiples dentro de él, como una verda- 
dera curiosidad; ese algo más, decimos, deja ver que 
hay diferencias efectivas entre la substancia que for- 
man su tejido y el tejido mismo, cuando no sean di- 
ferenciaciones operadas en el proceso multisecular 
de la evolución. 

Se ignora todavía la naturaleza de ese elemento que 
se llama "afinidad", en la substancia inorgánica, así 
como la de las manifestaciones termoquímicas que 
acompañan a las combinaciones de los cuerpos inorgá- 
nicos. Las teorías se han expuesto para explicar estos 
fenómenos, hasta el momento, han corrido la suerte 
que espera a todo intento ineficaz; pero no por eso 
queda menos evidente un hecho, precisamente el he- 
cho que quiso explicarse: esa fuerza misteriosa de afi- 
nidad en la substancia que atrae a ciertas moléculas y 
repele a otras que le son indiferentes, o que para de- 
terminar con éstas mismas un solo cuerpo, se requie- 
re la intervención de circunstancias o agentes par- 



£90] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ticulares; y esa otra realidad termoquímica queda 
subsistente por más que no haya podido concretarse 
la causa y por más que haya fracasado la teoría del 
flogisto, que pretendía haberla descubierto y expli- 
cado. 

Si respecto de la substancia llamada inorgánica — 
lo cual, por otra parte, no está comprobado que lo 
sea — hay formas peculiares de vinculación, de co- 
hesión, de asociación, ¿por qué no admitir que en 
la substancia orgánica, más compleja, haya un agen- 
te, una razón, un factor análogo, y también desco- 
nocido, que determina análogas atracciones, y que 
por 1q mismo que esto se opera en un dominio más 
complejo, puede determinar la unidad biológica, la 
individualidad típica? Queda siempre en pie la mis- 
ma duda. ¿Por qué unas veces se asocia y otras se 
disocia o no se asocia la substancia? ¿A qué respon- 
den las diferenciaciones de la substancia''' Hay una 
continuidad ininterrumpida en las manifestaciones de 
la vida, que presupone cierta "solidaridad" bien acu- 
sada en los componentes. "El sifonóforo —dice Hasc- 
kel — es fisiológicamente un animal "unitario" con 
numerosos órganos, y morfológicamente constituye 
una medusa primitivamente independiente". 1 ¿Có- 
mo explicar semejante fenómeno de asociación ca- 
paz de formar una individualidad fisiológica, por 
causas ciegas, fatales, puramente químicas o mecáni- 
cas? ¿Por qué se han subordinado dichas unidades 
dentro de un plan complejo, a la vez que armónico y 
unitario? ¿Por qué se han refundido en una colonia 



1 E. HaeckeL Las maravillas de la vida, t. I, pág. 163, 
v. c El texto dice 'único", donde me he permitido inter- 
pretar como "unitario". 



[91] 



PEDRO FIGARI 



para producir una entidad morfológica de conjunto, 
con funciones propias, y, a la vez, tan distinta de la 
que formaron las unidades independientes que la 
componen? ¿Por qué se mantienen así alimentando 
y concurriendo sumisamente a servir las exigencias 
de la nueva individualidad creada por un propósito 
común? ¿A qué obedece ese tributo, esa esclavitud, a 
veces el propio sacrificio del componente en favor del 
compuesto? ¿Es acaso lo mismo que se observa en 
las asociaciones colectivas? En la colmena, por ejem- 
plo, sorprende la abnegación de las unidades que se 
sacrifican "por la colmena", es decir, por su obra; 
pero nos violenta pensar que eso se debe exclusiva- 
mente a leyes estáticas más bien que orgánicas. 

La mejor manera de eludir una dificultad cualquie- 
ra, consiste en explicarla por la Fatalidad, o por el 
Milagro, o por la Providencia; pero no por eso que- 
da menos inexplicada y dibujando puntos inquietan- 
tes de interrogación, los mismos que nos siguen pre- 
guntando: ¿por que la Fatalidad, el Milagro o la Pro- 
videncia dispusieron así las cosas, mejor que de otro 
modo? 

Este problema vital se plantea también en los co- 
rales, la esponja, el hongo, las propias cristalizacio- 
nes, no ya en el reino vegetal. Las plantas parecen 
ofrecerse al observador, cada vez más, como * orga- 
nismos". Fuera de los admirables fenómenos de ane- 
mofilia, de entomofilia, de dehiscencia, es decir, de 
sus medios de reproducción, en todo lo cual hay ver- 
daderos prodigios de ingenio y de previsión, que re- 
vela un instinto vztal } — si en vez de presuponer una 
Providencia ocupada en ordenar sus movimientos y 
destinos, atribuimos a la propia ley natural de su de- 
sarrollo ese afán de prosperar y perdurar que exhi- 



[92] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ben, coma todos los demás organismos—, hay en las 
plantas, también, un propósito común, manifiesto, en 
la substancia que las íntegra por asociación, en favor 
de la individualidad integral. 

Queda el problema de la individualidad, como el 
de la causa de las diferenciaciones morfológicas, sin 
contestación satisfactoria. No obstante, son igual- 
mente hechos reales una y otra cosa. ¿Por qué las 
células se asocian unas veces para formar un insecto, 
otras para formar un reptil, otras un felino, otras un 
hombre, etc.^ Si se comprende que los individuos 
formen especie más bien que tipos enteramente dis- 
tintos, no se comprende por qué la célula opta por 
una u otra forma de individualidad compleja, más 
bien que por uniformarse en un solo tipo. En las pro- 
pias formas inferiores, típicamente orgánicas, que 
también se han supuesto inconscientes, puesto que el 
hombre, en razón de su egocentrismo, optó siempre 
por reputarse una excepción en la naturaleza, ha de- 
bido reconocerse, empero, tl un instinto", también vi- 
tal, que necesariamente t?nplica conciencia. ¿Qué 
puede ser el instinto si no es la conciencia de la pro- 
pia individualidad? Fuera de la individualidad, no 
tendría razón de ser este factor de conservación, de 
perpetuación, como no tiene explicación la vida fue- 
ra de él. 

Al hablar de la síntesis del plasma, dice Haeckel: "Se 
reprocha con frecuencia a nuestra concepción monis- 
ta de la arquiogonía el no haber logrado aún en 
nuestros laboratorios obtener albúmina y, sobre todo, 
plasma, por síntesis; pero se olvida que no conoce- 
mos aún la estructura complicada de los albuminoi- 
des y que tampoco sabemos lo que pasa en los granos 
de clorofila, cuando, bajo la acción de la luz solar, 



[93] 



PEDRO FIGARI 



forman plasma nuevo. ¿Cómo en tales condiciones y 
con los groseros medios de la química actual, va a 
efectuarse la síntesis de cuerpos cuya constitución ín- 
tima ignoramos ? Esta discusión es completamente 
ociosa: no es una razón el que no podamos imitar 
artificialmente un proceso natural, para que lo con- 
sideremos sobrenatural por eso". 1 

Bien se ve que estamos en pleno misterio; pero si 
en el estado actual de la ciencia no existe, realmen- 
te razón alguna para pensar en lo sobrenatural, pre- 
ciso es confesar también, con igual fundamento, que 
tampoco hay base para forjar hipótesis integrales a 
fin de explicar las manifestaciones de la vida, y, so- 
bre todo, cuando las conclusiones van a desconcer- 
tarnos, en vez de ponderarnos, como ocurre siempre 
que se realiza una conquista positiva de conocimien- 
to» Es cierto que los progresos científicos van cons- 
truyendo un argumento formidable en favor de la 
tesis monista, al reducir cada vez más la inmensa va- 
riedad de la substancia a unos pocos cuerpos simples; 
pero la insolubilidad del misterio vital la plantea el 
propio sabio Haeckel, al establecer que r la organiza- 
ción es una consecuencia del fenómeno vital , pero 
no su causa". 2 

En el fenómeno vital está implícita la individuali- 
dad, que es instinto, conciencia, voluntad, y un poco 
de libertad, por lo menos. Es el fenómeno vital, pues, 
el que queda precisamente excluido de estas investi- 
gaciones, desde que no es explicarlo el decirnos cómo 
se manifiesta, y menos aún el decírnoslo de modo tal 



1 Haeckel Las maravillas de la vtda, t. II, pág 120, 
v. c 

2 Haeckel. has maravillas de la vtda t t I, pág 52, v c. 



[94] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



que nos confunde en vez de esclarecernos, según ha 
bría de suceder necesariamente si se diera con la vía 
de la realidad. Ésta no puede presentarnos en oposi- 
ción con nosotros mismos, puesto que también somos 
realidad. 

Como quiera que sea, la individualidad es un he- 
cho, aun cuando no se la pueda explicar. Comienza 
por manifestarse en el perenne proceso de asimila- 
ción y desasimilación, que no puede racionalmente 
explicarse sin un principio de solidaridad en los te- 
jidos^ que la forman. Esa "yema" a cuya constitución, 
conservación y desarrollo concurren asiduamente to- 
dos los tejidos con una solicitud admirable, no se la 
explica por la intervención exclusiva de las fuerzas 
ciegas de la naturaleza, tal como se la concibe, orde- 
nando hechos en el mundo que se supone anórgano 
y sometido a leyes preestablecidas, inmanentes, fata- 
les, cuando la ley la va dictando el propio ser en su 
ansia de vivir. De ese modo no hacemos sino aplazar 
la explicación, remitiéndola a "la naturaleza" con 
igual fundamento con que antes se la remitió al mi- 
lagro. 

A medida que cada organización vital evoluciona, 
va perfilándose cada vez más la individualidad, has- 
ta que declina y perece, no sin antes tratar de repro- 
ducirse, de perpetuarse. Guiada por el instinto, que 
implica conciencia hasta en las propias formas más 
simples y mecanizadas, forzosamente, — si no prefie- 
re llamársele "Providencia", como antes — , la que 
llega en el hombre hasta la deliberación más sesuda; 
auxiliada por tejidos que se han ordenado en el lento 
proceso de adaptación, ininterrumpido, se la ve y se 
la siente laborando constantemente en favor de la in- 
dividualidad, lo mismo que se la ve y se la siente en 



[95] 



PEDRO HGARI 



el esfuerza que ésta hace para prevalecer y reprodu- 
cirse como 'entidad individual". Esa propia energía 
que va disciplinando a su favor el organismo, y que 
si se se indisciplina, tal incidencia se reputa como una 
aberración o una desgracia, de igual modo que cuan- 
do la individualidad cede a la presión de cualquier 
elemento accidental interno o externo, en las enfer- 
medades, en la degeneración, en el suicidio, en la 
morfinomanía, en la embriaguez, en el ocio mismo, 
¿no nos está diciendo que la individualidad orgáni- 
ca es una realidad, aunque no se la pueda explicar 
satisfactoriamente? 

Nos parece insuficiente que se nos diga, para for- 
mar un concepto cabal acerca de la realidad de ese 
ser que hasta se preocupa de inquirir su propia causa, 
que dicho organismo activo se rige por la misma ley 
que rige a las substancias inorgánicas, incapaces de 
manifestar de igual modo su individualidad, no ya 
de formularse cuestionarios metafísicos, y de hacer 
pesquisas minuciosas para resolver y contestar. Sería, 
tal vez, más conducente indagar con escrupulosidad 
si en la misma substancia que despectivamente hemos 
supuesto tan desnuda de nuestros propios atributos, 
no hay algo más de lo que presumimos, y entonces, 
cuando hubiésemos modificado nuestro concepto 
acerca de la substancia, en general, quizá pudiéra- 
mos formarnos una idea más clara respecto de cómo 
habiendo una identidad fundamental en toda la subs- 
tancia y, consiguientemente, en la supuesta ley co- 
mún, constante, universal y preestablecida que la 
rige, cómo, decimos, esos elementos, hasta hoy des- 
conocidos por completo, han podido determinar las 
diferenciaciones tan sorprendentes que se observan 
por todas partes y de tantas maneras. La explicación 



[96] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



tiene que ser persuasiva más bien que abigarrada y 
despampanante. Acaso también sea sencilla. 

Tal vez esa misma afinidad que se advierte en 
la substancia llamada inorgánica, mediante un pro- 
ceso evoluciona!, por tantos millares de veces secular 
que ni puede conjeturarse la fecha de su iniciación, 
pudiera, por medio de su propia progresividad dar- 
nos la clave del instinto , que presupone conciencia y 
voluntad, y que, por lo mismo, podría ser la causa 
de las individualizaciones acusadas, a veces, de un 
modo tan acentuado y tan complejo; pero sin eso, 
sin otro elemento que el de las reacciones químicas 
y el de un mecanismo ciego, queda por completo 
ínexplicada, no ya en las manifestaciones humanas 
superiores, sino hasta en las más inferiores también, 
en el propio insecto, en el propio infusorio, y tanto 
menos explicada cuanto más se llegue a constatar la 
identidad de la substancia, que, sometida a una sola 
ley, común, implicaría identidad de efectos. 

Vemos una mariposa que se dirige a una flor. Nos 
acercamos, y la mariposa se aleja; nos retiramos, y 
vuelve la mariposa a la flor. ¿Qué acción mecánica 
pudo determinar este ya complejo fenómeno de con- 
ciencia? Se toma el protozoano para reforzar la tesis, 
y allí mismo ya se plantea la individualidad, que 
nosotros no podemos concebir racionalmente si no 
es mediante una intervención de conciencia, así co- 
mo de voluntad, lo mismo que para concebir la del 
hombre civilizado que estudia, observa y teoriza. 
¿Qué es, pues, lo que determina el enorme abismo 
interpuesto entre el cuerpo inerte y el ser viviente, 
entre el canto rodado, por ejemplo y el insecto? 

La influencia directriz de los agentes externos que 
han de actuar, quizá, lo mismo en la planta y en la 



[97] 



PEDRO FIGARI 



plastídula que en el hombre, aunque no sea de igual 
modo, ni con igual intensidad (el propio fototropis- 
mo, el termotropismo, el quimiotropismo), no con- 
tradicen la individualidad que reacciona, precisamen- 
te, hasta en las propias organizaciones más simples, 
y trata de reaccionar en el sentido de la individuali- 
dad, bajo la misma presión de tales excitaciones 
externas. También cuando declina el organismo, con 
la vejez, cediendo a una sucesión de circunstancias 
que lo llevan irremediablemente a la disolución, aun 
así, el instinto vital tiende a conservar la individuali- 
dad orgánica y la acompaña en todo ese proceso, a 
pesar de los reiterados contrastes que va sufriendo y 
la van minando, hasta el instante mismo de expirar, 
rendida a la necesidad natural de disolverse. 

Las desviaciones del instinto, los propios errores 
o desarmonías o ignorancias, como se les ha llama- 
do, prueban la influencia de este elemento esencial 
de la individualidad en el desarrollo de la misma, y 
contradicen la hipótesis de la fatalidad como única 
ley de la vida orgánica. Debemos admitir, sí, que 
los organismos, como todo lo existente, se manifies- 
tan en un campo de acciones y reacciones constantes 
tal como es la realidad, pero esto no supone por sí 
solo que la individualidad que integra necesariamente 
esa realidad, por su parte, sea por completo impotente 
e ineficaz, esto es, que no tenga acción propia. Se- 
mejante suposición nos llevaría a una conclusión 
singularmente original. Resultaría que el hombre, 
antes reputado un semidiós, sustraído y por encima 
de las "miserias" de la naturaleza, vendría ahora a 
quedar como un autómata perfecto, ridículo juguete 
de todos los agentes externos, sin ninguna acción ni 



[98] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



influencia propia sobre ellos. Una y otra tesis nos 
parecen igualmente insostenibles. 

Fuera de la individualidad que se manifiesta por 
una conciencia más o menos clara o primitiva, ce- 
nestésica, si se quiere; fuera del instinto que incita 
a la conservación y defensa individual, no se conci- 
be una organización activa, ni menos evolutiva, que 
se mantiene a expensas de una serie ininterrumpida 
de actos congruentes, ordenados. Un ser a quien 
faltaran tales elementos, quedaría de inmediato 
expuesto a la disolución. No basta la fuerza de co- 
hesión que se manifiesta en la substancia inorgánica, 
para explicar una organización vital, por simple que 
fuere: es precio algo más que eso para asegurar su 
subsistencia, su lucha, no ya su reproducción, con los 
atributos que la acompañan como indispensables y 
que llegan a veces, en la maternidad, hasta el sacri- 
ficio del propio ser. La individualidad implica la 
existencia del instinto, por lo menos, y él supone 
conciencia y voluntad, esto es, conocimiento y acción 
volitiva en el sentido del conocimiento. Estas mani- 
festaciones de la vida son la vida misma, indivisible 
desde este punto de vista, puesto que si faltase cual- 
quiera de tales concursos, faltaría la causa que de- 
termina la organización vital, y quedaría ésta a 
merced de los agentes externos, que la llevarían de 
inmediato al fracaso. Cuando se habla, pues, de in- 
consciencia, de abnegación o de altruismo, debe en- 
tenderse que se habla de una reducción de concien- 
cia o de instinto, porque a la vez que se les conside- 
rara excluidos, debería suponerse excluida la razón de, 
la existencia misma. De igual modo, cuando se cons- 
tata la falta de personalidad, de carácter, en un in- 
dividuo, sólo se advierte una atenuación de esos agen- 



[99] 



PEDRO FIGABJ 



tes esenciales en toda forma orgánica, y no una au- 
sencia total, que presupondría la pérdida de la indi- 
vidualidad, o sea la de la vida misma. 

Antes de aceptar la tesis del determinismo químico- 
mecánico, optamos por admitir que en toda substan- 
cia existen, virtualmeme, los mismos elementos que 
exhiben las formas vitales superiores más complejas, 
elementos que, al evolucionar, han llegado a acen- 
tuarse dentro de una identidad esencial, como arbo- 
rescencias de ese principio matriz, y que sólo se tra- 
ta, pues, de diversos grados de desarrollo de una mis- 
ma substancia. Desde la mónera y la plastida hasta 
las asociaciones pluricelulares; desde las formas sim- 
ples de organización vital hasta el hombre, que se 
supone el organismo más perfecto y más inteligente, 
se trataría así tan sólo de modalidades y aspectos 
morfológicos de la individualidad dentro de una iden- 
tidad substancial que sólo pudo diversificarse merced 
a su instinto, o sea a la causa, a la razón de ser de la 
individualidad, y a su poder de actuar en la línea del 
instinto (voluntad), lo cual presupone conciencia, 
necesariamente. Quizá la propia afinidad que se ob- 
serva en la substancia más anórgana, implique "un 
principio instintivo". Es más lógico pensar esto, que 
suponer que los organismos han creado facultades 
propias, o que alguna entidad superior se las ha le- 
gado, sea el milagro, la naturaleza o las leyes quími- 
cas o estáticas. De la nada, que es una pura nega- 
ción psicológica, no pudo surgir la variedad de ma- 
nifestaciones que ofrece la naturaleza, tan diversas 
como esplendentes; más aún: de la nada, con arreglo 
a los elementos de juicio que informan nuestra lógi- 
ca más evidente, no puede resultar ni un solo grano 
de arena. 



[100] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



Sería curioso que, después de tantos afanes, tuvie- 
ra que admitirse la facultad de crear: ¡el milagro! 

J EL INSTINTO 

Hemos dicho que, según nuestro modo de ver, la 
individualidad orgánica es obra de instinto, de con- 
ciencia y de voluntad. Precisando más nuestra idea a 
este respecto^ diremos que el instinto está identificado 
con la individualidad orgánica, y, por lo tanto, se le 
puede considerar como la individualidad viviendo 
dentro de las formas de acción consagradas y asimila- 
das por su ascendencia. 

Así como no se concibe una organización vital que 
no responda a un plan, no se concibe esa organiza- 
ción sin una dosis de conciencia y de voluntad. En 
efecto, ¿cómo podría concebirse la formación y el 
desarrollo de una entidad siempre compleja, como lo 
es todo organismo, sin que se hallara dotada de es- 
tos atributos indispensables a su sustentación y a su 
defensa? Suprimido el instinto, quedaría suprimida la 
individualidad, y la individualidad orgánica sin con- 
ciencia ni voluntad, sucumbiría como algo inepto pa- 
ra vivir. Sería substancia ciega expuesta a cada ins- 
tante a zozobrar, si acaso pudiera haber llegado a 
constituirse sin tales concursos. 

El instinto es la razón de ser de todo organismo; es 
la fuerza de cohesión que determina su funciona- 
miento y lo mantiene: es la individualidad misma. 
Todo el conocimiento adquirido; todo lo que pudo 
acumularse de experiencia, de conciencia, es lo que 
constituye el instinto, o sea la forma de acción incor- 
porada a cada organismo por la selección y la heren- 
cia, que aprovecha la individualidad en todo mo- 



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PEDRO FIGARI 



mentó para satisfacer sus exigencias orgánicas. Sin 
ese caudal de acción apropiada al mantenimiento de 
la individualidad, ésta se hallaría a merced de todos 
los factores de disolución que, en la brega por la lu- 
cha que sustenta cada organismo a su favor, la pon- 
drían en peligro. Bastaría que se aboliera la función 
instintiva por un momento, para que se pudiera di- 
solver desde luego la individualidad. Se ve, en cam- 
bio, a todo organismo ocupado en todo instante en 
su propia suerte, ya sea favoreciendo el cumplimiento 
de sus funciones fisiológicas, como todo lo demás 
que le interesa. El instinto es al acto reflejo lo que 
la razón es al instinto, en una misma dirección y con 
un mismo propósito orgánico, idéntico por completo, 
y es así que, a mayor conciencia, se manifiesta mayor 
aptitud para evolucionar, mayor empeño en hacerlo, 
y también una mayor capacidad para rectificar las 
formas usuales de acción, a fin de adaptar mejor el 
organismo a su medio. 

¿Que elemento externo podría lógicamente tomar 
sobre sí ía tarea y la responsabilidad de vigilar en 
todo instante lo necesario para que el individuo, de 
cualquier naturaleza que fuere, se procure lo que le 
es menester a cada momento para subsistir, y para 
defenderse de todos los peligros a que está expuesto? 
Nosotros no vemos, sin el milagro, sin un milagro 
asiduo y perenne, cómo pueda realzarse esa obra 
interminable que regula los actos de la substancia 
orgánica en todas las manifestaciones biológicas, sin 
excluir ninguna; y como el milagro no explica nada, 
al contrario, confunde, preciso es creer que el pro- 
pio organismo es el que se amaña para sobrevivir, 
para prosperar, para reproducirse, y para defender 
a la prole mientras necesita ser protegida. Esa obra 



[102] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ingeniosa y pertinaz, de todo instante, tampoco pue- 
de atribuirse a causas sobrenaturales, porque es una 
obra natural, lógica, racional, casi diríamos dema- 
siado pedestre, para ser realizada con la avara inter- 
vención de los dioses o las hadas. Estas divinidades 
hacen su proeza, cuando más, de una sola vez, según 
los relatos más acreditados, y luego se llaman a si- 
lencio; mientras que en la realidad se ve una acción 
no interrumpida, tenaz, inmensa, inmensamente va- 
riada, y siempre más o menos apropiada a las necesi- 
dades de cada individualidad. La serpiente de Ugan- 
da, por ejemplo, cazadora de pájaros, ¿cómo pudo ser 
informada por nadie de que fácilmente hallará una 
presa a su alcance, si espera a que alguna avecilla se 
enrede en la planta en que acecha, quedando en la 
imposibilidad de volar? ¿Quién, ni qué ley física o 
química ha podido suministrarle tan útil conoci- 
miento? Por todas partes, entre los mismos peces e 
insectos, se advierte un cúmulo de actos congruen- 
tes con la necesidad de vivir y procrear, mil diversos 
arbitrios, casi todos ingeniosos y adecuados a las ne- 
cesidades de cada organización. Entre los animales 
inferiores, a veces más inferiores por su pequeñez 
que por su habilidad, las hormigas, los termites, las 
famosas abejas que han despertado la admiración de 
todos los observadores de la naturaleza, estos pe- 
queñísimos seres cuya disciplina social asombra aun 
cuando se la considere con el pesimismo del gran 
Buffon, se ve que hay un espíritu de ordenamiento 
y de defensa social lleno de complicados misterios, 
que el hombre querría resolver con arreglo a su 
propia lógica, de igual modo que los apicultores qui- 
sieran 'perfeccionar" la vida de la colmena en el 
sentido de su rendimiento. Por todas partes hay sig- 



L103 3 



PEDRO FIGARI 



nos de inteligencia, y a los hombres, en cambio, que 
son los seres más inteligentes, les cuesta creer que 
esta modalidad tan difundida en todos los dominios 
biológicos, pueda ser compartida también de algún 
modo, por animalejos tan minúsculos, que nos he- 
mos acostumbrado a mirar con desdén, por más que 
a veces puedan darnos algún consejo saludable. ¿Qué 
es, pues, esa infinita variedad de actos coordinados, 
hábiles, eficaces, armónicos, sorprendentes, cada vez 
más sorprendentes así que se los observa? 

Verdaderamente, no se alcanza una razón para 
explicar la sabiduría de los organismos, como no sea 
un largo aprendizaje hecho a sus propias expensas. 
Lo que da la apariencia de una fatalidad a las formas 
ordinarias de actuar en los organismos inferiores, 
principalmente, es la repetición casi mecanizada en 
la acción ordinaria, es decir, la que se ha incorporado 
por la costumbre y que se ejecuta casi con la espon- 
taneidad del reflejo; pero puede verse, no obstante, 
que apenas se atraviesa una dificultad excepcional, 
hasta los animales más inferiores se aplican a resol- 
verla apelando a nuevos arbitrios. 

A medida que se retrocede en la escala orgánica, 
puede verse que es cada vez más rutinaria la activi- 
dad; empero, siempre parece haber un motivo de 
sorpresa en la observación atenta de las propias ex- 
tracciones inferiores de organización vital. Cierto 
que a menudo se manifiestan con tal regularidad 
esas formas de acción de los seres más simples, que 
parecen enteramente automáticas; pero, habría que 
preguntarse cómo ha podido asimilar esas mismas 
prácticas mecánicas con una lógica tan eficaz que les 
permite subvenir a sus necesidades y aun perpetuar- 



[104] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



se, si estuvieran privados de todo conocimiento, de 
toda facultad cognoscitiva y de voluntad. 

Hay un hecho constante en la actividad orgánica, , 
y es que siempre se manifiesta en favor de la indi- 
vidualidad. Unas veces llega a la proeza, y otras a la 
crueldad, a condición de favorecer al individuo, y 
esto se observa en las unidades orgánicas inferiores, 
lo mismo que en las organizaciones vitales superio- 
res, el hombre incluso. Las propias anomalías, las 
"desarmonías", la ignorancia del instinto, como lla- 
ma Pabre con más propiedad a los errores ins- 
tintivos, denotan que el instinto es obra de cono- 
cimieno beteditarto -individual, y no obra de un 
mecanismo perfecto de la naturaleza o de una di- 
vinidad superior, omnisciente. Esa falibilidad que se 
acusa dentro de una línea invariable, como es la de 
bregar cada organismo fundamentalmente para sí y 
para su prole, nos está diciendo que se trata de 
"errores" y no de desarmonías, que serían inexpli- 
cables dentro del criterio de un mecanismo de la 
naturaleza, y esto es tan cierto, que, para juzgar 
estos mismos actos, se les encara, y debe encarárse- 
les, del punto de vista de los intereses orgánicos, y 
no de otro modo. La ley inconmovible es que todo 
organismo procura protegerse. 

Dice Darwin: "El instinto de cada especie es 
bueno para la misma; pero no ha sido producido, 
en cuanto nosotros podemos pensar, en beneficio de 
otras especies. Uno de los casos más convincentes 
que conocemos de animal que en la apariencia lleve 
a cabo un acto por el solo bien de otro, es el de los 
pulgones, que voluntariamente ceden a las hormigas 



[105] 



PEDRO FIGARI 



su dulce excreción'*. 1 Este propio acto de altruis- 
mo, como lo presume el eminente observador, al 
hacer su reserva, debe reputarse una apariencia más 
bien que una realidad. Quizá fue en su origen una 
forma defensiva del pulgón, y por efecto de la cos- 
tumbre u otro motivo que no nos es dado descubrir, 
mantiene esa práctica que contradice aparentemente, 
debemos creerlo así, la ley biológica que aplica el 
instinto a servir los intereses orgánicos individuales, 
y que lo aplica sin consideración alguna a los inte- 
reses de los otros organismos y sin hacer más con- 
cesiones que las que fueren compatibles con esa ne- 
cesidad primordial. 

Podría decirse que el instinto es la acumulación 
de experiencia y sabiduría obtenida por cada orga- 
nismo a su favor, a través de los siglos. Nosotros 
nos consideramos exceptuados de esa ley, y creemos 
que estamos en libertad de proceder con arreglo a 
móviles mucho más impersonales, sin advertir si- 
quiera que abusamos del "yo 1 ' de tal modo, y que 
lo hacemos con tanta convicción acerca de su exce- 
lencia, esto es, de que se trata de algo superior, que 
no caemos en la cuenta de su propia pequeñez, tan 
insignificante, si se la mira del punto de vista de los 
demás organismos, sin excluir el propio ejemplar 
congénere, y todavía, cuando consideramos algo que 
parece substraerse a esa ley, lo comentamos extensa- 
mente, como un suceso extraordinario. El heroísmo, 
la abnegación, la propia munificiencia, parecen ser 
sucesos dignos del más altisonante de los panegíri- 
cos- ¿por qué? Debemos suponer que es por hallarse 



1 C Darwin: Origen de las especies, t. II, pág. 135, 
v. c. 



[106] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



estos actos en oposición a una regla general, a la que 
todos nos sentimos sometidos. 

Cuando el investigador realiza experimentos sobre 
el perro, el conejo o el cobayo, no lo hace, por cier- 
to, en vista del interés que en ello puedan tener los 
caninos o los roedores, sino atento al beneficio que 
de eso pueda resultar para el hombre, de igual modo 
que el feligrés de una parroquia no cumple sus de- 
beres religiosos en favor de las especies inferiores, ni 
siquiera para que aprovechen de sus buenos oficios 
los creyentes de otros dogmas, sino en su propio in- 
terés, principalmente, y nada es más natural. Cierto 
es que, a veces, los más sentimentales soñadores, que 
utilizan los sueros animales, como los demás, y co- 
men carne, se escandalizan de que se recurra a la 
vivisección para descubrir secretos favorables a la 
especie en una forma tan ventajosa e impersonal 
cuanto es y puede serlo la científica, mas no lo 
hacen sin abrigarse también con buenas pieles ajenas. 

Por debajo de todo acto hay un interés orgánico. 
Nosotros no advertimos la inexorabilidad de este ele- 
mento del que todos somos vasallos y tributarios, 
como lo son todos los organismos, necesariamente, 
desde que es algo sin lo cual la organización vital 
sería imposible; no lo notamos, digo, a causa de las 
magnificaciones idealistas, sentimentales, que nos hi- 
cieron tomar en serio nuestra excepcionalidad, y se- 
guimos pensando que el instinto es una entidad in- 
ferior sólo digna de los "animales", entretanto que 
conjugamos, y seguimos, y seguiremos conjugando 
todos los verbos agradables en primera persona y 
en todo tiempo. A nosotros, siempre tan dispuestos 
a favorecernos, nos parece que esto es de una supe- 
rioridad incuestionable, y hasta creemos que no ha- 



[107] 



PEDRO FIGARI 



rían mal los dioses en interesarse en nuestra suerte 
aun cuando para ello fuera preciso descuidar a los 
planetícolas, cuyo destino, por lo demás, comparado 
con el nuestro, siempre nos resultaría insignificante. 
No hay que dudarlo. 

El egoísmo instintivo se manifiesta idéntico, en 
substancia, en todos los organismos, por mucho que 
nos esmeremos en demostrar lo contrario, y por más 
que creamos de buena fe que el nuestro es de otra 
alcurnia. Esto es precisamente lo -que nos impide ver 
en nuestros actos el mismo afán de vivir que rema 
en toda la escala viviente: vivir por vivir; pero si 
uno pudiera descomponer cada uno de los actos que 
ejecuta a cada paso en ese sentido, hasta llegar a su 
razón más íntima, vería que todos están inspirados 
en ese común propósito fundamental, si bien algu- 
na rara excepción, error u ofuscación se ofrezca 
para confirmar la regla; y, por otra parte, notaría 
en el propio anhelo de mejorar la condición huma- 
na, la confirmación de aquel propósito, que lo sub- 
raya así. 

El largo proceso de tanteos experimentales que 
presuponen nuestras más usuales formas de acción, 
que encontramos "hechas", nos hace difícil conside- 
rar las verdaderas razones que la inspiraron, y es 
de este modo que, por más positivas que ellas sean, 
nos resulta grato creer que son de un linaje extraordi- 
nario. Esa variedad de actos que realizamos en todo 
instante, todos sometidos por igual a un control mul- 
tisecular, a comprobaciones pacientes reiteradas con 
ahinco, todas encaminadas en el mismo propósito de 
amparar al organismo, de vivir, se pone de mani- 
fiesto en todo momento. SÍ para cada acto de los 
múltiples que ejecutamos en la vida normal, tuvié- 



[108] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ramos que hacer una deliberación; s¡ esa intermina- 
ble sucesión de observaciones, experimentos y razo- 
namientos no se hubiera hecho por nuestra ascen- 
dencia, es claro que no podríamos hacer todo lo que 
hacemos. Así, por ejemplo, cuando circulamos por 
las calles de la ciudad, si para cada conflicto que 
nos presenta el tráfico tuviéramos que detenernos 
a resolver tantos problemas como son los que allí 
mismo están planteados, los accidentes alcanzarían 
a cifras espantables. En cambio, merced a la expe- 
riencia acumulada, vamos resolviéndolos sin darnos 
cuenta de que lo hacemos, como los empleados ban- 
carios suman, restan, multiplican y dividen automá- 
ticamente, así que se habitúan a las operaciones más 
corrientes. El esfuerzo perseverante que representa 
la multitud de actos que ejecutamos también nos- 
otros con automatismo, es lo único que puede expli- 
car la llaneza con que resolvemos las cosas ordina- 
rias de la existencia, en tanto que nos confunde, nos 
abruma, y nos quebranta, a veces, cualquier suceso 
inopinado, y nos obliga a detenernos y a meditar 
sesudamente. 

Todo, sin embargo, está dirigido, en lo fundamen- 
tal, en la misma vía: la protección propia. Si en- 
tramos con una golosina en una sala donde haya 
niños, en actitud de ofrecerla, todos claman por ob- 
tenerla para sí, con la misma espontaneidad con que 
procuran rehuir un castigo o una amenaza; y si por 
una excepción se infringe esta regla, todos miran 
ese suceso con extrañeza, y tratan de inquirir la causa 
del mismo. Lo más que puede acontecer en estos 
dominios, es que el instinto se halle educado y so- 
metido a reglas más ordenadas y conformes con las 
conveniencias sociales, pero siempre habrá de ser a 



[109] 



PEDRO FIGARI 



condición de que no quede por esto desamparado el 
organismo, la individualidad, a cuya imposición es 
preciso subvenir de algún modo. 

Como una consecuencia del afán individual de 
vivir y prosperar; como una demostración del propó- 
sito de amparar la propia prole ante la supremacía 
del instinto egoísta vital, ni es necesario comentar 
todo lo que realiza la maternidad humana; en las 
propias especies inferiores se revela, a menudo, no 
ya con toda solicitud, sino hasta con verdadera cruel- 
dad, esa obligación natural de protección a la cría. 
No sólo se defiende, pues, con todo tesón el organis- 
mo, sino el fruto orgánico, también, en todos los do- 
minios biológicos. ¡Es preciso ver con qué admirable 
egoísmo se aprovecha de todo para sí, con qué refi- 
namientos y con qué fruición cada organismo tiende 
a depositar su óvulo y a defenderlo! Son inenarra- 
bles estas escenas en plena naturaleza, el cariño, la 
ternura, la dulzura exquisita con que atienden a veces 
a su prole las propias fieras. Las mismas avecillas 
de elegante plumaje, de movimientos de dama, de 
canto plañidero, o gárrulas; los insectos multicolores, 
todos, de una u otra manera, a condición de amparar 
sus polluelos o sus larvas, exhiben garras hasta para 
el acto canibalesco; y la propia cría, por su parte, 
hace cuanto puede para acomodarse de la mejor ma- 
nera posible en su modesto rinconcito. El polluelo 
del cuclillo — este pájaro, que con toda comodidad 
pone sus huevos en nido ajeno — comienza por 
arrojar fuera del nido a los hijos de la propia ave 
que lo alimenta, los que mueren de frío, si acaso 
salvan de las consecuencias de la caída. 1 La avis- 

1 C Darwin: Origen de las especies, t, II, pág. 148, 
v c. 



[110] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



pa "Cercens'', cazadora de "Buprestes a la que lla- 
ma Fabre "savant tueur", por encima de su crueldad 
tiene la sabiduría de paralizar al coleóptero desti- 
nado a la alimentación de sus larvas, hiriéndolo con 
su aguijón en los centros motores, de tal modo, que 
queda vivo, si bien inmovilizado, en espera de que 
aquéllas puedan servirse de él, en su legítima aspi- 
ración de llegar a insectos perfectos, capacitados ya 
para reproducir estas mismas exacciones crueles en 
favor de su prole, "para recomenzar la vida de la 
madre que ellos no han visto jamás", según la frase 
sugestiva de Metchnikoff. La madre, cumplido su 
deber, no se detiene ya a hacerles arrumacos a sus 
hijuelos. León Dufour, sabio entomólogo, supone 
que los cerceris dan muerte a su presa inyetándole 
algún líquido antiséptico que permita la conserva- 
ción de sus carnes y visceras. 1 

Todo esto mismo que de mil maneras diversas se 
repite en toda la escala orgánica, demuestra, por un 
lado que el instinto es la individualidad actuando 
por variados medios en su afán de adaptarse y de 
perdurar, y, por el otro, que debe atribuirse a "su 
conciencia" más bien que al cumplimiento de leyes 
comunes mecánicas o extraterrenales, ese vivo em- 
peño que de tantos modos pone de manifiesto toda 
organización vital para lograr aquel propósito. No 
hay más fatalidad, pues, que la de la ley propia de 
cada forma orgánica, dispuesta para colmar el em- 
peño de vivir y perdurar. La ley se la traza el orga- 
nismo interesado en su propia prosperidad. 

En el reino vegetal también se observan fenóme- 
nos análogos de amor incondicional a la mdividua- 



1 E. Metchnikoff. Études sur la nature húmame, pág. 35. 



[111] 



PEDRO FIGARI 



lidad, especialmente cuando se manifiestan en su es- 
fuerzo tenaz de propagación, de perpetuación. Dice 
Metchnikoff que, en cuanto a armonías de la natu- 
raleza, es difícil encontrar ejemplos tan perfectos 
como lo son las costumbres de las avispas cavadoras, 
— las mismas a que antes nos hemos referido — , y 
el mecamsmo de la fecundación de las orquídeas. 1 

La supuesta mecanicidad que rige a las plantas 
queda, empero, contradicha en este mismo orden de 
fenómenos admirables, al descubrirse "aberraciones"' 
y "desarmonías" en estos dominios también, las que 
no pueden razonablemente explicarse por la hipóte- 
sis de un mecanismo integral, capaz de hacer prodi- 
gios de inteligencia en todo lo demás. Resulta así 
que, por un lado, nos asombra la inteligencia, tan 
lógica como multiforme, con que proceden las plan- 
tas en su esfuerzo de conservación y de propagación, 
análogo al de todo organismo vital, y de un modo 
tan sorprendente que atribuimos su acción a causas 
mecánicas, superiores a ellas mismas; y, por el otro, 
constatamos errores en sus procedimientos, que se- 
rían inexplicables e imperdonables si hubieran de 
atribuirse a una entidad superior, llámese Natura- 
leza o Providencia. /Qué hemos de pensar, pues, sino 
que las plantas están regidas por una ley análoga a 
la de todos los demás organismos, es decir, a todas 
las "individualidades" orgánicas? 

En este dominio, lo mismo que en el zoológico, 
se advierte un apego tal a la propia individualidad, 
que, a trueque de mantenerla y de reproducirla, se 
acude, a veces, a recursos muy semejantes a los pro- 
pios arbitrios más sesudos y documentados de los 



1 E, Metchnikoff Études sur ¡a naPure humatne, pág. 37. 



C"2] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



que el hombre emplea para lograr lo mismo que 
pretenden los vegetales a su favor. Se supone que 
ese esfuerzo que hace ía planta para arrojar sus se- 
millas lejos de sí, — idéntico al que hace el insecto, 
o el ave, o el mamífero, los marsupiales, verbigracia, 
al guardar la cría, porque todos por igual están di- 
rigidos a garantir la vida de la descendencia — , es 
debido a causas ultraorgánicas, que habrían de ex- 
plicarse por un medio menos lógico, "el mecanismo", 
que raya en lo sobrenatural. A medida que se inves- 
tiga, sin embargo, todo conduce a explicaciones sim- 
ples y llanas. Esos propios contrasentidos, o desvia- 
ciones, o incorrecciones, considerados como errores 
de acción, y que todos los naturalistas constatan del 
punto de vista ractonal, llámense desarmonías, 
anomalías, ignorancias o aberraciones, así como lo 
que revela el campo de la propia disteleología, según 
Hseckel, 1 tiende a excluir toda concepción meca- 
nicista y a apoyar la de la individualidad orgánica, 
aplicada en toda la escala por igual, a adaptarse 
al medio del modo mejor posible, y expuesta a 
error, como lo está el propio hombre, organismo más 
complejo y, sin duda alguna, superior. Si encarada 
así esa serie de desviaciones, se puede explicar de- 
bido a la falibilidad de todo "individuo" viviente, 
¿cómo podría explicarse el error dentro de la inexo- 
rabilidad de una ley natural común? ¿Cómo podría 
eximirse un organismo cualquiera de una ley de ese 
carácter, y cómo se explicaría una ley tan sabia y 
grandiosa incurriendo en errores que no escapan al 
hombre, y en pequeneces, miserias y crueldades que 



1 E Hseckel. Htstoire de la Créatwn, pág. 550, v. fr 



i 



[113] 



PEDRO FIGARI 



también lo sublevan, por más que él mismo no sea 
ajeno a ellas, en su propio afán vital íntimo? 

Dentro de la hipótesis mecanista tampoco se en- 
cuentra el modo de conciliar los fenómenos de con- 
ciencia o de conocimiento, que se manifiestan en el 
hombre, por lo menos, con tantas evidencias. Esta 
teoría, en resumen, no hace más que sustituir un 
misterio por otro misterio; un misterio más simple 
y más llano por otro más abstruso, más inextricable 
y abrumador. No hablemos del hombre cuya con- 
ciencia (conocimiento) no podría ser puesta en du- 
da sin caer de nuevo en el más radical y estéril de 
los escepticismos. Entre los propios insectos hay de- 
talles que no pueden ser lógicamente explicados sin 
acudir a lo prodigioso, a lo contranatural, acaso co- 
mo sucedáneo "científico" de lo sobrenatural. Así, 
por ejemplo, dice Fabre que el himenóptero melí- 
fero conoce de antemano el sexo de sus crías, y pre- 
para una provisión algo mayor para la hembra, por 
ser ésta un poco más grande. 1 ¿Qué ley común 
de la naturaleza ha podido detenerse a articular este 
detalle, de un mecanismo tan complicado? Ora se 
admita el conocimiento, ora se le excluya, siempre 
nos preguntaremos, en el primer caso, ¿por qué le 
permite al himenóptero hacer esa sutil distinción? 
¿Es en bien de la cría? ¿Por qué dispone que el me- 
lífero, un insecto al fin, sepa más que el hombre 
acerca de su prole, que el propio sabio que trata de 
explicarse su verdadera situación en el Universo ? 
¿Por qué le permite utilizar ese conocimiento, me- 
diante un acto tan lógico de previsión? Y, en el se- 



1 J H. Fabre Souvemrs entomologiques, Serie 10 a , 
pág. 191. 



[114] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



gundo caso, nos interrogamos: ¿por qué a la vez 
que ese colosal y admirable mecanismo lleva su pro- 
videncia y su solicitud por la suerte de ese animalillo 
a tal extremo, deja incurrir en tantos yerros a la 
hacendosa abeja y la expone a sacrificios terribles 
en pro de su fecundación, y de la suerte de la propia 
colmena? Bien se ve que por esta vía creamos mis- 
terios en vez de explicarnos 

Y estas mismas preguntas se reproducen a cada 
paso si se observa la variedad de actos de habilidad 
y de inteligencia que exhiben los organismos más 
pequeños de la naturaleza, los más despreciados e 
insignificantes, en cuanto a su tamaño 'y a su jerar- 
quía en la consideración del vulgo: las hormigas, 
los termites, las avispas, etc. Hay verdaderos ejem- 
plos de sabiduría en sus dominios, al lado de ejem- 
plos de refinada crueldad "inteligente". Fabre, el 
incansable observador, a cada paso constata procedi- 
mientos ingeniosísimos en su acción. Así, por ejem- 
plo, el Sphex, lo mismo que el Cerceris, adopta un 
procedimiento hábil con el fin de paralizar su pre- 
sa, digno de figurar en un laboratorio de fisiología, 
y hasta se cree que algunos insectos usan del propio 
antiséptico en ciertos casos, según se ha dicho. Aun- 
que esta "preparación" no la hayan adquirido me- 
diante cursos especiales y reglamentados, la manifies- 
tan, así mismo, y al admitirse la posibilidad de que 
tan ínfimos insectos recurran a este arbitrio admi- 
rable de conocimiento, así como que también lo uti- 
lizan, se admite lógicamente que su acción no debe 
ser atribuida a causas de carácter general, sino a 
causas individuales, congéneres de las propias hu- 
manas, por más que para reconocerlo tengamos que 



[115 3 



PEDRO FIGARI 



bajar del estrado augusto que nos deparó la tradi- 
ción por un engaño. 

Resulta así que la naturaleza es siempre más sen- 
cilla y más razonable de lo que se la ha imaginado. 

La piedra de toque infalible para justipreciar la 
verdad, es la evidencia. Toda verdad que se concreta 
se presenta de tal modo clara, que cualquiera puede 
comprenderla y comprobarla. Aquellas hipótesis, en 
cambio, se ofrecen ingeniosísimas, es cierto, pero no 
explican satisfactoriamente "los hechos", ni están 
siquiera al alcance de los más, y debemos creer que 
entre los partidarios más eximios, como en sus pro- 
pios autores también, dejan lagunas, contradicciones, 
vacíos y dificultades, hasta para ellos mismos. En 
esta senda, diríase que volvemos por otros recursos 
distintos a las mismas grandes quimeras antiguas, 
que nos confunden en vez de iluminamos, como 
ocurre cuando se perfila una verdad, forzosamente. 

Entretanto, el instinto individual, orgánico, está 
allí, vigilante, atento, imperando en todo instante 
sobre la individualidad, identificado con ella. Es im- 
posible desconocer ni su existencia, ni su eficacia, 
porque son de una realidad evidente. Como quie- 
ra que se considere la individualidad, está siempre 
protegida por sí misma, ya sea que llamemos ins- 
tinto, conciencia, Providencia o de otra manera a 
esta defensa solícita, o bien que atribuyamos a dicho 
elemento una causa externa o interna. Lo más que 
puede admitirse es que el instinto se discipline, pero 
no que se excluya, puesto que tal cosa implicaría 
la pérdida de la individualidad, que es la pérdida de 
la vida Entretanto que se declama, vemos que en el 
gran cañamazo total de la realidad cada ser conduce 
su hilo vital y borda a su manera, siempre con 



[116] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



el propósito de mantenerlo, de defenderlo, de ro- 
bustecerlo, por arbitrios diversos, indescriptiblemen- 
te diversos. Unos lp hacen con arreglo a un plan 
que semeja mecánico, porque se repite a través de 
los tiempos, siempre de acuerdo son ese propósito 
individual, y otros tratando de rectificar su plan 
constantemente, para tejer con más eficacia; lo cual, 
en todos los hilos vitales significa lo mismo: perdu- 
rar, perpetuarse de la mejor manera posible. 

Cuando denominamos instinto a esa serie de actos 
incorporados en las formas ordinarias de acción, ya 
asimiladas en cada especie, olvidamos que éstas pue- 
den transformarse, y se transforman así que en ello 
se advierte una ventaja, lo que, por lo demás, requie- 
re asiduas comprobaciones, tanto porque es lento el 
asimilar, cuanto porque, dado el interés tan superior 
que existe en todo esto, nadie se resuelve a cambiar 
las prácticas ya consagradas, sin antes cerciorarse de 
los efectos. Es de una lentitud inverosímil todo cam- 
bio fundamental. Si para que llegaran las comuni- 
dades de insectos a instituir la esclavitud transcurrie- 
ron quizá muchos millares de años, para que el hom- 
bre se decidiera a aboliría de entre sus usos, no se ha 
requerido mucho menos, por cierto. Es tan pausado 
ese proceso de mecanización instintiva, que ha hecho 
pensar en la inmutabilidad de su acción, especialmen- 
te en las especies inferiores, sin advertir que también 
para llegar a adoptarse por ellas esas mismas formas 
ya mecanizadas, ha debido procederse a base de con- 
ciencia, por elemental que ella fuere; puesto que, de 
otro modo, tendríamos que explicarnos tales sucesos 
por medios sobrenaturales o contranaturales, que, le- 
jos de explicar, complican la cuestión y la confunden. 

Quizá pueda un día descubrirse la causa de las afi- 



[117] 



PEDRO FIGARI 



íiidades que se observan en la substancia anórgana y 
que determinan modalidades tan diversas en sus for- 
mas de combinarse, para producir compuestos disan- 
tos al componente, dentro de ciertas condiciones par- 
ticulares, no uniformes. Esa misma afinidad, actuan- 
do en la substancia orgánica, más compleja, podría, 
según dijimos ya, como una fuerza de cohesión aná- 
loga, de simpatía, diríase, explicar la asociación or- 
gánica dentro de una individualidad típica, muy dis- 
tinta del componente, la que brega por sobrevivir, 
como tal, y de perpetuarse, con tanta y tan invariable 
tenacidad, sobre dicha base unitaria, equilibrada e in- 
divisible, de "entidad orgánica". Esa fuerza que une 
algunas veces dos cuerpos, y otras los mantiene indi- 
ferentes, cuando no los repele, la misma que forma 
el pedrusco, y que se observa en todos los grados po- 
sibles en toda la materia, desde la combinación quí- 
mica que se conserva fija, hasta el plasma, el tejido 
de substancia vital que se alimenta por intususcep- 
ción, dentro de un plan armónico, tan solidario que 
permite al conjunto individual realizar su proceso de 
constante asimilación y desasimilación, a condición de 
mantener la individualidad, creada por reproducción 
y sostenida con tanto esfuerzo, a través de los siglos; 
esa misma acción "propia" de la substancia ¿no po- 
dría explicar la individualidad, mejor que la tesis de 
un mecanismo integral que no sabemos a qué ni a 
quién atribuirlo, y que, además, nos desconcierta? 

Es verdad que se notan diferencias que parecen 
abismos abiertos con radicalidad fundamental entre 
los múltiples fenómenos naturales; pero así que se 
observa, se va percibiendo que las supuestas solucio- 
nes de continuidad se resuelven en un sentido favo- 
rable a la tesis evolucional, por un lado, y, por el 



[118] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



otro, se advierte un propósito común en todas las for- 
mas de combinación o de asociación de partículas o 
animálculos, a la vez que un mayor cúmulo de atri- 
butos en la substancia ínfima, no ya en los propios 
organismos que se reputaron tan inferiores antes de 
ser sometidos a una escrupulosa observación. Y si re- 
sultara que es una fuerza análoga a esa de afinidad, 
la que determina el supuesto agregado celular, ten- 
dríamos la clave de la individualidad orgánica, por- 
que ese elemento que llamamos instinto no sería otra 
cosa que la razón de ser, la causa misma de la aso- 
ciación celular, actuando con el propósito íntimo de 
subsistir dentro de las modalidades peculiares a su es- 
tructura, y valiéndose de todo aquello que le sirve 
para conservarse, para perdurar, para prosperar. Sería 
la individualidad que actúa con arreglo a sus recursos 
propios, en pro de sí misma. No sería, pues, una 
"consecuencia" de la individualidad, ni un efecto de 
combinaciones y mecanismos ultranaturales, sino la 
causa eficiente de la individualidad, con la cual se 
hallaría identificada, esto es, la individualidad mtsma 
que brega a su favor. 

II LA CONCIENCIA 

Excluida "la individualidad orgánica" integral y 
unitaria, no acertamos a explicarnos la conciencia, 
ni su utilización. Sin embargo, los positivistas mo- 
dernos mantienen en rangos paralelos a la célula 
constitutiva y al organismo contituído, esto es, man- 
tienen la individualidad del elemento componente 
"en el compuesto", por más que éste se manifieste 
tan clara como persistentemente preocupado de sí 
mismo, tanto como lo está la célula en acatar y se- 



[119] 



PEDRO FIGARI 



cundar ese propósito individual del conjunto. Este 
hecho, evidente, desautoriza la hipótesis de la supre- 
macía del elemento que, en todo caso, sirvió para 
tejer el organismo, colocando a la célula en un pla- 
no enteramente secundario y auxiliar con respecto a 
la entidad constituida. 

Para orillar la dificultad que emerge de la armo- 
nía de estas dos entidades, tan definidas como soli- 
darias, asociadas, casi identificadas» se ha apelado a 
todos ios arbitrios de ingenio, sin lograrse, a nuestro 
juicio, ningún éxito hasta ahora, puesto que la hi- 
pótesis de la conciencia - epifenómeno que concibió 
Maudsley y adoptó Huxley, por más que cuente con 
tantos y tan esclarecidos partidarios, no ha podido, 
que sepamos, explicar la conciencia orgánica, unita- 
ria, individual, que por todas partes se manifiesta, 
de una u otra manera, en los dominios biológicos. 
Esta solución, en vez de disipar ese misterio, lo acen- 
túa, por cuanto no se alcanza a comprender, fuera 
de lo prodigioso, cómo pueda sumarse, ni por quién, 
el resultado de las impresiones celulares de concien- 
cia, ni cómo pueda el organismo integral aprovechar- 
se de ese elemento que contiene la célula constitu- 
tiva, en sí misma. Es tal la imposibilidad de demos- 
ttarlo, que hasta se ha llegado a negar sus efectos, 
por más evidentes que ellos sean. 

El agente que identifica a la conciencia atómica 
con la conciencia de la substancia vital organizada, 
"viscosa", según se ha dicho, en sus propios aspectos 
más simples, queda invisible e inexplicable, como 
lo está el que identifica a la de la plastida con la del 
organismo ya construido, perfecto, diremos, aplican- 
do la locución entomológica. ¿Cómo se explica 
"la suma 1 ' de conciencias celulares, si es una suma? 



[120] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



¿Quién es el que percibe el resultado de esa "siner- 
gia" celular? ¿Por qué maravilla sobrenatural o con- 
tranatural se manifiesta ese fenómeno de conciencia 
en la individualidad organizada, si es simplemente 
una adición de conciencias ultramicroscópicas, di- 
ñase, separadas, independientes, y tan ineficaces, que 
las cosas pasarían igualmente sin ellas, según, lo afir- 
ma el profesor Le Dantec como algo axiomático? 1 

De este modo caemos de nuevo en lo mirífico. 

Si alguien, con un alfiler, nos punía una mano, 
toda la masa celular individual acusa los efectos de 
tan leve lesión. Más todavía: si se nos amenaza con 
un puñal, antes de que llegue a herirnos, toda la 
masa celular ha recibido una conmoción y se apres- 
ta a repeler el ataque, acudiendo con tal unidad de 
conjunto, que no podría hacerlo mejor la propia 
célula, personalmente, para esquivar una agresión 
que le fuera dirigida a ella misma. Entonces ocurre 
interrogar: ¿qué elemento es el que explica esa ac- 
ción armónica de conjunto, idéntica a la que desem- 
peña el elemento simple, mínimo, componente, a 
su respecto, en toda organización vital? Aquí hay 
dos aspectos de ese proceso, igualmente inexplicados: 
I o , el que todo ese conjunto tan variado y tan va- 
riable, sea obra de puro mecanismo; y 2^, el que la 
obra resultante de tan complejo mecanismo tenga, 
en sí misma, los propios atributos que obstenta cada 
uno de los componentes, todavía más acentuados. 

Nos parece que, para explicar la individualidad, 
se recurre a un expediente ineficaz, puesto que hoy, 
como ayer, queda por igual en pie el misterio de esta 
entidad definida, consciente, capaz de querer y de 



1 F Le Dantec: Le détermimsme bwlogtque, págs. 2, 156. 



[121] 



PEDRO FIGARI 



obrar de acuerdo con ^ su volición, dentro de cierta 
medida por lo menos, sabiendo lo que quiere, y co- 
municándolo a veces hasta con exceso a los demás, 
reaccionando sobre sus formas ordinarias de acción 
mediante una serie de deliberaciones, de observacio- 
nes, de experimentaciones, de cálculos, que la con- 
ducen, por vías complicadísimas, a conclusiones im- 
pensadas, a menudo, y esto nos parece muy distinto 
de lo que ocurre con la substancia inorgánica, que 
se la supone sometida a puras reacciones químicas y 
a ajustes puramente mecánicos. Por más que se ex- 
treme la imaginación, no se alcanza a salvar la dis- 
tancia que, como un muro inexpugnable, separa lo 
mecánico de lo orgánico. Ningún mecanismo, por 
ingenioso que sea, es capaz de manifestar conciencia 
individual, por más que lo simule; ni el cronómetro, 
ni el sumergible, ni el linotipo, ni ningún otro, aun 
cuando lleguen a adquirir complementaciones fan- 
tásticas, pueden lograrlo. El torpedo, verbigracia, va 
con la consigna de estallar apenas toque un cuerpo 
duro, según creemos; pero por más que se perfeccio- 
ne, nunca podrá llegar a discernir, como puede ha- 
cerlo a cada instante el marino, y estallará aun cuan- 
do el cuerpo duro que encuentra a su paso no sea 
el que se tuvo en vista al enviarlo. 

Hay una rigidez tan estricta en lo mecánico, que 
no puede confundirse con la plasticidad que revela 
el mundo orgánico, y tal diferencia se presenta como 
una barrera insalvable. Esa ductilidad consciente de 
los cuerpos orgánicos que se acomodan a las circuns- 
tancias y reaccionan de acuerdo con ellas y, a veces, 
aun en oposición con ellas, revela que la substancia 
organizada es distinta de la que suponemos anórga- 
na, tal como la concebimos por lo pronto, salvo que 



[122] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ésta tuviera iguales atributos, imperceptibles para 
nosotros, y resultara que lo que reputamos mecánico 
es orgánico; pero, de todas maneras, estaríamos de 
igual modo frente a un misterio en este caso mismo, 
y no frente a una solución, puesto que no por eso 
quedaría menos ignorado este paso de lo impercep- 
tible a lo perceptible. 

Si se dijera que los supuestos mecanismos vitales, 
más complejos, pueden ofrecer una más variada se- 
ne de efectos, si para explicar esta mayor variedad 
de efectos se acudiera a las asociaciones de insectos, 
de abejas, de termites, de hormigas, por ejemplo, 
siempre quedaría en píe la misma dificultad para 
explicar la conciencia "individual" del conjunto so- 
cial, puesto que si bien en la colmena, verbigracia, 
vemos que los elementos que la componen manifies- 
tan cierta solidaridad, no la concebimos tomando por 
sí misma una iniciativa "propia", a la cual hubieran 
de someterse los individuos que la constituyen, abdi- 
cando por completo su entidad, su conciencia indi- 
vidual, en tanto que en las organizaciones vitales 
prima la acción de la conciencia integral sobre la de 
los elementos asociados, cuya individualidad ha sido 
sometida casi incondicionalmente a la individualidad 
del conjunto. En el primer caso, la iniciativa parte 
del elemento asociado; en el otro, parte de "la aso- 
ciaaón \ En otras palabras: en el primer caso, es la 
abeja la que gobierna "con sus células constitutivas", 
y en el otro, tendríamos que es la colmena la que 
toma el gobierno por encima de la individualidad 
apícola; en el uno, como se ve, el individuo brega 
en favor de sí mismo; en el otro, como que no ten- 
dría razón de ser la individualidad social, fuera del 
interés del asociado, éste sólo se une para atender 



[123] 



PEDRO FIGARI 



mejor a sus necesidades propias, aun cuando para ello 
llegue a veces hasta el sacrificio de sí mismo, como 
suele ocurrir también en las propias asociaciones hu- 
manas. Pero no podrá equipararse jamás, por más 
que se perfeccionen las formas sociales, la entidad 
del grupo asociado con la entidad individual del su- 
jeto que se asocia, si bien hay algunas analogías; 
porque en estas agrupaciones sociales el individuo es 
"el objeto" de la asociación, el que mantiene y trata 
de mantener su individualidad, en tanto que en las 
organizaciones vitales el fin es "la asociación", la 
cual tiene, por lo demás, iniciativas y fueros proptos, 
y en ella el elemento constitutivo reduce su indivi- 
dualidad. Lo que semeja una colmena es una agru- 
pación humana industriosa, mas no el hombre que 
desempeña el papel de la abeja. Entre estos dos ele- 
mentos, cada uno en sí, la abeja y la colmena, puede 
decirse que hay la misma diferencia que entre un 
proceso de asimilación y otro de agregación. 

Sí la conciencia individual no se explica por me- 
dio de un agregado celular adicional, tampoco se 
concibe a la conciencia desempeñando una función 
de simple espectador "inútil", tan vano, tan ocioso, 
que las cosas se pasarían de igual modo aun cuando 
ella no existiera. Esto nos parece un colmo de teme- 
ridad del ingenio hipotético, el que atenta a la reali- 
dad en plena faz, deformándola por completo, en 
vez de explicarla, como lo pretende. Suponer que el 
conocimiento que tan fatigosamente se adquiere pa- 
ra saber a qué atenernos, es una ilusión peor que 
inútil, desconcertante, es suponer que todos nuestros 
sentidos y facultades, vale decir, lo propio que nos 
está sirviendo admirablemente en todo instante, con 
un tacto cada vez más práctico y más eficaz, no hace 



[124] 



ARTE» ESTÉTICA, IDEAL 



otra cosa que engañarnos, a nosotros, míseros autó- 
matas, que, por lo mismo que lo somos, ni debiéra- 
mos saberlo. Esto es inverosímil, por no decir ininte- 
ligible, absurdo. El hombre, respecto de sí mismo, se 
plantea una cuestión que se agitó con un motivo 
risueño: "¿Froso es hombre o es autómata?" La úni- 
ca diferencia está en que, entonces, eran los especta- 
dores quienes se dirigían esta pregunta, mientras que 
ahora es el propio Froso quien interroga. Hay, pues, 
algo de cómico también en los asuntos más graves 
e importantes. 

El concepto de la individualidad orgánica, tan 
evidente como es, queda omitido en todas estas dis- 
quisiciones enteramente desviadas, a nuestro juicio, 
que para dar una explicación apelan a lo sorpren- 
dente. 

El hombre que alearla a comprender las leyes 
mecánicas, y construye mecanismos bastante compli- 
cados, no puede ser un autómata, a su vez, librado a 
las aventuras de toda reacción químico-mecánica, sin 
hacer, por su parte, otra cosa que presenciar todo 
esto como los ojos de vidrio de un oftalmólogo pre- 
sencian desde la vitrina lo que ocurre a su alrededor; 
el hombre que ha llegado a descubrir que no hay 
creación ni destrucción de substancia, a pesar de 
tantas apariencias contrarias, no puede ser una enti- 
dad pasiva, ineficaz, en la propia plena realidad en 
que actúa como parte* Al considerar estas explica- 
ciones, se diría que, acostumbrados al desmentido, 
mediante la observación de la naturaleza, nos anti- 
cipamos a él por medio de fantasías que, lejos de 
iluminarnos, nos confunden, pretendiendo suplantar 
la evidencia por lo abstruso, por lo incomprensible. 
Lo que nos interesa es conocer la realidad, no el 



[125] 



PEDRO F1GARI 



buscar una explicación cualquiera, aunque sea den- 
tro de lo extravagante, de una especie de "cubismo" 
filosófico que, al desfigurar la evidencia, deforma a 
nuestros ojos lo existente; lo que importa es descu- 
brir "lo que es", no el deslumhrarnos con recursos 
de imaginación, que a menudo resultan simples ce- 
remonias bautismales, con lo cual, por más que se 
aguce el ingenio, no se logra sino la sorpresa de un 
instante. La realidad, de por sí, es bastante respeta- 
ble y generosa para conformarnos; tan generosa y 
respetable, que nunca podrá superarse en ningún 
sentido. Lo más y lo mejor que podemos intentar es 
comprenderla, y éste es el máximum de toda aspira- 
ción superior. 

Volviendo a reanudar nuestra investigación acer- 
ca de la conciencia, se ofrece desde luego esta difi- 
cultad: ese supuesto epifenómeno, como quiera que 
se le considere, siempre resulta "individual", esto es, 
comprensivo de la organización pluricelular. Esta 
cualidad de la conciencia no se puede explicar, pues, 
por una adición de conocimientos, es decir, de actos 
de conciencia "celulares". Comprendemos que con 
los elementos de juicio actuales, es difícil conciliar 
ía vida individual del conjunto con la vida indivi- 
dual del elemento constitutivo de aquella individua- 
lidad más compleja: el hombre, el ave, el pez, el 
insecto, etc. Este eslabón es el que debemos buscar, 
y el hecho de que no se le haya encontrado, no es 
una razón para prescindir da él. Por otra parte, 
¿cómo podría vivir un organismo sin contar con 
elementos "vitales"? Caeríamos de nuevo en el auto- 
matismo, en el mecanismo vital que nos confunde 
en vez de ilustrarnos. 

Es cierto que los elementos que forman el tejido 



[126] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



orgánico, en todo el desarrollo de la individualidad 
integral, parecen obrar por cuenta propia. No obs- 
tante esa apariencia, queda en pie, sin contestación 
satisfactoria, un hecho indubitable* ¿cómo han podi- 
do tejer ese organismo tan complicado y armónico a 
la vez, que, por su parte, también acusa una indivi- 
dualidad, mas intensificada aún, y más capaz que el 
propio elemento constitutivo? 

Bergson constata esta nebulosa que se ofrece como 
un escollo en el problema de la organización vital, 
cuando examina la tesis finalista, y dice: "Un orga- 
nismo está compuesto de tejidos, de los que cada uno 
vive por su cuenta. Las células de que los tejidos 
están hechos, tienen también una cierta independen- 
cia. En rigor, si la subordinación de todos los ele- 
mentos del individuo mismo fuera completa, po- 
dríamos negarnos a ver en ellos organismos; reser- 
var este nombre al individuo y no hablar más que 
de finalidad interna. Pero todo el mundo sabe que 
esos elementos pueden poseer una verdadera auto- 
nomía. 

"Sin hablar de los fagocitos, que llevan su inde- 
pendencia hasta a atacar al organismo que los nutre; 
sin hablar de las células germinales, que tienen su 
propia vida al lado de las células somáticas, basta 
con mencionar los hechos de la regeneración: aquí 
un elemento o un grupo de elementos manifiesta re- 
pentinamente que si en tiempo normal se somete a 
no ocupar más que un espacio pequeño, y a no reali- 
zar más que una función especial, podría hacer mu- 
cho más, y hasta podría, en ciertos casos, conside- 
rarse como el equivalente del todo" 1 

1 Rene Gillouin. Los grandes filósofos; Enrique Bergson, 
pág. 169, v c. 



[127] 



PEDRO F1GARI 



Como se ve, queda inexplicable la individualidad 
del organismo integral dentro de la individualidad 
del organismo componente; pero ¿acaso es ésta una 
razón para negar aquella realidad, tan palpitante 
como es? Esa individualidad que aprovecha de to- 
dos los concursos que le prestan sus tejidos celu- 
lares, y en la que las acciones más o menos adversas 
'para ella" de ese cúmulo de animálculos, son sim- 
ples episodios de sí misma, como las enfermedades, 
los accidentes, etc.; esa individualidad que inquiere 
acerca de la mejor acción de tales concursos, los que, 
lejos de negar su existencia, la afirman; esa indivi- 
dualidad que observa el desarrollo de dichas inter- 
venciones, no sólo para tratar de explicárselas, sino 
para desenvolver las que le son más propicias, y 
hasta con detrimento de aquellas unidades, y que, a 
condición de mantener su propia entidad, llega a 
atentar contra los propios elementos que la integran, 
cual si se tratara de suprimir un molesto parásito, 
y también a menospreciar "el conjunto" de esos 
elementos, a la misma condición, como lo hacen los 
dualistas, que quisieran salvar algo del desastre inevi- 
table de la desorganización de las masas celulares 
constitutivas; esa individualidad patente, decíamos, 
¿cómo negarla? 

A nuestro juicio, el arte científico consistiría más 
bien en plantear problemas y hasta dificultades, 
antes que en anticipar conclusiones y en darlo todo 
por explicado, aun cuando no lo esté, como no se 
explica la conciencia, dentro de la hipótesis del 
epifenómeno, que no sabemos cómo habría de poder 
manifestarse, a la vez que en el elemento mínimo 
componente, en el total de la individualidad. Esto, 
por un lado, y, por el otro, las consecuencias tampo- 



[128] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



co se avienen con la tesis de la ineficacia de este 
precioso elemento, que, con arreglo a aquella hipóte- 
sis, presenciaría tan sólo, sin quitar, ni agregar, ni mo- 
dificar nada en ese torbellino de acciones y reacciones 
químicas, en el que se exhibiría como un apéndice in- 
útil de la individualidad, y, como tal, destinado a 
perecer, en vez de adquirir mayor desarrollo, según 
se advierte en la realidad. Cada día puede constatarse 
con más claridad que la conciencia está en vías de 
crecimiento, y tan decisivamente actúa en la activi- 
dad humana, que toda ella se va transformando con 
arreglo a los dictados del conocimiento. ¿Cómo ne- 
gar, pues, su eficiencia? 

Nosotros no alcanzamos a percibir una diferencia 
entre conciencia y "conocimiento". Al contrario, nos 
parece ver manifestaciones enteramente idénticas, 
fundamentalmente idénticas. Lo que llamamos co- 
nocimiento, es tan sólo el desarrollo de una mani- 
festación cualquiera de conciencia, y debido a que 
no hemos podido dejar de explicarnos de algún 
modo todo lo que se presenta a nuestra mirada, 
el proceso rectificador nos causa la impresión de 
un descenso, según lo dijimos ya, por cuanto nues- 
tras explicaciones primitivas siempre han debido 
adolecer del vicio de lo sobrenatural, de lo milagro- 
so, en cuyo centro mismo nos habíamos ubicado, 
con toda inmodestia. Ese "descenso" a la realidad, 
que se opera por la conciencia, precisamente, por el 
conocimiento, que va demoliendo las ilusiones in- 
genuas, primitivas, que trasmitió la tradición, nos 
produce un desencanto igual al que experimentaría- 
mos si, después de habérsenos hecho creer que éramos 
hijos de algún millonario aristócrata, vinieran las par- 



[129] 



PEDRO FIGARI 



tidas de estado civil a demostrarnos que somos, en 
cambio, descendientes de un recio y fornido labriego. 

Pero lo verdaderamente característico es que todo 
conocimiento, como todo acto de conciencia, por rudi- 
mentaria que ella fuere, siempre integra nuestra ac- 
ción, y tan cierto es que todo ser reconoce la utilidad 
y la eficacia de una mayor conciencia, que el esfuer- 
zo de perpetuación induce a la paternidad a informar 
la conciencia de la prole, y, a veces, hasta en las espe- 
cies inferiores. El hombre, por su parte, cuanto mas 
civili2ado, más se esmera en prevenir y dar saluda- 
bles consejos a sus hijos, y luego los envía a la es- 
cuela y a las universidades, para que completen "su 
individualidad" por el conocimiento; y esta individua- 
lidad en formación que asimila enseñanzas, a su vez, 
las utiliza indefectiblemente, aun cuando no siempre 
saque todo el provecho que pudiera sacar, y de tal 
modo, que hasta se considera un contrasentido el 
que no se utilicen dichas enseñanzas lo más posible; 
y se notará que, aun en tales casos, no deja de em- 
plearse de alguna manera esa 1 mayor conciencia", 
aunque no se tome con ella un partido más venta- 
joso y positivo ¡Tan eficiente es la conciencia! 

La conciencia, como autoconocimiento y como co- 
nocimiento de lo que es ajeno a nuestro ' yo", en esa 
doble faz, debe haberse manifestado primero como 
una vaga sensación cenestésica, para después irse per- 
filando hasta llegar a las formas superiores introspec- 
tivas o a las de inducción y deducción acerca de los 
fenómenos que se desarrollan en el exterior de la 
individualidad. Se advierte, no obstante, un mayor 
desarrollo en las facultades aplicadas al conocimiento 
exterior, y una mayor precisión en las conclusiones. 
Probablemente esto se debe a que es en esta línea en 



[130] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



donde hubo de ejercitarse más el ingenio. Antes de 
que el hombre pudiera dedicarse a la introspección, 
ha debido llegar a disipar sus preocupaciones y cui- 
dados apremiantes, puesto que, de otro modo, no 
pudo nacer ese empeño en aclarar estos misterios 
por el conocimiento. Hasta entonces la propia indi- 
vidualidad debió ser una simple plataforma defen- 
siva, vigilante, con sus focos encendidos, como una 
fortaleza siempre dispuesta a repeler una agresión, 
más bien que interesada en el ordenamiento y el 
examen de su interior, con fines puramente cognos- 
citivos. 

Preciso es convenir que, en pleno desasosiego, 
como vivió el hombre primitivamente, y como vive 
en estado salvaje todavía, no hubo de tener mayor 
interés en la observación de sí mismo. Puede decirse 
que el único punto que debía reputar seguro, era 
precisamente la propia individualidad: con ella po- 
día contar como con una aliada leal; pero fuera de ahí, 
todo debió ser para él inquietante. En el propio sal- 
vaje puede verse que, si bien tiene un poder visual 
y auditivo sorprendente, carece de toda noción acer- 
ca de sí mismo, de igual modo que respecto de 
ideas abstractas. 

Debemos creer que si el esfuerzo aplicado por la 
inteligencia humana para propiciarse el mundo ex- 
terior, se hubiese aplicado con igual empeño en el 
sentido introspectivo, quizá no fuera tan hondo co- 
mo es el misterio que rodea los estados de concien- 
cia, los que, todavía hoy, se definen por los más 
eminentes psicólogos a fuerza de perífrasis; y si des- 
cendemos de grado en grado en la propia especie hu- 
mana, no hay que llegar a las especies inferiores, 
para ver, cada vez más, que es nulo el esfuerzo ífl- 



[131] 



PEDRO FIGARI 



trospectivo apenas se examina al hombre inculto. Lo 
progresos realizados en el ordenamiento social, por 
un lado, y, por el otro, la tranquilidad resultante de 
las conquistas científicas, han permitido que el hom- 
bre vuelva hacia sí mismo, para explorar sus propios 
arcanos. 

El insecto que vemos empeñado en todo momento 
en "conocer" lo que le rodea, palpando, explorando 
lo que está a su lado, lleno de curiosidad, es casi se- 
guro que jamás se ha aplicado a inquirir lo que es 
él en sí mismo. De ello sólo tendrá una vaga noción 
cenestésica que lo impulsa a defenderse. Esa es su 
conciencia individual. En el hombre, sólo vemos al 
civilizado que comienza a dedicarse a ese examen con 
algún interés. De ahí que lo que perdió la acuidad 
de su mirada y de su oído, lo ha ganado en aptitu- 
des para inducir y deducir. Una vez que pudo disi- 
par los temores que le inspiraba lo externo, el hom- 
bre se ha replegado sobre sí mismo. 

En el examen introspectivo no tenemos más base 
de conocimiento que una forma especial de "sensa- 
ción", puede decirse, puesto que los demás recursos 
no nos sirven para escudriñar nuestra propia psiquis. 
En cuanto al conocimiento de nosotros mismos, es- 
tamos en la condición del auriga subido en el pes- 
cante, respecto de su vehículo. Él "siente" cuando 
alguna de las piezas no marcha bien; pero si pu- 
diera bajar para cerciorarse del verdadero estado de 
dichas piezas por medio de sus ojos y de su tacto, 
entonces podría hacer una afirmación más funda- 
mentada. La conciencia, en la faz introspectiva, es 
menos apta para conocer, de lo que lo es en cuanto 
atañe a lo demás, es decir a lo que es extraño a la 
propia individualidad, donde es posible utilizar sen- 



[132] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



tidos con que no se cuenta para la autoobservación. 
Puede imaginarse así cuán difícil es investigar lo 
que ocurre en el mundo psíquico, donde comienza 
la dificultad por hacernos ver lo propio mediante 
simples tanteos sensoriales, realizados, diríase, en 
una cámara obscura; y acaso por esta misma dificul- 
tad es que, merced a la mayor acucia de las facul- 
tades perceptivas y a la dexteridad de las funciones 
intelectivas aplicadas al conocimiento de lo que es 
exterior, nos es posible descubrir un estado de con- 
ciencia en los tercetos, con más precisión, tal vez, 
de lo que lo hacemos respecto de nosotros mismos. 
Tan cierto es esto, que hasta nos servimos de este 
recurso para apreciar mejor nuestros propios estados 
psíquicos. 

La conciencia, actuando en el dominio introspec- 
tivo, no es la visión de sí mismo, sino una vaga sen- 
sación que semeja a la táctil, y que, por lo mismo, 
no puede abarcar todo el campo de una sola vez, ni 
puede penetrarlo enteramente. Lo que es posible de- 
finir algo más, son los estados típicos de conciencia, 
pero no los ordinarios. Resulta así que el conoci- 
miento del mundo exterior es más fácil y completo 
del que tenemos acerca de nosotros mismos. Tal 
afirmación parece paradojal porque, respecto de nos- 
otros mismos, como que estamos en posesión de todo 
lo íntimo, se diría que nos hallamos mejor infor- 
mados; pero si bien es cierto que tenemos bajo la 
mano el secreto de nuestras mayores intimidades, 
éstas se nos ofrecen de un modo tan impreciso y obs- 
curo que, a menudo, sabemos mejor lo que atañe 
a los demás que aquello que se refiere a nosotros 
mismos. 

Tomadas en sus formas superiores, ya evoluciona- 



[133] 



PEDRO HGARI 



das, Ja, conciencia y el conocimiento, debe parecer 
un despropósito el suponer con tales atributos a las 
organizaciones inferiores; pero si se les considera 
en sus aspectos iniciales, como "una sensación" so- 
lamente, y muy rudimental, no ha de asombrarnos 
el que pueda un día constatarse que toda la substan- 
cia posee, en algún grado, por mínimo que fuere, 
conciencia de sí misma. Bastaría que al dilatarse y 
al contraerse, al vibrar, experimentara la. más leve 
sensación imaginable de su propia existencia, para 
que pudiera admitírsela, y es claro que desde ese 
aspecto rudimentario, desde la conciencia atómica 
que presume Haeckel, hasta las formas intensificadas 
de conciencia de las organizaciones superiores, caben 
infinidad de graduaciones y variedades, dentro de una 
identidad fundamental. En el hombre mismo es tan 
enorme la diferencia de conciencias, que hasta se po- 
dría pensar que son distintas radicalmente. No ha 
mucho se hizo en Italia una encuesta a fin de cono- 
cer, entre otras cosas, qué grado de capacidad ofre- 
cen los analfabetos para concebir las ideas abstrac- 
tas, y por más que esta pesquisa se realizó respecto 
de las generalidades más corrientes, el resultado fue 
pasmosamente demostrativo en el sentido de com- 
probar una ineptitud completa, en esos elementos 
incultos, para toda generalización, para toda abs- 
tracción. Nadie, sin embargo, podrá dudar de la 
identidad esencial de la conciencia humana. 

Si se fuera así descendiendo hasta las extracciones 
humanas más inferiores aún, y de ahí se siguiera el 
examen, comenzando por las especies más inteligen- 
tes, para seguir todavía en una línea descendente, 
grado por grado, en el dominio biológico, quizá se 
llegara a constatar que esos abismos radicales que 



[134] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



suponemos, se van aplanando sin soluciones conside- 
rables de continuidad, hasta llegar a las formas de 
organización más inferiores. Como quiera que sea, 
resulta, en verdad, elocuente el hecho de que, a me- 
dida que se observa, siempre se van modificando las 
opiniones en este mismo sentido. 

Son ya muchos los naturalistas que admiten la exis- 
tencia de una individualidad, análoga a la humana, 
en el mismo remo vegetal. Si la planta siente afluir 
su propia savia hacia las extremidades, cuando se la 
riega, por ejemplo, habría ya una manifestación de 
conciencia idéntica esencialmente a la que exhiben 
las organizaciones más superiores. Así que se le ve 
erguir bajo la acción del riego, y revive, ¿quién pue- 
de negar la posibilidad de que sienta los beneficios 
de ese concurso que le devuelve la vida? El que tan 
ínfimos fenómenos de conciencia permanezcan ocul- 
tos bajo el fuero interno individual, no nos autoriza 
a negar su existencia. Se comprende que en las or- 
ganizaciones inferiores la conciencia no ha de ofrecer- 
se muy acentuada, así como que no es menester que 
ella se manifieste de este modo, para que pueda admi- 
tirse la existencia de tal modalidad inseparable, a 
nuestro juicio, de toda organización vital. Nos refe- 
rimos a la conciencia-sensación, es decir, a la forma 
elemental de conciencia, que es la que debe presupo- 
nerse, por lo menos, en toda forma organizada 

Para que la conciencia humana llegara a acusar 
formas de racionalidad, en su empeño de adaptación, 
capaces de una compresión más general acerca del 
mundo exterior, y exhibiera el propósito de inquirir 
las causas de su propia estructura, han debido pasar 
siglos de perseverante esfuerzo, y ahora que palpamos 
el resultado de tales disciplinas, nos engreímos, cre- 



[135] 



PEDRO F1GARI 



yendo que somos los únicos seres conscientes, con 
igual lógica con que antes se pensó que la realidad 
era un mundo hecho expresamente para el hombre, 
cuando en todo tiempo otros organismos han disfru- 
tado de él con igual derecho, si no con iguales medios 
de acción, así como gozando también, por su parte, 
de los beneficios de la vida. 

En el esfuerzo de cada organización vital para 
adaptarse, — esfuerzo en que se echa mano de todo 
recurso — , es que han ido apareciendo las modalida- 
des complejas de conocimiento, a base de conciencia 
elemental, de conciencia-sensación, que es conoci- 
miento, y así es que se ha modelado la conciencia 
superior. 

Para nosotros, negar la eficacia de la conciencia 
es desconocer un hecho evidente. Los psicólogos y 
fisiólogos escudriñarán cómo se opera el conocimien- 
to, del mismo modo que los geólogos estudian el 
proceso de formación de las capas terráqueas; pero 
del hecho de que no se pueda conciliar con la ac- 
ción de la conciencia la parte conocida de la ac- 
tuación de los nervios aferentes y eferentes y de las 
neuronas, en Ja red donde se realizan las funciones 
del conocimiento, no puede deducirse una negación, 
como no podría negarse la existencia de una cordi- 
llera sólo porque no se atina a dar con la verdadera 
clave del proceso de su composición. Desde el sal- 
vaje, que es poco más que un primate o un castor 
o una abeja; desde el pigmeo centroafricano, el 
fidjiano, el manyema hasta el europeo o el ameri- 
cano civilizados, no hay más que un organismo evo- 
lucionado "a base de conciencia", de conocimiento. 
A nuestto modo de ver, esto es evidente como un 
axioma. Todo lo que ha realizado los contrastes que 



[136] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



se manifiestan en la humanidad, puede resumirse 
en esta sola palabra: CONCIENCIA, que es el único 
elemento que hubo de producir los progresos reali- 
zados. Cualquiera de los organismos que pudiera 
alcanzar un grado de conocimiento tal como el que 
ha asimilado el hombre tan penosamente, le podría 
disputar su dominio; y quizá, con espíritu más prác- 
tico, le propusiera formas de arbitraje para poder 
convivir en paz, disfrutando de los bienes insusti- 
tuibles de la vida. 

III VOLUNTAD 

Otro aspecto de la entidad orgánica es "la volun- 
tad". Hemos dicho que, fuera del instinto, que es la 
individualidad bregando en favor de sí misma, los 
dos elementos esenciales, inseparables y constitutivos 
de toda organización vital, son la conciencia y la 
voluntad, los que la van modelando y asistiendo en 
todo momento, en su empeño de adaptación al me- 
dio, en su ansia de vivir y de perpetuarse. Todo lo 
demás, las percepciones, la memoria, la imaginación, 
etc., son elementos auxiliares de la individualidad 
edificada "sobre aquella base", recursos que ha 
acumulado y de que ella se vale para realizar su 
propósito fundamental, vivir, que es también repro- 
ducción, perpetuación. Así como utiliza sus sentidos, 
sus órganos y sus miembros, usa de todas sus apti- 
tudes o facultades y de todo otro medio que pueda 
hallarse a su alcance, para llenar esa necesidad pri- 
mordial, y, al hacerlo, evoluciona. 

Nosotros concebimos estos elementos como sim- 
ples "aspectos" de una entidad indivisible, y no de 
modo que el organismo — por fuera de ellos — se 



[137] 



PEDRO FIGARI 



sirva de tales concursos, lo cual implicaría recono- 
cer que puede dejar de hacerlo. Esto no lo admiti- 
mos, por cuanto a la vez que se desintegrara de 
atributos tan capitales, iría derechamente a su diso- 
lución; no habría, pues, individualidad, sino un re- 
siduo de la misma, como ocurriría si a ésta se la 
despojara de un órgano indispensable para cumplir 
las funciones fisiológicas fundamentales. 

En la obra de asociación celular solidaria, "orgá- 
nica', que presupone un proceso ai momeo, íntima- 
mente dispuesto a modelar y conservar la individua- 
lidad, la facultad de "querer" se manifiesta, no ya 
como simple expresión de energía, sino como un 
elemento intrínseco, esencial, inseparable de la mis- 
ma, como "un órgano" fundamental que tuvo y tie- 
ne que subvenir en todo instante a las exigencias 
funcionales, como concausa de la propia organiza- 
ción y de su subsistencia. La voluntad es la energía 
acumulada en todo el proceso evolucional a favor 
de la individualidad, vale decir, la energía "discipli- 
nada" por el organismo, en su afán de llenar sus 
necesidades y aspiraciones, y aplicada a servirlo. En 
el constante esfuerzo de adaptación que éste reali- 
za "como parte integrante de la realidad' todo lo 
que ha podido acopiar de energía volitiva, es decir, 
dispuesta a secundarlo, es lo propio que aprovecha 
en todo momento para atender a sus funciones na- 
turales. Esto, como se ve, no puede ser obra de leyes 
preestablecidas, ciegas, fatales, que se suponen deci- 
diendo de sus destinos, sino obra de su propio em- 
peño vital, orgánico, el que subsiste, si bien se 
transforma al evolucionar; y nos preguntamos, ¿có- 
mo podría nadie preocuparse tanto con su suerte, ni 
la naturaleza, ni los dioses, ni la fatalidad, asistién- 



[138] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



dolo en todos estos minúsculos esfuerzos asiduos, 
tenaces, congruentes, perennes, que realiza la enti- 
dad orgánica, si no es ella misma, que lo hace guiada 
por su alto interés vital? ¿A quién atribuir, que no 
sea ella, ella misma, ese propósito inflexible, de todo 
instante, que exhibe de mil maneras diversas, y siem- 
pre, invariablemente, encaminado con tesón en el sen- 
tido de satisfacer sus necesidades y sus aspiraciones, 
que son también necesidades? ¿Qué ley ni qué enti- 
dad encargada de formular leyes inmanentes de ca- 
rácter universal, pudo esmerarse en tal grado de so- 
licitud y de previsión, a la vez que la deja incurrir 
en errores y extravíos en medio de los tanteos que 
realiza para escoger las mejores sendas en su anhelo 
de vivir, de mejorar su condición? 

La conciencia y la voluntad, como elementos cons- 
titutivos de la unidad orgánica, son las que realizan 
ese esfuerzo vital; más aun, lo determinan, puesto 
que ni habría podido plasmarse el "individuo" sin 
tales concursos. Vemos, así, que el organismo "con- 
ciencia-voluntad" apela a todos los arbitrios imagi- 
nables para consumar su intento fundamental de 
vivir, y vemos también que apenas se desintegra, se 
opera su disolución, como ocurre en el suicidio, por 
ejemplo, efecto de una dislocación de la entidad in- 
dividual, por una ausencia u obliteración de la con- 
ciencia o de la voluntad, o por "abulia" determinada 
por causas morbosas latentes o accidentales, que, 
destruye la individualidad, quitándole su razón de 
ser. Apenas se inhiben estos elementos esenciales de 
la organización vital, queda la individualidad ex- 
puesta a la presión de los agentes externos, que la 
disuelven» A nosotros, mientras gozamos de los be- 
neficios del auge individual, los suicidios y demás 



[139] 



PEDRO FIGARI 



formas de menospreciar la vida se nos presentan 
como actos cercanos del heroísmo, sin contar con 
que haríamos lo propio si hubiéramos llegado a un 
estado igual de abatimiento, de exasperación o ex- 
travío. 

Lo que confunde al estudiar estos asuntos, es la 
ilusión de hallarnos fuera de la realidad que llama- 
mos 'externa 1 '. Está acusada de tal modo la indivi- 
dualidad orgánica, que hasta se supone substraída 
o por lo menos capaz de substraerse del medio, 
como si pudiera haber una separación, siquiera sea 
imaginaria, entre el ser y su ambiente natural, que 
no tan sólo lo alimenta, sino que, ademas, lo ha 
determinado. La realidad es al ser lo que la planta 
a la flor, lo que la raíz a la planta, lo que la tierra 
a la raíz. Fuera de esa abstracción puramente sub- 
jetiva, la cual, por lo demás, también se opera den- 
tro de la realidad y a favor de la realidad, no es po- 
sible establecer ninguna distinción categórica entre 
el organismo y su medio, que lo ha determinado 
y lo sustenta en todo instante, sin solución alguna 
de continuidad. Hasta para hacer incursiones en el 
campo psíquico tenemos que apoyarnos en esa 
propia realidad que los soñadores, por un espejis- 
mo, querrían embellecer enriquecer, perfeccionar, y 
en la que los propios filósofos, víctimas de igual en- 
gaño, admiten que tal enormidad sea posible. ¡Véase 
si está acentuada la individualidad orgánica! 

Esa misma individualidad, que con su haz de 
energías trata de prevalecer de mil maneras, que 
brega perpetuamente a su favor, y que, al hacerlo, 
brega también en pro de la especie, vinculada a ella 
por dos factores, la identidad orgánica y la nece- 
sidad social; esa individualidad que querría someter- 



[140] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



lo todo a su mandato y a su servicio, precisamente 
para acentuarla más, llena de anhelos insaciables, se 
la omite como un valor desdeñable en el estudio de 
estas cuestiones, y de ahí que hasta se haya llegado 
a considerar al hombre como un ser reducido incon- 
dicionalmente a sufrir los efectos de procesos quími- 
cos y mecánicos, en los que no desempeña otro pa- 
pel que el de una pasta pasiva, con la misma arbi- 
trariedad con que antes se le consideró por encima 
de la realidad, substraído por completo a los deberes 
de la lucha orgánica, que son coercitivos y perento- 
rios para él como para cualquiera entidad biológica. 

Empinados en la cumbre del resultado obtenido 
en un proceso de elaboración constante, cuyo punto 
de iniciación ni no es posible vislumbrar, frutos, 
como somos, del esfuerzo continuado de nuestra as- 
cendencia, cuyo abolengo se pierde en los tiempos 
de lo que llamamos prehistoria, tiempos que, tal 
como lo suponemos, a su vez, han tenido su prehis- 
toria, esto es, sus enormes extensiones también des- 
conocidas, puesto que del pasado queda más bien la 
obra que el recuerdo, vale decir, una obra que es el 
eterno presente a que concurre siempre todo lo que 
existe, a su manera, no acertamos a darnos cuenta 
de la realidad integral, como resultante de todo lo 
que ha existido y de todo lo que se ha hecho, quizá 
porque se nos han narrado los sucesos naturales como 
extraordinarios, haciéndonos morder esa manzana de 
oro que guarda el dragón de cien cabezas. Mareados 
por la leyenda que suministra aquel néctar tan grato 
a la aspirada inmortalidad, nos parecen ya insulsas 
las exquisitas manzanas de nuestro huerto; y por más 
que estamos en lo alto de este presente que nos con- 
tiene y nos deja ver los destellos esplendentes de la 



[141] 



PEDRO FIGARI 



vida, ebrios todavía de prodigio, querríamos atribuir 
lo que somos y poseemos a algún descendiente del 
Milagro, en vez de detenernos a disfrutar de los in- 
mensos beneficios que nos depara el esfuerzo reali- 
zado en los siglos para constituir nuestra ya privile- 
giada individualidad, íntimamente satisfechos, como 
lo hacen los seres más humildes de la naturaleza, que 
asisten al festín desde un sitial inferior, y así mismo 
lo hacen con un sentido tan práctico, que hasta se 
les envidia. Ese pasado que todavía vemos poblado 
de seres fantásticos, y del cual, fuera de lo que le ad- 
judica nuestra imaginación, no queda otra cosa que 
el presente, y las reliquias, ellas mismas moderniza- 
das, es decir, "también presentes", influye de tal 
modo en nosotros, que nos lleva a pensar aún con 
fruición en ese cúmulo de personajes imposibles, 
en tanto que desdeñamos lo real, que no es, por 
cierto, menos grande, menos noble, ni menos poéti- 
co, ni menos sabroso que todas esas nimias leyendas. 

Si fuera posible descubrir la veta de donde arranca 
el magnífico proceso vital, la modesta, seguramente 
tan modesta cuanto heroica iniciativa que condujo a 
las ya complejas formas biológicas actuales, el ele- 
mento que afrontó esta empresa y la llevó a térmi- 
no, quizá nos parecieran irrisorias las propias fábulas 
que ofuscan todavía nuestro magín como cosas tan 
superiores. 

Tal como están planteados hoy día los problemas 
que se refieren a las fuentes de la vida, hay que con- 
fiar más en lo mínimo, en el animálculo haciendo 
obra de dioses, que en los dioses haciendo obra de 
pigmeos, para dar con la clave del misterio que apa- 
siona. Si fuera posible remontarse hasta las fuentes 
constitutivas de las formas biológicas ya construidas, 



[142] 



ARTE, ESTÉTICA. IDEAL 



de las mismas que se solazan forjando mentalmente 
ninfas, divinidades y mil otras fantasías que en- 
candilan como luces de Bengala, tendríamos que 
acudir a lo ínfimo, porque de otro modo no se nos 
ofrece ninguna explicación razonable. En otros sen- 
deros, todas las tentativas han fracasado. Habría que 
pensar, con Haeckeí, que son los átomos de carbono 
los que han comenzado la acción orgánica, ' órgano- 
gena", como él dice. Ese sería el elemento primitivo, 
o el Proülo de Crookes, 1 más bien que los dioses 
que se han marchado mohínos, a medida que el 
hombre ha comenzado a inquirir, en vez de someter- 
se incondicionalmente a escuchar sus proezas, verti- 
das por los labios de nuestros abuelos iluminados y 
crédulos, convencidos de la necesidad religiosa co- 
mo de una exigencia vital. Todos los elementos de 
juicio acumulados en el campo firme de la observa- 
ción de la naturaleza, nos conducen a pensar que 
descendemos de "lo mínimo 1 ' capaz de realizar obras 
portentosas, más bien que de lo inmensamente gran- 
de interesado en cosas mínimas, que condujo al 
hombre por un camino donde se va desmoronando 
todo, hasta la propia individualidad, y se va desco- 
nociendo todo, inclusos los bienes de la vida misma. 

Habría que suponer, tal vez, que la afinidad de 
la materia, esa fuerza de atracción que se manifiesta 
en la propia substancia inorgánica, tiene por causa 
una "sensación", por muy leve y rudimentaria que 
ella sea. Si así fuera, ya podríamos ver en esto un 
esbozo de organización, puesto que ahí mismo se 
hallaría implícitamente admitida "la voluntad", en 
esa disposición a unirse o a permanecer indiferente, 



l E. Híeckel, El monismo, págs. 133 y 136, v. c. 



[143] 



PEDRO FIGARI 



cuando no a repeler ciertas otras substancias. En esa 
misma modalidad que, en la substancia considerada 
como anórgana, hace que se asocien las materias 
afines y se disocien las demás, habría un germen de 
individualidad orgánica, es decir, una base positiva 
para explicar con elementos simples la iniciación de 
las formas de la vida En ese solo esfuerzo de con- 
tracción y de expansión realizado para asociarse o 
disociarse, según convienen o no las otras substan- 
cias, vale decir, según las sensaciones, se hallaría un 
elemento capaz de explicar una faz del comienzo del 
proceso evolucional que pudiera dar la razón de las 
arborescencias volitivas y de conciencia dentro de un 
principio individual necesario, no sin que también 
ofreciera, aun así, su larga y obscura "prehistoria", 
de igual modo que la divisibilidad de la substancia 
ofrece como límite teórico una simple abstracción 
la indivisibilidad atómica, aun cuando el átomo pue- 
da resultar un universo. 

Desde luego, todo elemento, por más ínfimo y 
primario que se le juzgue, cuenta ya con una frac- 
ción de energía, puesto que la energía es insepara- 
ble de la substancia. Sería preciso poder determinar 
qué significa esa energía en las minúsculas partícu- 
las de la substancia, es decir, qué propiedades tiene, 
además de las que han podido constatarse. Si bien 
ha llegado a creerse que ni el hombre tiene acción 
propia alguna en el concierto de energías integrales, 
nos parece más lógico pensar que todo corpúsculo 
existente desempeña una acción proporcionada a su 
haz de energía, como que cada organismo actúa en 
relación a su fuerza. Llámese átomo, en el supuesto 
reino inorgánico, o célula, metazoario, plastida o 
átomo creador en los dominios orgánicos, ese ele- 



[144] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



mentó ínfimo hubo de actuar también con arreglo 
a su poder, a su caudal de energía, y, en el desarro- 
llo del proceso multisecular, cuyas extensiones esca- 
pan a nuestra imaginación, aun cuando nos parezca 
que no es así, cada cual siente los efectos de los es- 
fuerzos de toda su propia ascendencia, en los que, 
de una u otra manera, no son por completo ajenos 
los de los demás, y en todo lo cual es siempre la 
realidad plena la que pudo determinarlos, tanto a los 
unos como a los otros. Llegaríamos asi a la conclu- 
sión de que "todo es individualidad". 

Se comprende que al hablar de energía no nos 
referimos a una fuerza "homogénea", semejante a la 
energía motriz que se utiliza en la industria, sino a 
la que resulta de los diversos factores que determi- 
nan "cada individualidad" con relación al medio, la 
que, por lo tanto, sólo puede manifestarse dentro 
de un relativismo completo. Hasta en el hombre 
mismo, puede verse que nunca se despliega todo su 
caudal de energías orgánicas, a causa de factores 
múltiples, entre los que figuran naturalmente las 
propias trabas sociales. Basta, a veces, una tara, 
también, para neutralizar un stock considerable de 
energías 

Nosotros no percibimos la serie de causas que 
obstaculizan el desarrollo de nuestras propias ener- 
gías orgánicas, por efecto de la costumbre que he- 
mos adquirido de comprimir nuestros impulsos y 
deseos, y hasta podría decirse que nadie se detiene, 
ni aun por solaz, a considerar lo que haría si se ha- 
llara libre completamente de toda reacción natural y 
social que lo cohibe. Hacer esta compulsa significa- 
ría entrar de lleno en el reino del absurdo; pero 
no por eso es menos cierto que está allí, en potencia, 



[145 J 



PEDRO FIGARI 



esa fuerza expansiva en todo individuo, sin excep- 
ción, y que hasta el propio insecto habría de pedir, 
en un reparto a discreción, más de lo que supone- 
mos: pediría todo lo que le es dado concebir como 
agradable y útil a su propia individualidad, y tal vez 
osara solicitar, entre otras cosas, la supresión total de 
ese molesto organismo que se considera señor de lo 
existente. La energía orgánica, como se ve, en un 
pequeño cuerpo condensa una fuerza virtual extraor- 
dinaria, latente, algo así como la dinamita; mas, dado 
que no es toda la energía voluntad, sino la energía 
que se ha disciplinado y la que puede actuar dentro 
del medio ambiente, puede decirse que la voluntad 
es la resultante del equilibrio orgánico con rela- 
ción al medio: la energía aprovechable, en favor de 
cada aspiración orgánica, vital. 

Como quiera que sea, para admitir la sensación 
más incipiente, o el acto de voluntad más débil, es 
preciso que supongamos * una individualidad" todo 
lo embrionaria que se quiera, porque, de otro modo, 
quedaría inexplicada lo mismo la sensación, que es 
conciencia elemental, que la voluntad, que es la ap- 
titud individual más caracterizada. Lo que parece 
una paradojal conjetura, casi descomunal, es supo- 
ner que la substancia que nos hemos acostumbrado 
a considerar inorgánica, muerta por completo, ten- 
ga una acción propia, pero si atendemos a que la 
investigación científica ha comprobado que la ener- 
gía es inseparable de la substancia, y a que la obser- 
vación de la naturaleza puede decirse que no ha he- 
cho otra cosa que revelar por todas partes algo de 
lo mismo que el hombre creyó un atributo exclusi- 
vo, a su favor; si se atiende a que es una realidad 
innegable la afinidad en la materia más muerta, una 



[146] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



afinidad que no tiene explicación fuera de esta hi- 
pótesis, ya sea dentro del monismo o bien sea dentro 
de cualquier pluralismo, es juicioso admitir, por lo 
menos, la posibilidad de que "esa forma de energía" 
responde a "un rudimento individual". 

En cuanto a la substancia orgánica, que también 
se la ha reputado individual, están más precisados 
los antecedentes. Dice Haeckel: "Todos los organis- 
mos vivos, sin excepción, son sensibles; distinguen 
las condiciones del medio exterior que les circunda 
y reaccionan sobre él por ciertos cambios produci- 
dos en ellos mismos"; 1 y al examinar la escala 
de los movimientos, después de haber examinado la 
escala de las sensaciones, que se desarrolla evolu- 
tivamente hasta formar la "sensación consciente", 
constata que todos los cuerpos vivos de la naturale- 
2a, sin excepción, se mueven espontáneamente, a la 
inversa de lo que acontece con los cuerpos inorga- 
nizados, fijos e inmóviles (los cristales, por ejem- 
plo ) ; es decir, que ocurren en el psicoplasma vivien- 
te cambios de posición de las partes, a consecuencia 
de causas internas, las cuales se explican por la cons- 
titución química de este psicoplasma mismo". 2 

Conviene advertir que no hay razón positiva al- 
guna para distinguir, desde este punto de vista, las 
causas internas de las externas, tanto más cuanto 
que debemos suponer hoy día que toda la substancia 
se mueve de igual modo, es decir, espontáneamente, 
dentro de la ley natural, que, en definitiva, no es 



* E Haeckel Los emgmas del Universo, t. I, página 

126, v c 

2 E. Haeckel: Los emgmas del Universo, t I, página 

127, v. c, 



[1*7] 



PEDRO FIGARI 



otra cosa que la manera de actuar de la substancia, 
en uso de la propia energía, que es su atributo inse- 
parable. No es, pues, una ley que esté por fuera ni 
por encima de la substancia, sino "la propia ley de 
la propia substancia". 

Nos encontramos así, en esta zona de intersección 
entre la substancia inorgánica y la substancia orgá- 
nica, sin saber dónde establecer la línea de supuesta 
separación que se da por admitida. Desde luego, se 
observa en esta región una serie de fenómenos que 
no se sabe si han de atribuirse a un mecanismo "so- 
brenatural", aunque se llame de otro modo, puesto 
que si no es la ley de cada substancia la ley de la na- 
turaleza, es necesario admitir que es una ley superior 
a la substancia, y, por lo tanto, sobrenatural; y en 
este punto, cada vez que se avanza en el conocimien- 
to, se advierten modalidades, en toda la materia, aná- 
logas a las que siente el hombre dentro de sí mismo, 
y de tal modo que, para explicar esta analogía, ha 
llegado hasta suponerse que el propio hombre es un 
mecanismo. ¿Qué más razonable, pues, que conside- 
rar esa analogía dentro de la hipótesis de la indivi- 
dualidad, de esa misma individualidad que se acentúa 
a medida que se asciende en la escala de los organis- 
mos? 

Al hablar de la escala de las emociones, el mismo 
sabio Hseckel dice: 'Ta atracción y la repulsión apa- 
recen como la fuente primitiva de la voluntad, es 
decir, como el esfuerzo para obtener el placer y 
evitar la pena". Y al ocuparse de la escala de la 
voluntad, después de establecer que eí concepto de 
la voluntad se ha sometido a toda clase de juicios 
e interpretaciones, desde aquel que la considera un 



[148] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



atributo antropológico, dice: "Si analizamos la vo- 
luntad a la luz de la fisiología y de la embriología 
comparada, nos convenceremos — como en el caso 
de la sensación — de que se trata de una propiedad 
común a todo psicoplasma viviente. Los movimien- 
tos automáticos, lo mismo que los reflejos, ya obser- 
vados en los protistas monocelulares, nos han apa- 
recido como consecuencia de aspiraciones ligadas 
indisolublemente a la noción de vida. En las plan- 
tas y animales inferiores también, las aspiraciones o 
tropismos nos han aparecido como resultante de todas 
las células reunidas. 

"Es sólo cuando se desarrolla el órgano reflejo tri- 
celular, cuando entre la célula sensorial sensible y 
la célula muscular motriz, la tercera célula indepen- 
diente se intercala, "célula psíquica o ganglionar", 
cuando podemos reconocer en este órgano elemen- 
tal independiente, el de la voluntad". 1 

Estas constataciones del ilustre investigador de- 
muestran que, en las manifestaciones de la vida, hay 
una extensión donde no se sabe, a ciencia cierta, si 
se trata de fenómenos biológicos o de fenóme- 
nos mecánicos, según el concepto de mecanicidad 
admitido, vale decir, de actos exentos de toda con- 
ciencia y de toda voluntad propia, interna. En este 
punto es muy difícil descubrir el orden de prece- 
dencia de los elementos generadores del proceso 
orgánico, porque la manifestación vital se presenta 
compleja en sus aspectos más simples, por el solo 
hecho de presuponer "organización", que es indivi- 
dualidad, necesariamente; y esto no permite llegar 



1 E Haeckel: Los enigmas del Umverso, t. I, página 
145, v. c. 



[149] 



PEDRO FÍGARI 



a lo absolutamente simple en el terreno orgánico. 
Por un lado, pues, en el dominio biológico se va des- 
cendiendo, sin solución de continuidad, desde los 
organismos complejos hasta ios más simples, dentro 
de una identidad fundamental; por el otro, en los 
dominios que se suponen inorgánicos, se va aseen- 
diendo hasta encontrar fenómenos que no se puede 
determinar si corresponden a uno u otro dominio, y 
todavía se presenta otro escollo en la divisibilidad de 
la materia, puesto que al querer precisar un límite, 
encontramos el átomo, que, a su vez, nos permite, 
mentalmente, recomenzar la división. No nos es 
dado concretar esta noción, como ocurre con la del 
tiempo y el espacio infinitos. 

Queda en pie el misterio de la atracción y la re- 
pulsión molecular, que, en el radio, se ha considera- 
do como un bombardeo de moléculas; queda en pie 
el misterio de la alotropía y la isomería; queda en 
pie el secreto del calor, de la electricidad, del mag- 
netismo, como nombres distintos del movimiento, 
cuyas causas se desconocen. Por todas partes se nos 
presenta la misma dificultad para concretar "un lí- 
mite", aun dentro del campo mental de abstraccio- 
nes; y así como no podemos percibir lo que entra 
en el dominio ínfimo, tampoco no es dado vislum- 
brar siquiera la inmensidad donde giran los astros. 
Si la partícula se descompone en moléculas que for- 
man mundos atómicos, en el átomo pueden descu- 
brirse quizá, inmensidades que nos causa vértigos el 
considerarlas, lo propio que al imaginar las exten- 
siones que deja presumir el mundo sideral, inagota- 
bles, inacabables, inalcanzables. ¿Qué mayor prueba 
de la impotencia de nuestras facultades para abar- 
carlo todo? 



[150] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



Empero, si esto es así, no hay razón alguna para 
valerse de esa insuficiencia a fin de dar cabida lógica 
a lo sobrenatural, pues todo cuanto cae bajo el do- 
minio del conocimiento se ofrece, invariablemente, 
como natural. Lo juicioso, entonces, es buscar solu- 
ciones dentro de los antecedentes conocidos y cognos- 
cibles, dentro de un criterio positivo, sin conmover 
la evidencia, puesto que lo demás nos confunde, sin 
concretar ningún elemento eficiente ni aprovechable. 

La esencia misma de la substancia queda impene- 
trable, desconocida, sin dejar ver más que algunas 
de sus modalidades, de tal modo que se ha dicho que 
el atomismo se reduce a dinamismo; empero, de 
cualquier modo que sea, hay que admitir la existencia 
de la substancia, hasta buscar una explicación a ese 
movimiento fecundo que engendra la acción y la 
vida, y nos parece que en su propia impenetrabilidad 
sería más fácil encontrar una causa "individuar, or- 
gánica, que diera una razón de ser a esos movimien- 
tos, lo cual es también más lógico que presuponer 
una causa externa que se la quitaría, llevándonos de 
nuevo al campo estéril de lo prodigioso sobrenatural. 
Aquello podría explicar, como acto de voluntad pro- 
pia, la fuerza que exhibe "en movimiento" toda la 
substancia. Admitida esa hipótesis, resultaría ser la 
sensación — como causa generadora de la atracción 
y repulsión de la materia — la base de las diferen- 
ciaciones morfológicas que se observan en la natura- 
leza, las que, al perfilarse, llegan a desarrollar su 
sensibilidad y su voluntad, como elementos indivi- 
duales, transformándose, a su vez, instintivamente, y 
siempre en esa misma dirección: la de mantener la 
individualidad, y aun de mejorarla. 

Donde se frustran las observaciones, es al querer 



[151] 



PEDRO FIGARI 



determinar "el orden de sucesión" de los elementos 
constitutivos de la modalidad orgánica, y esto quizá 
se deba a que no hay sucesión desde este punto de 
vista, sino desarrollos de la vida organizada, en una 
substancia que, ya sea o no homogénea, lleva en sí 
latentes los elementos primarios, fundamentales, de 
la vida individual orgánica * sensación, que es con- 
ciencia rudimentaria, y voluntad, que es energía; 
pero si no hay creación de substancia, sino simple 
evolución, transformación, transmutación de subs- 
tancia, es más lógico admitir la tesis de que toda ella 
contiene rudimentos orgánicos virtuales, que la de 
un proceso cronológico en el cual las diferenciacio- 
nes se operan mediante "creación" de facultades o 
atributos sobre lo inexistente, sobre "la nada", cuan- 
do para esto es preciso, por lo menos, establecer 
una diferencia fundamental en dominios que se 
ofrecen, cada vez más, sin soluciones de continuidad; 
al contrario, con una continuidad que, progresiva- 
mente, cada día se ve más acentuada. 

Como quiera que sea, si hay conciencia y voluntad 
en la organización vital, hay opción, necesariamen- 
te, es decir, facultad de optar entre dos o más excita- 
ciones, según intentaremos demostrarlo. 

iv. OPCIÓN 

Cuando se habla de leyes naturales, nos las repre- 
sentamos como pautas estrictas, solemnes, inmutables, 
ya preestablecidas, como un trazado dispuesto de an- 
temano, por donde los sucesos deben marchar, quie- 
ran o no quieran, con una rigidez impecable; y 
caemos así, de nuevo, en el antiguo concepto de 
predestinación, por más que le llamemos de otro 



[152] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



modo y por más que lo concibamos determinado por 
otras causas, desde que si todo está sometido a una 
regla invariable de acción, se comprende que, tratán- 
dose de leyes de esta clase, es imposible substraerse a 
su mandato. Nosotros no alcanzamos a imaginar 
quién ni qué puede haber dispuesto tales cánones 
para regir ese inmenso mecanismo fatal, cuando 
consideramos el intrincamiento de los fenómenos 
naturales, sus propias deficiencias, en medio de ma- 
ravillas de sabiduría. Nos parece que esa entidad ne- 
cesariamente "extranaturaí", que se la supone or- 
denadora de lo que es natural, si hubiera podido 
interesarse en todo lo que vemos, en este semillero 
infinito de fenómenos tan variados y heterogéneos 
que se agitan a nuestro alrededor, desde los movi- 
mientos majestuosos del astro hasta la vibración 
molecular, más uniformes, no habría llevado su dili- 
gencia al extremo de disponer también los vuelos y 
revuelos de las aves y de los insectos, el pulular de 
los infusorios, así como los movimientos del hombre 
mismo, con arreglo a un plan rígido, mecánico. 

Cuando un artífice hábil construye un aparato 
capaz de realizar movimientos ordenados, rítmicos, 
no hace más que explotar las peculiaridades de la 
substancia, sus peculiaridades propias, y no puede, 
así, vanagloriarse de haber "dispuesto sus movimien- 
tos'*, de igual modo que no podríamos decir que he- 
mos hecho comer a un animal cuando le hemos dado 
de comer. Es él quien come; nosotros no hemos he- 
cho, en tal caso, más que facilitar el cumplimiento de 
una función "propia" de aquel organismo. Por una 
ilusión análoga, nosotros concebimos a los cuerpos 
dispuestos "en el sentido de sus propias peculiarida- 
des", como sometidos a un mandato supremo, exter- 



[153] 



PEDRO FIGARI 



no, siendo así que todo hace pensar en que no hay 
otro mandato que el que impone a cada cual su pro- 
pia estructura, con las limitaciones consiguientes a 
la acción de los elementos externos, que, por su par^ 
te, nos traban para ir tan allá cuanto quisiéramos. 

En este torbellino de acciones y reacciones, en 
donde los movimientos rítmicos se operan simultá- 
neamente con los movimientos arrítmicos, desordena- 
dos, y con los actos congruentes, de una plasticidad 
manifiesta; en donde lo inteligente se codea con lo 
torpe y lo estúpido; en esta promiscua trabazón en 
que sería imposible desentrañar lo que hay de bueno 
y de malo, de justo y de injusto, de moral e inmoral, 
de generoso y de mezquino, de simple y de comple- 
jo, de admirable, de absurdo y monstruoso, ¿quién, 
ni qué pudo, por una sola vía unitaria, o por más 
de una vía, crear, juntar y legislar tanta contra- 
dicción? 

Cierto que hay una lógica más o menos constante 
en la producción de los fenómenos naturales, que 
nosotros tratamos de observar y comprender para 
ajustar nuestra acción al concepto que nos hemos 
formado, como el mejor, para conducir nuestra in- 
dividualidad, en nuestro esfuerzo ,de adaptación; pe- 
ro no por esto debemos pensar que nosotros, ni los 
demás elementos naturales, "estamos sometidos" a 
una ley o a una lógica natural, preestablecida, sino 
más bien que, actuando todo lo existente con arre- 
glo a su propia estructura, es decir, a su interés in- 
dividual, se producen relaciones constantes entre 
todo lo existente, y esto da apariencia de fatalidad, 
de ordenamiento ya establecido, a hechos que en 
cada instante proceden de acuerdo con su propia 
complexión, y sin sujetarse por eso a ninguna ley, 



[154] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ni a precepto alguno. Lo que llamamos ley natural 
es tan sólo, pues, la manera más regular de actua- 
ción en cada individualidad, es su manera de perdu- 
rar y de transformarse para integrar la realidad, 
stmpre presente, y sin ningún vínculo concreto con 
el pasado ni lo porvenir. Es la propia estructura la 
que determina las modalidades más constantes, como 
las más variables, en la naturaleza; es la acción pro- 
pia, pues, la que se desarrolla en plena realidad. 

Concebimos la realidad como la acción de todo 
lo existente, concurriendo de infinitas maneras a 
integrarla. La realidad siempre es: es presente. Las 
transformaciones de la substancia, y nuestra propia 
transformación, es lo que nos sugiere la ilusión del 
tiempo, así como la ilusión de que los cuerpos apa- 
recen y desaparecen, siendo así que sólo se mo- 
difican, permaneciendo la misma substancia y la 
misma energía invariables, esencialmente y perpe- 
tuamente. La realidad se transmuta de un modo 
perenne en su obra eterna de plasmar "presentes"; 
y es así que del pasado como ya dijimos, no queda 
otra cosa que su obra, fuera del recuerdo que pueda 
guardar cada cual de sus propias transformaciones 
"individuales" y de las transformaciones operadas en 
sus contactos individuales con la realidad, las cuales, 
por lo demás, sólo se reflejan en una mínima parte 
en su mente. No es, pues, la realidad algo que mar- 
cha de lo pretérito a lo futuro, pasando por el pre~ 
senté, sino, al contrario, un hecho estable en cuya 
composición entra lo existente, vale decir, todo lo 
que ha existido, y que, por lo mismo, existe y existi- 
rá, y que la integra siempre, ya sea de una u otra 
manera, puesto que lo existente no puede desapare- 
cer, por más que pueda transformarse. La realidad 



[155] 



PEDRO FIGARI 



se nos presenta así como una ecuación constante, 
inmutable, en cuanto a su esencia; sólo cambian sus 
términos, la forma de sus términos, mejor dicho, 
quedando lo demás en el conjunto total de substan- 
cia y energía, invariable, inconmovible, presente. 
Se diría un inmenso escenario, un gran torneo en 
el que cada individualidad desempeña un papel más 
o menos cambiante, aun cuando cada individualidad 
trata de mantener su papel lo más y lo mejor que 
le fuere posible, con arreglo a su complexión. En 
esa evolución individual, sólo individual, puesto que, 
fuera de la individualidad, no vemos cómo pueda 
lo demás destruirse, permanece invariable el total 
de la substancia y el total de la energía El hombre 
actúa como embrión, como niño, como adolescen- 
te, como adulto, como anciano, y disuelta "su indi- 
vidualidad", sus despojos se distribuyen según el 
medio en que se encuentran, para concurrir, no se 
sabe en qué nuevas formas químicas, físicas, biogé- 
nicas, a reintegrar el cosmo, sin solución de conti- 
nuidad, y con la misma espontaneidad con que ac- 
tuaba antes de disolverse. La materia y la energía 
que sirvieron para formar aquella entidad pensante, 
deliberante, activa, nadie sabe a qué nuevas orien- 
taciones se aplican, una vez que cesó la anterior 
manifestación orgánica. En ese despliegue de las mo- 
dalidades de la substancia, en la realidad, que no es 
el paso de la realidad por los instantes, sino el paso 
de las transformaciones de la substancia y la ener- 
gía por la realidad, siempre inconmovible en cuanto 
a su esencia, cada organismo, en su empeño de man- 
tener su estructura, y aun de mejorarla para adap- 
tarse "como individualidad" a la presión de los de- 
más elementos, es ésta, esta misma individualidad, 



[156] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



la que traza su propia ley, la ley de sus movimien- 
tos y evoluciones, con arreglo a su naturaleza, y del 
conjunto de todas estas actividades múltiples, infi- 
nitas e infinitamente variadas, surgen el orden y el 
desorden que se advierten por todas partes, si bien 
el interés de cada organismo determina formas más 
o menos permanentes de acción, lo cual da a este 
proceso el aspecto de un mecanismo, cuando no es 
más que el desarrollo de las actividades individuales, 
el que se produce con arreglo a las peculiaridades 
de cada complexión. Desde luego, nos parece nece- 
sario descartar toda suposición de que algo se halle 
preestablecido ni previsto: ni la ley de los movimien- 
tos, ni la evolución de ios organismos, por más que 
podamos presumirlos, al tomar nota de las formas 
más constantes de actuar en cada serie de individua- 
lidades, o en cada individualidad particular. 

La línea más constante en los dominios franca- 
mente biológicos, es la que conduce al organismo 
a satisfacer sus fines individuales, esto es, las necesi- 
dades orgánicas, y esto mismo admite excepciones, 
así como aberraciones, según se ha visto, y según lo 
manifiesta el hombre mismo a cada paso, como ser 
superior en la naturaleza. Es por lo primero, por la 
"regla" biológica, que puede de cierta manera edu- 
cirse lo que ha de hacer cada individualidad en cada 
circunstancia, con relativa fijeza; pero esto mismo 
no es matemático, y tanto es así, que las excepciones 
se pretenden explicar dentro de la hipótesis meca- 
nicista como desarmonías de la naturaleza, vale decir, 
como errores, omisiones o imprevisiones de la ley 
natural, que se supone preestablecida. 

En medio del torbellino de actividades que concu- 
rren de una u otra manera a formar la realidad, se 



[157] 



PEDRO FIGARI 



formula esta cuestión tan debatida: ¿somos libres o 
no lo somos? 

Desde luego la intervención de conciencia y de 
voluntad presupone la facultad de optar, necesaria- 
mente, entre dos o más excitaciones. Dentro del 
concepto que nos hemos formado de la individuali- 
dad, nos parece tan evidente que ella pueda optar, 
de tal modo claro, que sin esto no concebiríamos 
ni la conciencia ni la voluntad. 

La ilusión fatalista emerge de lo siguiente. Como 
nosotros tenemos que contemplar las exigencias de 
nuestro interés individual orgánico, se comprende 
que nuestra libertad psíquica, en el hecho, no resulta 
completa, como no lo es nuestra libertad física; pero 
esto no se debe a la imposibilidad de querer, en 
cualquier sentido, sino a los inconvenientes que so- 
brevienen si queremos en un sentido contrario a 
nuestro interés orgánico: por eso es que nuestras 
voliciones se dirigen siempre, o casi siempre, en esa 
vía, lo mismo que nuestros actos, pudiendo, no obs- 
tante, dirigirse en otra cualquiera, y aun en oposi- 
ción a nuestro interés más evidente; y por eso es 
también que las formas instintivas se manifiestan 
todas dirigidas en el sentido de atender el interés 
orgánico, como lo están también, probablemente, las 
propias aberraciones que se advierten en ese campo, 
las que, razonablemente, deben considerarse inspira- 
das en iguales anhelos. La totalidad de la energía 
orgánica ha tenido, pues, que determinarse en esa 
dirección fundamental, no porque no haya podido 
hacerlo de otra manera, sino porque ésa era la direc- 
ción más útil; no porque eso fuera preceptivo, sino 
porque era así más conveniente. 

Pero esto mismo ofrece ya una diferencia impor- 



E158] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



tante en el problema de la libertad, puesto que es 
muy distinto el que se considere nuestra acción como 
producida por agentes que obran imperiosa e irresis- 
tiblemente, y que, como lo pensamos nosotros, no 
haya en la opción mas traba que la que implica 
nuestro propio interés individual. En este terreno la 
acción queda librada a la conciencia, que es conoci- 
miento. Como se ve, es muy distinta la acción que 
obedece a una razón de interés orgánico, intelectivo, 
a la acción impulsada por fuerzas inflexibles que 
nos gobiernan incondicionalmente. Nosotros podemos 
querer, por ejemplo, tomar un arma y dispararla so- 
bre nuestra sien, o bien arrojarnos a un precipicio, y 
hasta podemos hacerlo, pero no lo hacemos, — si 
bien algunos lo hacen, lo cual prueba que es facti- 
ble — , porque a ello se opone un interés vital, que 
es para nosotros estimable y respetable. Así que cesa 
de tomarse en cuenta el interés vital, por cualquier 
causa, eso mismo que ,es tan absurdo, se puede pro- 
ducir, y se produce. 

La presión que ejerce en nosotros el deseo or- 
gánico de perdurar y mejorar, nos hace creer que 
ese elemento es tan fatal cuanto los movimientos 
mecánicos, rítmicos, de la substancia que reputamos 
anórgana, sin considerar que apenas se reduce por 
cualquier motivo el concepto de nuestra individuali- 
dad, puede ya observarse la demostración de la liber- 
tad psicológica en los actos que tienden a desdeñarla, 
cuando no llegan hasta atentar contra la propia in- 
dividualidad. Es evidente que, por regla general, pue- 
den predecirse los actos de conservación individual. 
Sabemos de antemano que un náufrago se asirá a 
una tabla que se le ponga a la mano; que un sediento 
tomará agua, si se le brinda; que un asmático optará 



[159] 



PEDRO FIGARI 



por una senda descendente, mejor que por una as- 
cendente, etc., porque todo esto se halla de acuerdo 
con sus respectivos intereses orgánicos; pero no esta- 
mos igualmente seguros de que un turista, verbigra- 
cia, pida más bien un manjar que otro de la lista, 
puesto que ni lo sabe él mismo al escoger, apremia- 
do por la necesidad de despachar al mozo. Las ope- 
raciones de seguro sobre la vida, por ejemplo, reposan 
en el cálculo de que todos tratan de conservarse, y 
este factor lo toman en cuenta también las formas 
ordinarias de legislación y de composición social. Sin 
eso, ni se alcanza a comprender cómo pudieran rea- 
lizarse estos ordenamientos, aun deficientes como son. 
Empero, aquel antecedente no significa que una ley 
natural tenga todo dispuesto en tal o cual sentido, 
sino, sencillamente, que nosotros sabemos que cada 
organismo se rige con arreglo a la lógica de su in- 
terés individual, y atiende a sus aspiraciones, toman- 
do como base el propio bien, el bien máximo: la 
vida. Ésta no es otra cosa que una peculiaridad or- 
gánica: no es una fatalidad. 

Por lo mismo que cada ser obra de acuerdo con el 
interés de su propia estructura orgánica, la libertad 
psíquica parece ausente, y hasta se piensa que somos 
autómatas sometidos inexorablemente a actuar con 
arreglo a las circunstancias, a la presión de los ele- 
mentos externos que gravitarían sobre nosotros de un 
modo imperativo, decisivo, concluyeme, sin advertir 
que también podemos reaccionar sobre ellos, con 
arreglo a nuestra propia cuota de energía, ya sea o 
no en el sentido de nuestro interés orgánico, y aun 
con arreglo a nuestro conocimiento, que duplica la 
eficacia de nuestra energía aprovechable. El profe- 
sor Le Dantec, no obstante, dice: u Tout se passerait 



[160] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



de méme dans la nature si Ies corps conservaient 
toutes leurs propriétés á l'exclusion de la propriété de 
conscience; les substances plastiques sont comme les 
autres substances brutes, soumises á la loi d'inertie: 
"Un corps ne peut modifier par lui-méme son état 
de repos ou de mouvement". 1 

En esto hay tan sólo una "media" verdad, a nues- 
tro modo de ver. Es claro que la realidad no se 
conmovería si el hombre perdiera completamente 
su conciencia y procediera como un peñón; pero esto 
no quiere decir que usando de su conciencia, dentro 
de su individualidad, y optando por lo que su con- 
ciencia le demuestra ser mejor para llenar sus fines 
orgánicos, esté así mismo en la condición de un cuer- 
po muerto, sin aptitud para proceder, "como orga- 
nismo consciente", dentro del proceso general físico- 
químico. Lo mismo sería afirmar que por estar 
sometido a la ley de inercia, no puede moverse más 
que un cuerpo bruto de la naturaleza. Nosotros nos 
permitimos pensar lo contrario al respecto, vale de- 
cir, que la mayor conciencia conduce al organismo a 
formas de acción más deliberadas, más eficaces y 
congruentes con su interés individual, y es así que 
se las ve transformar a éstas, tanto en la fas indivi- 
dual como en la faz social, a medida, que se informa 
la conciencia, y también de acuerdo con sus diciados, 
¿Cómo podría explicarse entonces este fenómeno si 
la conciencia no desempeñara papel alguno en la ac- 
tividad humana? 

No sería, por cierto, menos pasmoso que la pro- 
pia tesis de la creación sobrenatural, un mundo en 
el cual los organismos, que se agitan y saben que se 



1 F. Le Dantec: Le déterminisme biologique, pág. 156. 



[161] 



! 



PEDRO FIGARI 



agitan y por qué se agitan, procedieran como si nada 
supiesen. Esto, por lo fantástico, sobrepujaría hasta 
a aquello mismo de la Creación, con ser tan incom- 
prensible como es. Un laboratorio físico-químico 
colosal, del que formamos parte, como forman en 
los laboratorios del hombre las retortas, los frascos 
y aparatos; en donde las sales y los fluidos nos ha- 
cen querer de acuerdo con nuestro interés individual, 
a veces, y otras también en desacuerdo, y que llegan 
hasta a nacernos querer con arreglo al resultado de 
una deliberación, la cual nos preserva de caer en 
error, alguna vez por lo menos, — sales y fluidos 
que después de habernos hecho creer que el sol gira 
alrededor de nosotros, nos permiten rectificar el juicio 
que nos formamos acerca de esa apariencia engañosa; 
así como el otro, de que la tierra era un disco hori- 
zontal, y que permiten inventar el telescopio y el mi- 
croscopio para ver mejor lo grande y lo pequeño, 
lo propio inaccesible a nuestra mirada, y hasta inten- 
tar explicaciones filosóficas y metafísicas — , hay que 
confesar que son fluidos y sales prodigiosos, no ya 
de un buen humor inagotable. ¿Qué sentido tiene 
entonces la actividad humana, compleja, progresiva- 
mente documentada e inteligente, dentro de una ilu- 
sión de conciencia y otra de voluntad, es decir, de la 
facultad de a justar la acción a los dictados del cono- 
cimiento; qué sentido tiene, decimos, si todo esto 
hubiese de operarse lo mismo sin la conciencia y sin 
la capacidad de obrar con arreglo a la conciencia? 
¿Qué cuentan entonces en la actividad general las 
escuelas, las universidades, las asambleas, los con- 
gresos, los laboratorios de estudio y observación, las 
bibliotecas y los buenos consejos, si no actúan sobre 
la conciencia, o bien si al actuar no pueden influir 



[162] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



en la acción? ¿Qué agregan a esas mixturas del gran 
laboratorio de la naturaleza los hombres, que, siendo 
también "mixtura", no cuentan en él para nada? 
¿Qué significado tiene el esfuerzo obstinado del 
hombre que, pudiendo salir silbando con las manos 
a la espalda, se empeña en descubrir alguna verdad, 
si todo habría de pasarse lo mismo sin el conocimien- 
to de esa verdad? Si la conciencia no es un factor 
eficaz, ¿cómo se explica que cada nueva conquista 
de conocimiento transmute las formas de acción con- 
sagradas, en ese dominio., por lo menos? 

Yo resuelvo mover los pulgares en un sentido gi- 
ratorio, supongamos, y los muevo; luego opto por 
cambiar en un sentido contrario ese movimiento, y 
también ese acto volitivo se realiza: ¿Es éste un es- 
pejismo de libertad"' ¿Por qué es un espejismo? Se 
dirá que lo es, por cuanto si nosotros pudiéramos 
crear ese movimiento, habría "creación" de energía y, 
consiguientemente, una alteración en las leyes natura- 
les, que no admiten el aumento ni la disminución de 
la energía total; pero entonces es preciso convenir en 
que nosotros, "como parte de lo existente", no tene- 
mos a nuestra disposición ni un ápice de esa energía 
distribuida en toda la naturaleza, es decir, que somos 
exteriores a la naturaleza; porque, de no ser así, 
también deberíamos poseer nuestra respectiva cuota, 
y no exhibirnos como "substancia sin energía", lo cual 
sí habría de trastornar la evidencia, puesto que daría 
por resultado que todo, salvo nosotros, desempeña 
algún papel en "el mundo exterior", que, al fin, ni 
es exterior para nosotros. Todo sería un agente, ex- 
cepto nosotros, con arreglo a esta hipótesis. 

La opción que hacemos, en uso de nuestra propia 
energía, como otros tantos agentes "interiores" de la 



[163] 



PEDRO FIGARI 



naturaleza, no es otra cosa, sin embargo, que lo que 
hace el oxígeno cuando forma un óxido mejor que 
un ácido. ¿Qué dislocación puede producir el uso 
de esa energía propia, si la reacción que siempre 
comporta, mantiene el equilibrio? Encastillados aún 
en el viejo concepto de la personalidad, el 1 yo", por 
un abuso de "objetivismo" y otro de "subjetivismo" 
hemos podido suponer que somos ajenos a lo que 
ocurre en nuestra propia casa, es decir, extraños a las 
cuitas terrenas, como el que mira desde una ventana 
lo que pasa en la calle, siendo así que en todo ins- 
tante formamos en el "redondel" de la realidad, el 
único redondel posible. 

La opción, como se ve, no es "creación de ener- 
gía", sino producto de la energía integral, la que 
utilizamos de acuerdo con nuestra individualidad, 
dentro de la ava parte de que disponemos, "como 
substancia", según lo hacen, a su vez, los demás or- 
ganismos, y hasta la propia substancia que reputamos 
inorgánica, aun cuando su acción deba ser atribuida 
a otras causas, de cualquier naturaleza que ellas sean. 
Aquella tesis, a pesar de hallarse encaminada en un 
sentido científico, lo mismo que las quimeras fideístas, 
tiende a conmover la evidencia, por lo abstruso. 
Puede decirse que son dos extremos que se tocan: el 
uno pueril, y el otro endiablado. 

La causa de esta ilusión fatalista estriba en el 
hecho de haberse omitido "al hombre" en el labora- 
torio integral, como si fuera un valor ineficaz, un 
no- valor, mejor dicho, en la realidad en que actúa, 
por su parte, como todo lo demás, con arreglo a su 
acopio de energía y a su interés orgánico. En ese 
concierto general de actividades e influencias, todas 
positivas, se ha prescindido de la acción que desem- 



[164] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



peña el hombre, el propio ser que llega a tales con- 
clusiones, y de ahí que esta hipótesis nos ponga en 
oposición con lo evidente. Si cada substancia se rige 
por la ley de su propia estructura, según lo podemos 
ver en toda la naturaleza, el hombre vendría a que- 
dar privado de esta ventaja, inerme, en medio del to- 
rrente de la actividad universal, sin desempeñar más 
papel que el de espectador que mira la manera en 
que se forman las combinaciones a su alrededor, y 
hasta dentro de sí mismo, pero sin combinar, a su 
vez. Sería el único agente que no es agente en la ac- 
tividad integral, y que, por lo mismo que no puede 
optar, a pesar de conocer, tendría que resignarse a 
la acción externa, como un paralítico, sin tomar ini- 
ciativa alguna por su parte, pasivo, como esas cajas 
en que los transeúntes ponen cinco centésimos para 
que suenen, y no sólo las hacen sonar, sino que tam- 
bién determinan lo propio que han de sonar. 

Esa ilusión se ha engendrado también a favor de 
la realidad de las acciones que constantemente ma- 
nifiesta la substancia, y en vez de observarse que el 
hombre, como parte que integra, concurre por sí 
mismo a determinarlas, en la medida de su fuerza y 
de acuerdo con sus intereses orgánicos, se ha supuesto 
que él, como lo demás, todo se halla subordinado 
por completo a un mecanismo superior, soberano, 
con dominio "extranaturar, — por lo mismo que 
impera "sobre" la realidad — , cuando es inequívo- 
camente ella la que impera sobre sí misma, dentro 
de sus respectivas modalidades, y en la que nosotros, 
por nuestra parte, como elementos que somos de la 
misma, dentro de nuestro radio de acción ejercemos, 
también, nuestra cuota de presión e influencia sobre 
lo demás; y es así que se ha sustituido la entidad so- 



[165] 



PEDRO FIGARI 



brenatural prodigiosa por una entidad extranatural, 
no menos sorprendente ni menos perturbadora de la 
lógica del buen sentido. 

Así, por ejemplo, cuando vemos a un acróbata 
dando saltos mortales, por más elásticos que éstos 
sean, sabemos que, en cualquiera de ellos, necesaria- 
mente, tiene que volver hacia abajo; pero notamos 
que, al hacerlo, "opta" por la manera de caer, de 
igual modo que, al saltar, pudimos advertir que optó 
por la forma en que había de realizar su salto. Ahora 
bien: si esto es así, preciso es convenir en que, den- 
tro de la fuerza de gravedad, dentro de las modali- 
dades de su construcción orgánica, dentro de la dex- 
teridad de sus músculos, dentro del programa del es- 
pectáculo y de la acción del director y del público 
que lo observan, y aun de otros elementos que "li- 
mitan" su acción propia, el acróbata dispone de su 
ava parte de fuerza, y también de libertad, y puede, 
en cualquier momento, verbigracia, fingirse enfer- 
mo, si teme lastimarse, o si el recuerdo de una aven- 
tura amorosa, supongamos, lo embarga y le quita 
soltura para hacer sus proezas de agilidad muscular; 
ésa es su libertad efectiva: optar. 

Nosotros entendemos que esta opción no produce 
ni puede producir ningún desequilibrio en la energía 
integral, de igual modo que no se produciría tam- 
poco si el oxígeno, como ya dijimos, en presencia 
de dos cuerpos distintos, optara por combinarse con 
el uno en forma de óxido más bien que con el otro 
en forma de ácido, puesto que no habría más que un 
cambio de modalidades a operarse dentro de la ener- 
gía total, donde las reacciones consiguientes reparan 
las consecuencias de dicho cambio en el sentido de 
mantener incólume el equilibrio total. Pongamos 



[166] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



x 



otro caso: si nosotros, cuando vamos caminando por 
el campo, optamos por vadear un arroyo, en vez de 
despuntarlo, promovemos una serie de reacciones 
simultáneas, compensatorias en todo instante de nues- 
tra acción, ya sea en las aguas del arroyo, o en el 
césped, o las arenas que hemos pisado, y proporcio- 
nadas a la suma de energía que hemos desarrollado, 
en ambos casos por igual; equivalentes, mejor dicho. 
No hay, pues, alteración en el total de la energía, 
sino aplicación distinta, distribución diversa de la 
energía integral. 

Para verlo más claro todavía, pongamos un nuevo 
ejemplo. Tomemos un tablero de ajedrez. Éste, el 
tablero, representa la materia, el mundo exterior in- 
tegral; las piezas, la substancia orgánica, y los mo- 
vimientos de las piezas, la energía orgánica actuando 
dentro de la energía total. Supongamos, para faci- 
litar el ejemplo, que las propias piezas, no por auto- 
matismo, sino deliberada y libremente determinan 
sus movimientos, y no tampoco de un modo arbitra- 
rio, sino dentro de lo que les es posible hacerlo con 
arreglo a su estructura y al orden convencional de 
los movimientos. Bien: cualesquiera que sean las 
evoluciones que se realicen, advertiremos que no se 
habrá alterado ni la substancia ni la energía inte- 
gral, por cuanto cada movimiento libre, dentro de 
su propia estructura, y usando de su cuota de ener- 
gías, habrá determinado una reacción "correspon- 
diente" sobre las demás, las que, a su vez, pudiendo 
optar también en sus formas reactivas dentro de la 
energía total, no la alteran. Lo único que puede 
ocurrir es que las vicisitudes de la partida cambien, 
como modalidades o aspectos de la energía integral. 
Pero es todavía más concluyente el caso, si admi- 



[167] 



PEDRO FIGARI 



timos que los movimientos que realizan las diversas 
piezas que integran el tablero, se llevan a cabo fuera 
de todo convencionalismo y de todo orden, puesto 
que de esa misma manera tampoco podrían exceder 
la energía total, desde que, por más arbitrarios que 
fueren sus movimientos, no han podido moverse con 
mayor caudal de energía del que les adjudica su pro- 
pia estructura; esto es, no pueden producir más ener- 
gía que la propia, ni tampoco pueden salir del ta- 
blero, que es la realidad, en el caso supuesto. Para 
exceder el equilibrio integral, sería menester que las 
piezas pudieran extralimitarse en el uso de su haber 
de energía, o salir del tablero por un acto de volun- 
tad; porque de no ser así, las acciones y reacciones 
que se producen, dentro de él, no son más que mo- 
dalidades de la misma energía total, cuyo equilibrio 
no pueden romper por más que se muevan, como 
quiera que sea. 

De igual modo, para que el hombre pudiera, por 
un acto de libertad, atentar a la suma total, de ener- 
gía, sería preciso que pudiera substraerse a la reali- 
dad, lo que es absolutamente imposible, desde que 
todo es realidad y fuera de ella nada hay ni puede 
haber; de donde resulta que el uso que pueda hacer 
cada organismo de su propia energía, por más libre 
que fuere, no conmueve el equilibrio del mundo, 
que llamamos "externo" aun cuando lo integramos 
también. Ese total de energía no puede ser sobrepu- 
jado, por más libres que seamos, desde que la elec- 
ción que hacemos respecto al uso 1 de nuestra propia 
energía no puede exceder nuestro "haber" individual, 
ni las reacciones que estos actos provocan pueden 
rebasarlo, por cuanto cada uno de los elementos que 



[168] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



interviene usa de su respectivo caudal. Es un "tira y 
afloja" dentro de un mismo círculo infranqueable. 

La "elección" que hagamos acerca del empleo de 
nuestra propia energía, es así nuestra cuota de liber- 
tad individual, según nuestro modo de ver, y es por 
eso que empleamos la palabra "opción", que nos pa- 
rece resumir mejor nuestro concepto de la libertad 
orgánica, individual 

No es, pues, "libre albedrío" la suma de libertad 
individual de que cada uno dispone positivamente, 
sino una libertad restringida por la presión de los 
elementos externos, que no por eso deja de permitir- 
nos la elección en el uso de la propia energía orgá- 
nica, tanto dentro de los intereses orgánicos como 
también fuera de ellos. Cuando deliberamos, cuando 
mediante una serie de informaciones y de cálculos y 
reflexiones resolvemos hacer un viaje, una obra o un 
negocio, o nos decidimos a desistir, después de ha- 
berlos proyectado, las excitaciones externas concu- 
rrentes podrán influir en nuestra determinación, que 
se resuelve en pleno laboratorio de acciones y reac- 
ciones físico - químicas; pero también podemos, a 
nuestra vez, reaccionar de acuerdo con el resultado 
de nuestra deliberación, de cierta manera mejor que 
de otra, de igual modo que lo hacemos de acuerdo 
con nuestro estado físico; como también pudimos 
no deliberar y actuar pasivamente, dejándonos re- 
molcar por los elementos y sugestiones externos, cir- 
cunstanciales, 

Si nosotros no usamos de una libertad completa 
en la faz psíquica, es porque nos sentimos inducidos, 
por nuestro interés "individual", a querer dentro de 
lo que conviene a nuestra individualidad, y acostunv 
brados a querer así, no nos ejercitamos en querer de 



[169] 



PEDRO HGARI 



otro modo, como podríamos hacerlo, en todo mo- 
mento, de igual modo que podemos acostumbrarnos 
a querer y optar por lo que nos parece "mejor"; pero 
del hecho de que estemos interesados en mantener 
nuestra individualidad, no íesulta necesariamente un 
fatalismo, sino "la existencia de un interés", nada 
más; lo cual admite la posibilidad de que se le me- 
nosprecie, como ha ocurrido y ocurre a menudo, por 
desgracia. Nosotros no podemos concebir la indivi- 
dualidad sin la posibilidad de optar, en uso de su 
propia energía, si bien admitimos que, para que 
haya opción, es menester que haya conciencia, co- 
nocimiento. De otro modo, se mantiene la energía 
en una misma dirección. Así, por ejemplo, si la co- 
lumna mercurial de un termómetro "sintiera" cuan- 
do, a mayor temperatura, se dilata y, a menor tem- 
peratura, se contrae, y no sintiera más que eso, es 
decir, que fuera insensible a las demás excitaciones, 
¿de qué otra manera podría actuar, o sea usar de 
su energía, de su voluntad? Si su sensación es cons- 
tante, su voluntad permanecerá también constante; 
en cambio, si fuera sensible a otras excitaciones, po- 
dría optar tanto por una como por la otra. El ciego, 
verbigracia, permanece indiferente a las excitaciones 
del color, como el sordo a las excitaciones del so- 
nido c Quiere esto decir que no puedan usar de su 
voluntad? No, es que no tienen estímulo alguno 
para hacerlo en ese sentido. 

Este criterio podría explicar la "inmutabilidad'' de 
la acción en la materia llamada inorgánica, así como 
la casi inmutabilidad de la acción en las organiza- 
ciones más simples, lo cual no implica una diferen- 
cia esencial entre las mismas, sino más bien una di- 
ferencia en las modalidades de acción; y, por lo 



[170] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



demás, en la propia especie humana puede verse 
que es tanto menos acentuada la variedad de sus 
formas de acción a medida que se desciende en las 
extracciones sociales, y se llega al ignorante, al sal- 
vaje, sin que por eso haya una distinción substancial 
1 que hacer, sino tan sólo la constatación de modali- 
dades diversas en una substancia idéntica fundamen- 
talmente 

Es verdad que ya en las propias manifestaciones 
ínfimas de la substancia "orgánica" se advierte ma- 
yor complejidad en sus atributos. Dice Le Dantec. 
"Les expériences de mérotomie nous ont appns lexis- 
tence d'une contmuité (ou plutót cohesión) spéciale 
dans la substance du plastide, continuité qui n'existe 
pas dans les corps ordinaires de la chimie"; 1 y más 
adelante, dice: 

Quand un plastide téagit dans les conditions de 
Id vie élémentatre manifestée, il devient, contraire- 
ment d ce qui a lieu pour les subst anees brutes, plus 
APTE (au point de vue quantitatif) a réagtr de la 
méme maniére, dans les mémes conditions \ 2 

Pero es que no sólo hay en la substancia "viva" 
una continuidad que no manifiesta la materia "in- 
orgánica", sino también una "diversidad' * y una 
"plasticidad" en la manera de reaccionar, que tam- 
poco revela esta última, de un modo tan manifiesto, 
por lo menos, y pensamos que lo uno y lo otro se 
explican por una diferencia en la constitución "mor- 
fológica" de cada orden de individualidades Dichas 
peculiaridades, que se suponen privativas de la subs- 
tancia orgánica, por lo demás, se acentúan en esta 



1 F Le Dantec Le determimsme bioiogique, pig. 86, 

2 F. Le Dantec. Le determtnisme bioiogique, pkg 98 



[171] 



PEDRO FIGAU1 



misma substancia, en toda la escala, que reacciona o 
puede reaccionar de muy distintas maneras ante igua- 
ied excitaciones, aun entre los ejemplares congéneres, 
y tanto más cuanto más complejos sean éstos, la que 
adquiere, así mismo, "aptitudes 1 ' para reaccionar 
cuantitativa y cualitativamente de la misma o de 
diversa manera ante las mismas excitaciones, y aún 
en igualdad de condiciones; y, para nosotros, nada 
puede ser más característico de la individualidad. 
¿Qué otra significación racional podrían tener tales 
variedades, como no sea un resultado de diferencia- 
ciones individuales, operadas a base de individuali- 
dad? Si se comprende que esas diferenciaciones 
hayan podido producirse en una evolución multi- 
secular "sobre cada individualidad", no se compren- 
de, en cambio, que hayan podido realizarse sobre una 
materia homogénea sometida a una ley común Esa 
progresividad del atributo de diversificar las reaccio- 
nes, paralela a la complejidad orgánica, así como 
los fenómenos de asimilación y desasimilación que 
se operan sobre la base del mantenimiento de la en- 
tidad orgánica, en su desarrollo normal, — lo que 
llama Dastre "fijeza vital" 1 — ; las propias cons- 
tataciones de la teoría íatromecánica, no ya la he- 
rencia, la adaptación, la selección, la evolución: todo 
esto denuncia de un modo irrefragable el ordena- 
miento individual, la organización de la individua- 
lidad. Según nuestro entender, nada es más evidente 
en la naturaleza que la existencia de individualidades 
que bregan fundamentalmente a favor de sí mismas, 



l A. Dastre: La vte et la morí, pig. XXVIII (Intro- 
ducción). 



[172] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



y hasta de su propia prole, que es la manera de per- 
petuar la individualidad. 

Ahora bien, excluir la facultad de usar de la 
energía propia, es excluir la individualidad, esa mis- 
ma individualidad que en las organizaciones defini- 
das, sobre todo, se manifiesta con tantas evidencias. 
En los animales inferiores, como en el hombre, se 
advierte "el culto" de la propia individualidad, de 
un modo tan claro, en todo momento, que no po- 
dría omitirse sin incurrir en un verdadero descono- 
cimiento. Por todas partes se denuncia el afán de 
mantener la propia individualidad, de satisfacerla, de 
halagarla, de protegerla, de mejorarla, de perpetuarla, 
aun al través de los mayores extravíos. El hombre, 
el vicioso, verbigracia, no hace más que complacerla, 
de acuerdo con sus inclinaciones, de igual modo que 
el previsor, que se abstiene de un placer momentáneo 
para garantir una satisfacción futura. Podría decirse 
que la única limitación que existe para usar de nues- 
tra energía-voluntad, es la que impone el culto de la 
individualidad. Es esto, precisamente, lo que da la 
apariencia de una fatalidad a nuestras resoluciones, 
en las que, de ordinario, la opción se hace de acuerdo 
con las predilecciones individuales, y no, empero, sin 
que también puedan tomarse de otro modo, como 
ocurre en los actos de heroísmo, de abnegación, en 
el suicidio, etc. ¿Cómo negar, pues, la libertad? ¿Qué 
otra fuerza que no sea nuestro propio interés orgá- 
nico, y la manera como lo interpretamos, puede im- 
pedirnos aplicar nuestra propia energía en el sentido 
que queramos? 

Sobreentenderá el lector que, cuando hablamos de 
interés, no nos referimos al interés puramente ma- 
terial, puesto que ese significado implicaría desco- 



1 173 J 



PEDRO HGARI 



nccer una realidad tan clara como es la de que fre- 
cuentemente prima también un interés moral, al 
punto de que algunos no pueden sobrevivir a una 
deshonra, por ejemplo, — ni siquiera cuando se tra- 
te de un puro concepto convencional, a veces — , o 
a un fracaso, o a una desgracia de familia, etc , no 
obstante, se verá que, en definitiva, es siempre el cul- 
to de la propia individualidad, tal cual es, y tal co- 
mo se la considera por cada cual, el que decide de 
estas opciones. Es así siempre un interés "orgánico" 
el que dirige el empleo de nuestra energía, de núes- 
tra voluntad, de nuestra libertad. 

Cada substancia, cada organismo, cada individua- 
lidad proceden por igual, de acuerdo con la ley de 
su propia estructura, y es por esto que el hombre, ser 
más complejo y más consciente, va acumulando los 
elementos que más le sirven en el sentido de llenar 
sus necesidades orgánicas de la mejor manera. A 
mayor conciencia, mejor opción; a mayor disciplina 
de la voluntad, mayor eficacia en la capacidad de 
ajustar la acción en el sentido del conocimiento. No 
es, pues, que se cree la libertad, ni que se cree ener- 
gía, sino que al informarse la conciencia y al disci- 
plinarse la voluntad, se hace posible un uso distinto 
de la propia energía, y se mepra la opción, dentro 
de los intereses orgánicos, que, en substancia, son 
idénticos, fundamentalmente, en toda la escala vital: 
mantener y ^perpetuar la individualidad propia; am- 
pararla, defenderla, complacerla. Es así que, en la 
evolución humana, cada generación va conquistando 
un caudal mayor de conocimiento para satisfacer esa 
aspiración orgánica, individual, y un mayor grado de 
disciplina para optar por el conocimiento. El propó- 
sito orgánico no cambia substancialmente: lo que 



[174] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



cambia es la forma de darle satisfacción; aquél es 
invariable, en su esencia, que es vivir y perpetuarse; 
lo que varía es la manera de llenar estas necesidades 
estructurales. Y tan cierto es esto, que el punto de 
vista social está encaminado en el sentido de que 
cada aspiración individual sea compatible con las as- 
piraciones de los demás. Para ello es que se acude a 
la instrucción, por cuanto es el cumplimiento de tal 
desiderátum social la verdadera pauta de todo pro- 
ceso didáctico, y el de la propia urbanidad 



III. LA CONVICCIÓN CIENTÍFICA 

Si cada individualidad opta de acuerdo con sus 
predilecciones orgánicas, la senda a seguirse es la del 
conocimiento, a fin de que las opciones sean cada 
vez más juiciosas, y, por lo mismo, más apropiadas 
a la vida de asociación, que es la que nos conviene 
para atender mejor a nuestras necesidades naturales. 
Apenas "se conoce", luego que se forma conciencia 
acerca de los efectos positivos de la acción, ésta tien- 
de a ajustarse a las conclusiones del conocimiento, y 
se ejercita así en un dominio tan firme como eficaz. 
Es éste, pues, el factor de cultura más adecuado para 
determinar las reglas perdurables de asociación. 

Sí comparamos los recursos de acción del salvaje 
con los del hombre culto, se verá, por un lado, que, 
sí bien están unos y otros encaminados fundamental- 
mente en una misma dirección, — que es la de sa- 
tisfacer necesidades orgánicas también idénticas en 
lo fundamental — , ofrecen enormes diferencias los 
medios que para ello se emplean; y, por el otro, se 



[175] 



PEDRO FIGARI 



verá que todas las diferencias consisten en que el 
civilizado exhibe una mayor suma de conocimientos 
asimilados. Así, por ejemplo, cuando el salvaje en- 
venena sus flechas, o arma trampas en los sitios de 
acceso a su choza, procura su defensa propia, ya sea 
tomando, o no, en cuenta la de la tribu de que for- 
ma parte, lo mismo que el civilizado, cuando esta- 
blece un servicio de policía, o cuando instala astille- 
ros y arsenales. Hasta podría decirse que hace lo 
mismo, en substancia, que el propio bacteriólogo 
cuando busca el secreto de un contagio, para preve- 
nirlo o combatirlo. Sólo hay en todo esto diversidad 
de arbitrios para satisfacer un mismo propósito: la 
conservación individual, ya sea directamente, o bien 
tomando en cuenta el grupo social que contiene a 
la individualidad que actúa. 

Al examinar el proceso de la civilización, se verá, 
en todo él, que es una mayor información de la con- 
ciencia lo que ha determinado los pasos de avance. 
Para que llegaran a producirse los progresos socia- 
les y políticos de que disfrutamos, la conciencia ha 
debido evolucionar sobre el carril de la racionalidad, 
y ha evolucionado de tal modo, que los hombres no 
parecen ya los mismos de algún tiempo atrás, en los 
dominios de la historia León Bourgeois, Ministro de 
Trabajo en Francia, decía últimamente- "Cuando se 
invoca solidaridad, caridad, humanidad, se concluye 
por conmover hasta a los más rudos. Desde treinta 
años ha, que esas grandes palabras han sacudido el 
mundo, ¡cuántas bellas cosas han sido ya realizadas! 
Induciendo a colaborar con todo su corazón y since- 
ramente a obreros y patrones en el interés común, 
uniéndolos en la práctica de las leyes sobre el traba- 
jo y la asistencia, serviremos una causa admirable". 



[176] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



Aun cuando no creamos que en ello intervenga el 
corazón, hay que reconocer que estas manifestaciones 
generosas no se hacían, por cierto, sobre todo por los 
dirigentes, cuando los extispicios buscaban la volun- 
tad de los dioses en las entrañas de los inmolados, 
ni tampoco mucho después. Entonces se trataba a los 
infelices como a bestias de carga, sin reconocerles 
derecho alguno. Este lenguaje sólo pudo subir a los 
labios cuando la conciencia redujo la ignorancia en 
que estuvo sumida la humanidad, puesto que, por 
más que a la sazón se tratara de satisfacer, como 
ahora, de la mejor manera posible, las necesidades 
orgánicas, no podía acudirse a tales arbitrios, por 
falta de conocimiento En otros tiempos, los recursos 
actuales de convivencia, con ser mucho más equita- 
tivos e inteligentes, habrían parecido pueriles y hasta 
traidores, sin que por ello debamos pensar siquiera 
que los hombres de antes fueran menos "buenos", 
sino tan sólo que eran menos conscientes; y lo pro- 
pio podría decirse de los 'salvajes no metálicos" a 
que se refiere Lubbock, 1 y también del troglodita, 
del antropoide y del prosimio, como de cualquier 
ejemplar viviente. 

La razón humana ha tenido que demoler con te- 
nacidad benedictina toda esa base de errores y pre- 
juicios, que constituyen la característica más típica 
de la tradición, para que pudiera aspirarse a edificar 
la igualdad social, no como un sueño generoso, sino 
como un arbitrio sesudo; no como obra piadosa, 
sino como recurso científico, vale decir, como el me- 
jor medio de procurar la paz social, en la que todos 
tienen que resultar favorecidos, hasta los propios que 



1 J Lubbock: L'homme prébistorique, t II, pág 106, v. fr, 



r 177 j 



PfcDRO FIGARI 



se suponen perjudicados. Como que en lo fundamen- 
tal la conducta no se rige por razones de sentimien- 
to, sino por egoísmo instintivo, en toda la escala or- 
gánica, porque si bien unos lo proclaman, y otros 
no, ese egoísmo todos lo practican, necesariamente, 
sólo ha podido evolucionarse hacia las nuevas for- 
mas sociales a base de mayor conciencia, de mayor 
conocimiento- Si los poderosos ceden algo, no es, 
pues, porque hayan cambiado radicalmente su es- 
tructura íntima, sino porque han comprendido que 
era mejor modificar sus formas usuales de acción; 
y tan cierto es esto, que hoy mismo podrían resurgir 
tanto la esclavitud como las demás formas opresivas, 
apenas el ambiente lo permitiera. Para ver cuán 
insaciable es el afán de darse a sí mismo el mayor 
número de satisfacciones posibles, no es preciso 
ahondar mucho: basta considerar cómo se regatean, 
una por una, las "concesiones" que arranca el pro- 
letario al poderoso. No hay que dudar de que todo 
lo que se va otorgando responde a una presión 
"consciente", que incita a conceder aquello que es 
preciso para alcanzar una mayor suma de beneficios, 
en cantidad o calidad, cuando no sea para evitar con- 
secuencias lamentables. Resulta así, claramente, que 
la evolución, toda ella, es obra de conciencia, de co- 
nocimiento. 

Los soñadores, que, por lo demás, obran como los 
que no lo son, en lo que les atañe, se encuentran 
molestados por las afirmaciones de carácter positivo, 
que desbaratan sus abstracciones y espejismos mirí- 
ficos, los cuales hasta les permiten aspirar a un buen 
sitial de ultratumba, — no sin que por eso dejen de 
participar aquí cuanto pueden de los beneficios te- 
rrenales, y también de los científicos — , encuentran 



[178] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



acres, cuando no punzantes, los razonamientos posi- 
tivistas, y se exasperan al escucharlos, porque omiten 
magnificar incondicionalmente valores tan conven- 
cionales como son los de la leyenda tradicional. Otros 
espíritus, más reflexivos, pero también cultores de 
la tradición sentimental, ante la imposibilidad de co- 
nocerlo todo ' "científicamente", consideran el espíritu 
religioso como un elemento complementario, reque- 
rido por la propia naturaleza humana. 1 

Es cierto que, según la estructura humana, se 
siente la necesidad de considerar lo desconocido den- 
tro de lo conocido; pero no lo es menos que ya la 
hipótesis científica permite darle a la realidad un 
sentido racional, dentro de las documentaciones 
obtenidas, sin apelar a los antecedentes de sobrena- 
turalidad, que afirma la tradición; y si es preciso 
respetar la tendencia sentimental a explicarse lo 
desconocido por medio de las viejas leyendas, algu- 
nas tan inverosímiles y aun contraditorías, como 
son, con el resultado de la investigación científica, 
ése sí convincente, no es menos digna de respeto la 
tendencia moderna a atribuir lo fenómenos naturales 
a causas naturales En tanto que el esfuerzo cientí- 
fico buscaba soluciones en el campo especulativo, 
dejando de lado el examen concienzudo de la na- 
turaleza, debió sentirse una necesidad mucho más 
acentuada de acatar la tradición para explicar lo 
ignoto, que aterrorizaba; pero al extenderse los do- 
minios de la ciencia, y al divulgarse los resultados, 



i De lo que hemos podido leer, al respecto, nada nos 
pareció mejor argumentado e interesante que el libro de E 
Boutioux. Science et Rehgion dam la philosopbte contempo- 
rame. E Flammanon, 1908 



[179] 



PEDRO FIGARI 



nos es dado ya buscar una explicación racional a la 
realidad, aun a los menos preparados, y a la propia 
vida y a la muerte, que antes aparecían como ene- 
migos irreconciliables, y explicárnoslo como puros 
fenómenos naturales; y es así que evoluciona aque- 
lla exigencia instintiva, paralelamente con la apari- 
ción de nuevos elementos de juicio, que surgen con 
sorprendente progresividad en el plano positivo. Hoy 
día se siente el vivo deseo de conocer "la verdad" 1 
tal como es, ya que no puede suponérsela, funda- 
damente, ni terrible, ni decepcionante, porque a 
fuerza de ser provechosa la investigación científica, 
no tememos que pueda sernos adverso su resultado» 
Ya no asusta esa realidad, tan vilipendiada antaño, 
y, a medida que la vamos conociendo, resulta cada 
vez más interesante y estimable, por más que, en 
razón de los viejos relatos, parezca que nos desmonta 
y que nos priva de bienes, cuando nos los brinda 
efectivos, siempre mayores y mejores que los quimé- 
ricos que apenas se entreveían al través de tizones 
y suplicios, como eran los ofrecidos por la leyenda 
sentimental 

Emerson, al hacer la apología de la ra*ón, refi- 
riéndose a las sugestiones de la "santidad" de las tra- 
diciones, decía: "Ninguna ley puede ser sagrada 
para mí, si no es la de mi ser**; 2 y esto es, precisa- 
mente, lo que informa el espíritu científico, ascen- 
dente en nuestros días, ese espíritu que eleva a la 
individualidad humana de tal modo que es ya po- 



1 Dice H Poincaré* "La recherche de la vénte doit 
étre le but de notre actmté, c>st la seule fin qui soit digne 
J'elle", — La valeur de la science, pág 1. 

2 K U Emerson Siete ensayos, t I, pág 25, v c. 



[180] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



sxble pensar y obrar de acuerdo con la conciencia 
propia, y aun cambiar de opinión, sin incurrir en 
castigo. Por esa vía es que se van rectificando las 
viejas ideas y los viejos arbitrios, y se diseminan los 
bienes naturales entre todos los hombres, en su ma- 
yoría paralizados antes por su misma ignorancia, 
que se la reputaba una ventaja muy estimable por 
los amos y opresores. 

Lo verdaderamente original es que, habiéndose 
operado por los hombres de ciencia esta conquista, 
— la máxima conquista humana, sin duda alguna — , 
los soñadores sentimentales, que se suponen de una 
cepa superior, acaso por lo mismo que al soñar 
en plena vigilia, concluyen por preferir "lo que 
no es ' a "lo que es", si bien no han hecho nada 
que a esto se parezca, denuestan, así mismo, a los 
perseverantes investigadores, y los tratan a veces 
peor que a saltimbanquis, e injurian también a la 
propia naturaleza, tan magnánima como es, porque 
no se ajusta a sus devaneos. Resultan, de este mo- 
do, no tan sólo anacrónicas, sino extravagantes, 
hasta donde es dado serlo, esas declamaciones, de 
una esterilidad tan palmaria como desesperante. Es 
preciso que se constate un hecho que, si bien es claro, 
no deja de ser desconocido a cada instante, y es que 
los evocadores todavía no han aportado un solo con- 
curso positivo a la obra del progreso humano, fuera 
del deleite que puedan encontrar los refinados al in- 
teresarse en sus lucubraciones. Si por ellos fuera, an- 
daríamos aún a pie, y, cuando más, a caballo, o en 
camello, o en piragua, hasta para hacer las más le- 
janas y penosas expediciones. Para los contempla- 
tivos, parecería que la máxima aspiración es perma- 
necer encandilados en el mismo orden de ideas 



[181] 



PEDRO FIGARI 



tradicional, sin avanzar nada más que en la forma 
de interpretarlo y de declamarlo; su esfuerzo subje- 
tivo querría realizar proezas imposibles, en tanto que 
los despreciados y aborrecidos "cuartos" y "medios" 
de inteligencia, aplicados al culto de "un materia- 
lismo imbécil", 1 son los que van construyendo 
todas nuestras conquistas positivas, a la vez que di- 
sipan el misterio, ese propio misterio que hace ex- 
tender los brazos en actitud angustiosa, hasta en los 
propios momentos en que se debiera disfrutar de los 
bienes opimos de la vida, y que, al fin, ni los disfru- 
tan los mismos favorecidos, porque están atribulados 
por el inveterado horror a la disolución individual, 
por el horror a lo desconocido, que data de aquellos 
mismos tiempos tan aclamados, tan envidiados y 
enaltecidos por los cultores de la evocación senti- 
mental. 

Esa fe piadosa que se la supone tan promisora y 
consolante, a pesar de las visiones terribles que la 
minan, es la misma que hace caer de rodillas y le- 
vantar los brazos hacia el éter indiferente, y orar, con 



l Dice Pierre Loa: "De nos jours, il y a bien, c'est 
vrai, cette he des demMntelligences, des quarts d'instruction, 
que lactuel légime social fait remonter a la surface et qui 
au nom de la science, se rué sans comprendre vers le matéru- 
lisme le plus jmbécile, mais, dans i'évolution continué, le 
régne de si pauvres étres ne marqueta qu'un négligeable 
épisode de marche en amere. La Pitié suptéme vers laque) le 
se tendenr nos mains de desesperes, il faut qu'elle existe, 
quelque nom qu on luí dontie, ¡1 faut qu'elle soit la, capable 
d'entendre, au moment des séparations de la mort, notre 
clameur d'mfinie détresse, sans quoi la Création, á laquelle 
on ne peut raisonnablement plus accotdet Tinconscience com- 
me excuse, deviendrait une cruanté par trop ¡nadmissíble á 
forcé d'étte odieu^e et á forcé d'étre lache". — "Un pélerin 
d'Angkor". UlltatraUon, 6 de enero de 1912. 



[182] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



una infecundidad que semeja la de los témpanos; 
esa fe sentimental que se proclama como una pana- 
cea, es la inmutabilidad, es el culto de una afirma- 
ción acatada definitivamente; como el espíritu cien- 
tífico, que incita a la investigación, a la comproba- 
ción, a la lucha, es la perfectibilidad progresiva, la 
evolución, la civilización. Mientras que los reprobos 
materialistas herborizan y llenan sus bocales de pre- 
ciosos ejemplares de la fauna ínfima, para observar- 
los minuciosamente, en su anhelo de encontrar nue- 
vas verdades y enseñanzas, los soñadores declaman 
y hasta para declamar mejor, se valen de lo que ha 
obtenido la investigación por un esfuerzo franca- 
mente racional, "materialista"; mientras que los es- 
tudiosos positivistas acuden al telescopio y al mi- 
croscopio para ver mejor, los "pietistas" entornan 
los ojos para extasiarse con ]a evocación del pasado; 
mientras que el espíritu científico, en su atenta ob- 
servación de la naturaleza, va concretando nuevos 
antecedentes y nuevos elementos de juicio, el espíri- 
tu sentimental, regresivo por temperamento, no ha 
agregado una sola verdad a las afirmaciones tradi- 
cionales más añejas. Por esto es que el espíritu cíen- 
tífico se va robusteciendo en una vía de esfuerzos, 
de progresos, de lucha, de avances, en tanto que la 
fe declina anémica hacia el ocaso. 

La convicción científica; de índole positiva, como 
que se afirma sobre hechos comprobados y tangibles, 
resulta de una fecundidad incomparable. Los resul- 
tados de cada conquista van actuando, como causa 
de nuevos progresos cognoscitivos, en la obra inter- 
minable y perfectible de la evolución humana, y así 
es que en este proceso "constructivo" no sólo se ad- 
vierte complejidad en los efectos, sino también efi- 



[183] 



PEDRO FIGARI 



ciencia causal en los mismos Sobre ellos estriban y 
se afirman sólidamente tanto la acción cuanto la 
investigación, y de -este modo es que la constructi- 
vidad del espíritu científico es tan evidente cuanto 
la pasividad cristalizada del espíritu contemplativo. 
En el breve tiempo transcurrido desde que se descu- 
brió la causa de las infecciones, por ejemplo, el re- 
sultado de este descubrimiento admirable se ha cons- 
tituido en "causa ' de nuevos progresos en la anti- 
sepsia, la asepsia, la sueroterapia, la cirugía, etc.; y 
la higiene hasta ha transformado ya algunas institu- 
ciones sociales. De este modo es que se van escalo- 
nando los progresos humanos. 

Si recordamos no más el justificado pánico que 
causaban, no ha mucho todavía, ciertas enfermeda- 
des contagiosas, y la serenidad con que ahora se las 
mira, confiados en la eficacia de los nuevos recursos 
preventivos y represivos, no puede dejar de verse que 
estos concursos, genuinamente materialistas, han he- 
cho más, en favor de la humanidad, que todos los 
declamadores en la senda tan preconizada de los sen- 
timentalismos Y no hablemos de que éstas son co- 
sas de escasa monta para los que se preocupan más 
de la otra vida que de ésta, porque unos y otros, to- 
dos aprovechan de tales arbitrios, aquí mismo, y a 
los que no lo hacen, por ignorancia u otra causa 
cualquiera, se les reputa dignos de nuestra más triste 
conmiseración; y así como nos hemos referido a un 
descubrimiento realizado en el campo positivista de 
la bacteriología, pudimos referirnos a los innumera- 
bles progresos realizados en la física, en la química 
y en cualquier otro dominio del execrado materia- 
lismo. Una ciudad moderna parecería una maravi- 
lla, lo mismo a los asiríos que a los egipcios, a los 



[184] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



griegos que a los romanos, excepto en lo que atañe 
al culto de los soñadores, con los cuales se hallarían 
ya familiarizados como viejos camaradas. 

Es debido a esta serie de esfuerzos positivistas que 
se va haciendo de modo que los últimos, antes de 
llegar a ser los primeros en la "otra" vida, vayan 
siendo algo ya en ésta. La ciencia materialista, con 
un criterio más práctico, va ordenando la evolución 
humana, por un proceso de rectificaciones, y al de- 
volvernos a la realidad menospreciada, va deparan- 
do bienes que cada cual disfruta a su manera, en el 
afán de gozar del inmenso y cierto beneficio de la 
vida, y lo hace todavía, y cada vez más, con. la ínti- 
ma segundad de que tal ordenamiento no pudo, ni 
puede razonablemente ser reprobado por los dioses. 
En tanto que los fideístas se esmeran en ajustar sus 
cuentas con el cielo, por medio de ceremonias, los 
materialistas ajustan sus cuentas entre todos los hom- 
bres, en plena naturaleza, proveyendo de conocimien- 
tos a los ignorantes, a fin de que puedan realizar 
su legítima aspiración de coparricipar en los inte- 
reses terrenos, los cuales, por lo pronto, son los que 
más apremian. Merced a ese esfuerzo, entretanto 
que los soñadores, más o menos religiosos, mantie- 
nen petrificada en su cerebro la aspiración ancestral, 
los positivistas, más prácticos, van avanzando y aten- 
diendo a las exigencias de una evolución tan com- 
pleja como es la evolución natural r y facilitan los 
recursos que son precisos para que las agrupaciones 
humanas se constituyan sobre una base racional, las 
que, por sus antiguos arbitrios, a veces, ruborizarían 
al propio insecto, al ver cómo ha quedado rezagada 
una gran mayoría de unidades congéneres, en medio 
de un boato megalomaníaco que ostentan los diri- 



1185] 



PEDRO FIGARI 



gentes, y más que nadie, por cierto, los propios so- 
ñadores prendados aún de las leyendas sentimentales, 
paradisíacas, por un lado, y tan indiferentes, cuando 
no crueles, por el otro. No es tan pequeño ni tan 
raquítico, pues, como se piensa, el ideal materialista, 
el que, felizmente, secundan en buena parte también 
los creyentes, no sin dejar al efecto de lado la fe, 
en tal caso, para empuñar el instrumento fecundo 
de los ateos: la razón. 

Por el momento, la meta científica nos lleva a ga- 
rantir, por el conocimiento, la salud, la libertad, la 
dignidad humana; y esto mismo no se plantea sobre 
razones de sentimiento, sino sobre razones de convic- 
ción. Al concretar hechos, verdades naturales, va ali- 
mentando y despejando la conciencia, haciendo así 
posible convivir dentro de reglas sociales cada día 
superiores. En su empeñoso esfuerzo de edificación 
cognoscitiva, va acumulando antecedentes que se uti- 
lizan de múltiples maneras, diversas, y todas por 
igual provechosas, puesto que reposan en verdades 
positivas, es decir, reales. A la vez que se van prepa- 
rando nuevos elementos de juicio para fundamentar 
síntesis quizá inesperadas, — y no por eso menos 
optimistas, como tienen que ser las conclusiones po- 
sitivas, dado que la realidad de que formamos parte 
no puede sernos desfavorable — , va diseminando a 
todos vientos sus conquistas, y prepara de este modo, 
sobre un terreno firme, la base de la igualdad so- 
cial; mejor dicho, de la igualdad racional, que no 
es, ni puede ser, el reparto incondicional de los bie- 
nes adquiridos, sino la aptitud para codirigir el or- 
ganismo social en provecho de todos los elementos 
útiles a la agrupación; pero esto solo, que acaso no 
seduzca a los ilusos que creen que un día podrán 



[186] 



ARTE. ESTÉTICA, IDEAL 



ser poderosos, para oprimir, a su vez, a los viejos 
opresores, es ya una conquista invalorable y fecun- 
dísima en bienes, y, por lo demás, no es una ideali- 
dad inasequible, sino una esperanza en vías de rea- 
lización. 

Ningún bien se estima menos que el ya alcanzado; 
pero si nos tietuviéramos a examinar la importancia 
de los beneficios debidos al conocimiento, y a com- 
pararlos con la infecundidad de la ignorancia tene- 
brosa de otros tiempos, nos asombraría el resultado 
de tal compulsa. La doble ilusión que nos induce a 
envidiar todavía a los antiguos, con la misma falta 
de lógica con que compadecemos a los metántropos, 
no nos permite ver con claridad la obra realizada 
por el esfuerzo cognoscitivo, que ha ido labrando el 
férreo prejuicio que mantenía en dos planos bien 
definidos a todos los hombres: el amo y el esclavo, 
que no eran otra cosa, por más que se les llamara 
de otro modo No obstante, ese esfuerzo tesonero 
de conciencia ha reducido de tal suerte el desnivel 
en que se hallaban ubicados respectivamente los 
hombres, que ya es posible hablar de igualdad, por 
lo menos y hasta de igualdad terrenal, sin que por 
esto se apliquen las viejas disciplinas aterrorizantes. 

Nada habrían podido las prédicas igualitarias, por 
otra parte, si las masas populares no hubieran co- 
menzado a informar su conciencia dentro de un 
orden de ideas positivo, porque el derecho a la igual- 
dad es fruto de conocimiento; es un bien a conquis- 
tarse por <esa senda. ¿Se podría pensar juiciosamente 
en una asociación igualitaria, fecunda, donde los 
componentes fueran incapaces de ajustar su acción 
a la equidad, que es el imperio del derecho de todos 
en beneficio de todos ? El que no está habilitado para 



[187] 



PEDRO FIGARI 



regir, no debe ni puede regir en una comunidad so- 
cial igualitaria, esto es, donde cada cual debe ejercer 
el gobierno de sí mismo de tal manera que no pue- 
da lesionar el derecho de los demás. Y ¿sería sen- 
sato esperar que los poderosos se aprestasen a ceder 
más de lo que se les tome, si ha de tocarles, a su 
turno, el papel de oprimidos? Pensar en esto es de- 
jarse ilusionar con una cabal utopía, infecunda, por 
lo demás, puesto que sólo se habrían trocado los 
papeles, y se sentirían de inmediato consecuencias 
deplorables. Desde luego, ningún hombre conscien- 
te está dispuesto a sacrificarse de un modo incondi- 
cional; y si esto ocurriese, los que se sintieran opri- 
midos, sean quienes fuesen, a ser conscientes, irían, 
a su vez, a la huelga y al "sabotage". 

La conquista de la igualdad, como la de 4a liber- 
tad, exige, como única arma eficaz y esencial, cono- 
cimiento. No basta ser aspirante a la igualdad, pues: 
es preciso ser aptos para practicarla, y esa aptitud es 
la noción de los deberes sociales llevada al punto 
de que cada uno de los asociados sepa gobernarse 
dentro de su derecho estricto, sin necesidad de coac- 
ción: por obra de conciencia. No hablamos de la 
igualdad de los soñadores, que se viene proclaman- 
do desde hace muchos siglos infructuosamente, sino 
de una igualdad realizable. La aspiración es ya una 
gran palanca; empero, tiene que encontrar su punto 
de apoyo para que pueda operar en la realidad, y 
ese único punto de apoyo está en el conocimiento. 
Sería demasiado cómodo esperar que se realice, con 
sólo querer, una aspiración que, para gestarse no 
más, en una vía positiva, ha demandado el esfuerzo 
de los siglos. 



[188] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



Los aspirantes a la igualdad tienen abierta la bre- 
cha conquistadora sólo les resta hacerse capaces de 
practicar un gobierno igualitario, y eso es poner de 
manifiesto la preparación requerida para compartir 
la dirección social, todo lo demás, los actos de fuer- 
za, la violencia, la virulencia, lejos de acercarnos a 
ese desiderátum, nos aleja de él. 

El conocimiento, antes confinado entre unos po- 
cos, y que hoy se va diseminando por el organismo 
social de mil maneras, es el que va preparándonos 
para convivir dentro de pautas cada día más iguali- 
tarias, evolutivamente, por más que los impacientes 
crean que es la violencia la que ha determinado los 
pasos que ya se han dado en ese camino, o bien que 
los ha apresurado, con igual falta de fundamento 
con que pudieran pensar los soñadores que esos 
pasos se deben a la acción de aquella aspiración sen- 
timental, platónica, que también cultivaron genero- 
samente por el ensueño. El mismo factor económico 
no es decisivo, a nuestro modo de ver, en esta obra 
de conciencia, de conocimiento más que de otra cosa 
alguna. 

Tal como se plantea por algunos el movimiento 
igualitario, parecería que significa una catástrofe 
para las clases acomodadas, y esto es precisamente 
lo que determina su espanto; pero si se atiende a 
que por más que se agiten los aspirantes y por más 
que resistan los capitalistas, fuera de las vicisitudes 
de la lucha no podrá prosperar ni perdurar, en la 
realidad, ninguna solución que no sea razonable, ni 
podrá sustentarse definitivamente, porque la pauta 
que debe regir y rige en la evolución es la de la 
ecuanimidad; si se atiende a que la igualdad requie- 



[189] 



PEDRO FIGARI 



re que los rezagados se eleven y no que los acomo- 
dados desciendan, se verá que, en la faz práctica, la 
evolución social, como toda otra evolución, en 
definitiva, es, fundamentalmente, obra de conoci- 
miento. La multitud de intereses comprometidos en 
la lucha evolutiva, hace que cada problema deba re- 
solverse de acuerdo con la equidad, y esto exige una 
sene de actos congruentes, escalonados, sucesivos, 
progresivos, con arreglo a un plan que, para ma- 
nifestarse eficaz, debe ser necesariamente reflexivo, 
deliberado de tal modo, que pueda imponerse a la 
conciencia social como juicioso No hay más que mi- 
rar lo que ocurre apenas se ofrece un conflicto, pa- 
ra ver que todos se aplican a examinar su equidad, y 
que a ésta se la aprecia por las proyecciones conse- 
cutivas de cada solución, y no por el empuje de la 
demanda; y es así que, por más que los impacientes 
y los violentos esperan de un instante a otro que sur- 
ja la realización de sus sueños teóricos, como los 
reaccionarios confían en que los viejos tiempos han 
de resurgir por encanto, los más sesudos van encami- 
nando la acción derecha y firmemente hacia ese 
mismo ideal, con un sentido más práctico, y van 
preparando esa conquista dentro del plano efectivo 
de la realidad. 

No nos cansaremos, por nuestra parte, de conde- 
nar ese espíritu iluso que transmite la tradición sen- 
timental, tan infecundo; ese apego a lo prodigioso 
que ha desviado por tanto tiempo a la humanidad de 
su vía más segura y auspiciosa: la razón, que es el 
culto de la verdad, de la realidad, de la vida. Toda- 
vía los propios intelectuales divagan por demás, en 
vez de concretar, en vez de buscar dentro de la rea- 



[190] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



Iidad lo mejor, aprovechable, para aprovecharlo y 
hacerlo aprovechar; todavía se detienen a indagar y 
a discutir, tan interminable como estérilmente, acer- 
ca de "la nacionalidad" a que pertenece el que des- 
cubrió algo: una riqueza, una idea, un recurso, un 
nuevo elemento de juicio, no para mejor encaminar 
su gratitud, sino para vanagloriarse; como los niños 
se detienen a disputar sobre quién vio primero el 
árbol cuyos frutos deliciosos destilan miel entre sus 
manos, en vez de darse a saborearlos; y es así que se 
gasta tanta energía sin provecho. Si no fuera porque 
los positivistas y materialistas se aplican a investi- 
gar y a divulgar, ni serían aún "cuestiones" de ac- 
tualidad las mismas que nos interesan, las que los 
impacientes quisieran resolver de una sola plumada 
a su favor, apenas se ha abierto la conciencia popu- 
lar a los destellos de la convicción científica, sin de- 
tenerse nunca a considerar las ventajas ya alcanza- 
das. Lo que se ha conseguido, sin embargo, es mucho 
más importante de lo que se supone. Si se parango- 
nan las situaciones respectivas entre los amos y los 
siervos, se verá que se han conquistado ya posicio- 
nes estimables, por más que no sean las apetecidas, 
que no son, ni pueden, ni podrán serlo jamás, para 
nadie. Antes, el pueblo era un gran rebaño dirigido 
al capricho de unos pocos lobos-pastores, mientras 
que ahora ese pueblo, al informarse de la fuerza de 
toda organización colectiva, por "acto de conoci- 
miento", hace sentir progresivamente la conciencia 
de su derecho, y, al hacerlo, se eleva y se encamina 
a la igualdad. 

Desde luego, se comprende que los ignorantes no 
están habilitados para dirigir. ¿Como podrían, pues, 



! 



PEDRO FIGARI 



expedientes retorcidos, por hábiles que ellos sean, 
todos los coasociados solidarios, celosos del bien 
común como del propio, desempeñarán esa función 
delicada de policía social; peto para llegar a esto, 
que es, al fin, ideal realizable, será menester que 
la conciencia se afirme y que se la forje en el yun- 
que de la rectitud, que es conocimiento; en el amor 
de la realidad, de la verdad, de la vida. 



[194] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



V 

LA VIDA 

La mariposa que revolotea vacilante, como un re- 
corte de papel; la rana que croa dentro de un pozo, 
y el pez que zigzaguea en el agua; el reptil que se 
arrastra; el ave que hiende el aire como una saeta, 
o que permanece inmóvil, como una estatua, al 
borde de un charco; la tórtola que arrulla, la oveja 
que bala, el toro que muge plañidero como la oveja 
y la tórtola; el tigre, receloso, que acecha poniendo 
en tensión todos sus sentidos, el león, seguro de sí 
mismo; el paquidermo somnoliento; el gato y el 
falderillo mimosos, que sienten correr por su lomo 
la tibia caricia de una mano femenina, con inefable 
voluptuosidad, y la joven regalona, y el operario obs- 
curo que vive en las entrañas de la tierra, y el aero- 
nauta, ávido de altura y de luz, todos procuran por 
igual mantener su individualidad, y no la cambian. 
Si pudiéramos comunicamos con el más mísero es- 
carabajo, nos sorprendería ver cuán satisfecho está 
de sí mismo; y si le preguntáramos si quiere trocar- 
se en un Adonis, quizá se sublevara tanto como un 
papú al que le propusiéramos convertirlo en esca- 
rabajo. Ni el propio gusano, que serpentea tan pe- 



[195] 



PEDRO FIGARI 



nosamente, y que avanza con lentitud desesperante, 
por más inteligente y sesudo que lo supongamos, 
querría cambiar su estructura orgánica. Todos, al 
contrario, identificados con su propio ser, ansiosos 
de vivir, aman de un modo entrañable "su forma 
vital", y defienden su caparazón. Se diría que saben 
intuitivamente que, fuera de ella, hay una negación: 
la nada, la muerte. Todos denotan, pues, una insa- 
ciable ambición de mantenerla, y para ello llegan, 
a veces, a la propia reproducción mortífera. Acaso 
sea el hombre, esto es, el organismo más complejo 
y, por lo mismo, el que tiene un puesto mejor en 
la naturaleza, el único ser que, desviado por sus abs- 
trusas filosofías, ha llegado hasta a la descomunal 
locura de menospreciar la vida. 

En toda la naturaleza se advierte el mismo pro- 
pósito vital individual; todos los seres aspiran a 
conservar su propia entidad y a propagarse, y los 
mismos que esperan otra vida inmortal, la desde- 
ñarían, si, para obtenerla, fuera menester cambiar 
su unidad estructural, personal. Nadie se consolaría 
con ser, "otro", quienquiera que sea. En los dominios 
inmensos de la realidad, en el infinito torrente de 
aspiraciones vitales, todo es individualidad que quie- 
re perpetuarse como tal: el hombre, el ave, el pez, 
el reptil, el insecto. ¿Qué es la vida, entonces, si 
no es individualidad? 

En el propio silencio, en la aparente quietud del 
pleno campo, si observamos con alguna atención, 
sentimos que todo vibra en derredor nuestro; y 
si miramos con algún detenimiento, vamos perci- 
biendo, poco a poco, seres cada vez más minúsculos, 
que se agitan por vivir. Esa trepidación, ese zumbar 
producido por levísimos movimientos ínfimos, son, 



1196] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



seguramente, como los demás, manifestaciones de 
vitalidad tan individual como las que percibimos 
en los dominios más accesibles a nuestra mirada. 
Todos quieren vivir dentro de su propia complexión, 
sea la que fuere, y bregan a favor de sí mismos y 
de su prole, que es la prolongación de sí mismos. 
La mosca devora las materias orgánicas para sus- 
tentar a sus larvas, con igual espontaneidad con que 
el faisán se alimenta con la. mosca, y con que el 
hombre se alimenta con las aves, y ese culto in- 
condicional a la propia estructura se manifiesta de 
tantas maneras cuantas sean las formas de la indivi- 
dualidad vital. En el hombre, como en los demás 
organismos, el instinto que incita a perpetuarse siem- 
pre se denuncia de algún modo, aun a despecho de 
todos los votos y convenciones más deliberados; y en 
los centros donde está ausente el fecundo sentimien- 
to de la filogenitura, en los que más se lamenta la 
despoblación, como consecuencia natural de ese des- 
vío, se advierte este factor esencial incontenible e 
incontenido, a través del propio culto del simulacro 
fecundador que se practica hasta por los calculadores 
más recalcitrantes y extraviados, como si fuera un 
drenaje del instinto formidable, de igual modo que 
se advierte alrededor de una mesa, bajo otro aspecto, 
el instinto vital, también, por dentro de todo régi- 
men" y de todos los artificios urbanos y de todas las 
afectaciones románticas. Dondequiera que sea, se 
puede observar el prurito natural de conservarse, de 
reproducirse, de perpetuarse, no como cumplimiento 
de una ley común de la naturaleza, sino como una 
exigencia íntima de cada organización individual. 

Si pudiera penetrarse en los reinos ínfimos, en 
donde una gota de agua puede ser lo que para nos- 



[197] 



PEDRO FIGARI 



otros es una entidad astronómica, veríamos lo mis- 
mo, seguramente. Todo "existe" en la naturaleza. 
Si toda la substancia presupone forma y energía, 
toda la substancia "vive", todo es energía puesta al 
servicio de la sensación; todo es individualidad que, 
de una u otra manera, tiende a conservar su estruc- 
tura, y todavía en las formas francamente orgánicas, 
antes de ceder a la presión de los agentes exteriores, 
los que, a su vez, bregan con idéntico propósito, ve- 
mos que ellas tienden a fecundar, para mantener su 
individualidad, su obra. A no ser por esa acción 
constante de la substancia, todo sería inmutable, en 
vez de ser todo mudanza, transformación perpetua, 
como es. 

SÍ toda la substancia y toda la energía son ele- 
mentos inmutables e indestructibles, en cuanto a su 
esencia, la vida en una simple modalidad formal, 
puramente, puesto que por más que se modifiquen 
dichos elementos, no pueden perecer, smo transfor- 
marse dentro de la indestructibilidad de la substan- 
cia, que permanece inalterable, perennemente. Fue- 
ra de la forma, que es también inseparable de la 
substancia, como la energía, lo demás se mantiene 
perpetuamente: "vive" en la naturaleza. No hay ni 
puede haber substancia "muerta" en la realidad, sino 
sólo individualidad que se disuelve y cesa de actuar 
"como individualidad", y sus despojos siguen "vi- 
viendo", fuera de ella, en el cosmos, eterna e indefec- 
tiblemente. Son las modalidades de la substancia, 
pues, las que cambian, mas no la substancia en sí, 
la cual permanece en todo lo demás inmutable, in- 
conmovible. La vida es, así, la forma, la estructura 
individual; y la lucha por la vida es la lucha por 
la entidad individual que se traba de un modo per- 



[198] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



petuo. inextinguible, entre las infinitas variedades 
morfológicas de la substancia integral. 

Todo en la naturaleza tiende a mantener "su for- 
ma aun fuera de los dominios francamente bioló- 
gicos, lo mismo el hombre que el árbol y el peñasco» 
Cuando el leñador abate al roble y lo fracciona, 
cada 1x020 del mismo, sea cual fuere la manera en 
que se le corte y se le esculpa, conservará su forma, 
de igual modo que lo hacía el roble secular que lo 
plasmó, y hasta que los elementos exteriores al mis- 
mo, es decir, a su individualidad plástica, no lo 
hayan transmutado, mantendrá su última estructura 
formal indefinidamente inmutable; y lo propio ha 
de ocurrir con cada partícula de la substancia, con 
cada molécula, con cada átomo. Lo que puede de- 
cirse, es que hay formas individuales más activas y 
menos activas en su empeño de conservar su estruc- 
tura, de adaptarla, de mejorarla; mas no que hay 
substancia muerta, solo porque no manifiesta iguales 
pujos de actividad en el empleo de su propia energía 
vital, puesto que no se concibe en la realidad la 
"existencia" de substancia muerta, Vale decir, no 
existente. Esto es un contrasentido. Si puede consi- 
derarse que hay formas individuales más organiza- 
das y más activas unas que otras, no puede admitir- 
se la existencia de lo inexistente; si puede conside- 
rarse que la substancia está dividida en "viva" y 
"viral", por ejemplo, no puede lógicamente admi- 
tirse que hay substancia vital y substancia muerta, 
puesto que la muerte implicaría una negación de 
la substancia, y esta, en realidad, es, es toda afirma- 
ción, es vida, siempre, perpetuamente; y cuando no 
actúa en una forma, actúa en otra, indefinidamente. 

Acostumbrados al antiguo concepto vital, que 



[199] 



PEDRO FIGAki 



atribuye a ciertos fenómenos de la naturaleza una 
entidad esencialmente distinta de los demás, se ha 
buscado un elemento excepcional, un agente par- 
ticular, un "principio vital", para explicar la analo- 
gía de los fenómenos que se desarrollan en lo que 
se reputa reino "biológico", en oposición a la subs- 
tancia que se supone muerta, la cual, a medida que 
¿e la observa, manifiesta cada vez más atributos de 
movimiento, esto es, de vitalidad. Así es que ese 
"agente' * vital que se buscaba, se ha ido desvane- 
ciendo, como elemento generador de las organiza- 
ciones biológicas, y, por otro lado, se ha ido perfi- 
lando la identidad del supuesto "principio vital" en 
toda la substancia. El propio movimiento browniano 
debe suponérsele de carácter vital más bien que pu- 
ramente cinético, que no tendría explicación dentro 
de la tesis de que la muerte puede existir, y aun 
manifestarse en movimiento. 

La substancia está necesariamente acompañada de 
vitalidad por el solo hecho de ser, y la vida debe 
considerarse, pues, como "una forma" de la substan- 
cia - energía. Para descubrir la esencia de la vida ha- 
bría que descubrir la esencia de la substancia, que 
la contiene indefectiblemente; porque estos tres ele- 
mentos: substancia, energía y forma, son insepara- 
bles, son la vida, o, dicho de otro modo, lo que es. 
La forma, entonces, es la manera de manifestarse la 
substancia - energía, es decir, la vida, lo existente, la 
forma es, por lo menos, lo que acusa la vida en 
cada modalidad vital. 

Los que se han ocupado de estudiar "la vida", 
han estudiado más bien la manera en que ella se 
manifiesta en la escala biológica, de organización 
típicamente fisiológica, como Bichar., que la consi- 



[200] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



dera "el conjunto de funciones que resisten a la 
muerte", como Bernard, que la compara a una com- 
bustión, 1 como Ostwald, que la considera un siste- 
ma estacionario que recibe energía del extenor y la 
despide, J etc. Se ha buscado así la naturaleza del 
proceso biológico más bien que la naturaleza esencial 
de la vida misma; y, por lo demás, cuando se ha 
querido fijar el supuesto "principio" vital, o bien 
ubicar el supuesto 1 nudo*' vital, se ha encontrado 
substancia, energía, forma, y nada más. 

Dada la manera corriente de ratonar, nada de- 
biera llamamos tanto la atención como el hecho de 
que no hayamos podido formar una idea, ni aproxi- 
mada, acerca de la vida, esto es, de lo mismo que 
nos hace pensar, sentir, obrar, en todo instante. A la 
vez que se han penetrado misterios que parecen ser 
fundamentales, lo que se refiere a la vida, en sí 
misma, está como el primer día, en una obscuridad 
impenetrable, que desespera al investigador; y quizá 
esto se deba a que nuestra lógica se descarrió en los 
primeros pasos de la vía especulativa, lo cual nos 
mantiene todavía enredados. De esta suerte es que, 
si bien conocemos las leyes por las que se rigen los 
movimientos de los astros en nuestro sistema plane- 
tario, aun cuando ellos se mueven de distinta ma- 
nera de como se manifiestan a nuestra mirada, no 
sabemos qué elementos nos mueven a nosotros mis- 
mos, por más que estamos en posesión de nuestros 



1 Claudio Bernard dice: "La vida es, en el fondo, 
imagen de una combustión, v la combustión es una sene de 
fenómenos químicos, a los cuales se unen de un modo di- 
recto manifestaciones caloríficas, luminosas y vitales" — La de- 
finición de la vida, píg 42, v. C 

2 W. Ostwald La energía, píg 211, v c. 



[201] 



PEDRO FIGARI 



propios secretos más íntimos. Nada sabemos respecto 
de un enigma tan interesante como es el de la fuer- 
za recóndita que conducimos, manejamos y utiliza- 
mos, la misma que nos hace pensar y querer, así 
como hablar, y caminar, de acuerdo con nuestros 
pensamientos y voliciones, por lo común, y, a veces, 
también en desacuerdo. No sabemos por qué senti- 
mos, por qué pensamos, por qué queremos, por qué 
nos movemos, y apenas nos interrogamos sobre esto 
y miramos a nuestro alrededor, nos parece despertar 
de un sueño quimérico, lo cual revela a las claras 
que nuestra mente está por fuera del terreno efecti- 
vo de la realidad; vale decir, que nuestras cerebracio- 
nes no se ajustan a "lo que es", sino que vagan en 
dominios arbitrarios. Si hacemos un análisis de las 
ideas que nos embargan, a menudo advertimos que 
se substraen al ambiente natural, en el propio curso 
de nuestras lucubraciones ordinarias, vemos que casi 
todas están dirigidas por espejismos que arraigan en 
la tradición, los que no resisten a ningún examen 
crítico, y a tal extremo que, más de una vez, qui- 
siéramos pensar y proceder de una manera distinta 
de como pensamos y procedemos. Sea lo que fuere, 
hay, en verdad, una acerada ironía en el hecho de 
que los propios sabios más capaces no hayan podido 
explicarse el fenómeno de la vida, de la misma vida 
que los anima, con ser un asunto tan fundamental 
y de tan alto interés, y con estar tan íntimamente 
ligado al propio organismo que vive. 

Los que se han detenido a estudiar el fenómeno 
vital como una manifestación típica del mundo "or- 
gánico", o bien han ido descubriendo manifestacio- 
nes más o menos análogas en todos los dominios, 
las mismas que los desconcierta, o bien se han limi- 



[202] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



tado a constatar "la manera" en que la vida se 
desarrolla en los dominios francamente biológicos. 
Nos referimos, naturalmente, a los que han busca- 
do en campos positivos la explicación de ese fenó- 
meno, puesto que los demás sólo han podido hacer 
afirmaciones sin comprobación posible: los animis- 
tas y archeístas. Los vitalistas, como los neo-vitalistas 
filosóficos, según la denominación de Dastre, 1 tam- 
bién han fracasado en su intento, porque buscaron 
una diferencia fundamental dentro de una identidad 
fundamental, según nuestro entender, de igual ma- 
nera que habrían fracasado los que buscaran una di- 
ferencia esencial entre la luz, el calor y la electrici- 
dad, o los que buscaran su explicación fuera de la 
naturaleza; y los unicistas, nos parece que han pres- 
cindido de "la individualidad", como elemento carac- 
terístico de la manifestación vital 

Si la vida está implícitamente comprendida en la 
substancia, es la substancia misma, y lo que se busca 
por aquellas vías no puede ser otra cosa que la forma 
en que "la vida más organizada" se manifiesta, por 
más que en ese propio terreno tiene siempre que cons- 
tatarse que ella se produce "como individualidad", y 
que fuera de ella se cae, necesariamente, en una 
pura abstracción* la muerte, que es la vida dentro 
de otras modalidades de la substancia. No obstante, 
a la vida, que es el único fenómeno positivo, no sólo 
con relación a cada individualidad, sino también en 
sí mismo, se la ha considerado como un fenómeno 
que se subordina a la muerte, la que, como quiera 
que sea, es un fenómeno "negativo" con respecto a 
la individualidad solamente, por lo demás, en cuanto 



l A. Dastre: La vte et la mort, pág 29. 



[203] 



PEDRO F1GARI 



deja de ser tal individualidad; a la vida, que es la 
afirmación constante de la realidad, o sea de lo que 
es, de lo que actúa, de lo que prima, se la ha enca- 
rado como un simple fenómeno transitorio que ha 
de rendirse a la muerte, ella, sí, triunfal, invicta: lo 
cual trastorna todo concepto efectivo de la natura- 
leza, puesto que es su más perfecta antinomia; y 
como una consecuencia de este desvío, a la Parca, 
a la Muerte se la presenta todavía con su enorme 
guadaña imperando por encima de la realidad so- 
berana. Estos residuos de la leyenda ancestral, aún 
labran, como se ve, hasta a los espíritus más selec- 
tos Si hay algo claro, es precisamente la autonomía 
de la naturaleza, que no rinde ni puede rendir va- 
sallaje a nada, ni a nadie, porque fuera de ella nada 
es posible, si acaso son posibles nuestros desvarios, 
los mismos que, por lo demás, también están inspi- 
rados, en el fondo, por el culto de la realidad, que 
es nuestra propia naturaleza; y tanto es así, que a 
esto podría llamarse "el fanatismo de la naturale- 
za 1 \ aun respecto de los mismos que la suponen des- 
deñable a fuerza de temer su pérdida 

Todo es "vida" en la realidad. Todo lo que ha 
existido existe, y no puede dejar de existir, de una 
u otra manera, por cuanto no puede haber creación 
ni destrucción de substancia, ni tampoco creación 
o destrucción de energía. Estos dos elementos, por 
lo demás, inseparables, — substancia, energía — , 
son la vida, pues; vale decir, lo que ES. Enteramente 
inmutables, en cuanto a su esencia, lo único que 
puede ocurrir, es que *>e transformen dentro de su 
propia aspiración insaciable, desbordante, perpetua. 

Todo vive así, en la naturaleza, de un modo pe- 
renne; pero como la substancia, a la vez, no puede 



[204] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



dejar de revestir "forma", puesto que fuera de ella 
nos encontraríamos con un absurdo, con un contra- 
sentido, esto es, una no-existencia, una "negación" 
viviente, el fenómeno vital debe considerarse, a nues- 
tro modo de ver, como una de las formas de la subs- 
tancia-energía, o sea como una modalidad puramente 
"morfológica". La vida debe encararse, pues, como 
un fenómeno morfogenético de la substancia-ener- 
gía integral, desde que "la vida" es todo lo que existe, 
por más que se acuse de un modo particular en las 
organizaciones complejas, y por más que pueda en- 
tenderse que vida es el mantenimiento de algunas 
individualidades estructurales únicamente. 

Fuera de la individualidad, es cierto que no hay 
vida para la entidad individual; pero para la reali- 
dad plena, que* vive perpetuamente, sin interrup- 
ción alguna, solo hay una negación, una abstracción 
psicológica; y los propíos elementos que se buscan 
en el campo de la energética biológica, de la fi- 
siología, de la morfología, de la anatomía, de la 
histología, etc., no han podido dejar de tomar en 
cuenta esta entidad: el individuo, que, según nues- 
tro entender, "concreta la vida \ de igual modo que 
la forma concreta la substancia. Lo demás, fuera de 
la individualidad, es un no- valor, no es, mejor dicho 
aún, si no se prefiere decir que es la muerte, o sea 
una pura abstracción psíquica, sin objetividad al- 
guna. Toda vez que se ha querido definir ese ele- 
mento que llamamos "la vida \ se ha encontrado la 
individualidad que vtve s y fuera de esta individuali- 
dad biológica, no se encuentra más que una identi- 
dad fundamental en toda la substancia. Es de este 
modo que, cuando se indaga acerca de la vida, como 
entidad substantiva, giramos en un círculo vicioso, 



[205] 



PEDRO FIGARI 



puesto que intentamos descubrir en la substancia un 
elemento que está implícito en la substancia misma, 
y que solo ofrece diferenciaciones, como puras mo- 
dalidades morfogenéticas. Buscar un elemento par- 
ticular dentro de una realidad esencialmente idén- 
tica, que sólo se modifica ' 'formalmente", es buscar 
lo imposible, y es así que la investigación ha ido 
encontrando "formas" y "grados" de organización vi- 
tal, sin poder concretar ninguna diferencia esencial 
entre el reino mineral, el vegetal y el animal, sino 
tan sólo grados y variedades de organización, y pecu- 
liaridades propias a cada grado y variedad de las 
formas de la substancia-energía, dentro de una iden- 
tidad fundamental. 

Nosotros, por lo común, consideramos la vida 
como un elemento privativo de las organizaciones 
que se parecen a la nuestra, porque no podemos 
concebir la vida fuera de esa modalidad individual 
tan caracterizada, como es la nuestra para nosotros; 
pero antes habría que comprobar si donde no vemos 
una organización individual semejante a la nuestra, 
como ocurre con lo que llamamos substancia inorgá- 
nica, no hay también individualidad más o menos 
definida, aunque sea en una forma muy distinta a la 
de la nuestra, según va resultando, por otra parte, 
así que se profundiza la observación de la naturaleza 
"muerta", no ya en el microorganismo. 

Nosotros nos sorprendemos de que sólo u la for- 
ma" de la substancia-energía pueda operar tan di- 
versos efectos, como nos sorprendería, si no nos hu- 
biéramos acostumbrado a saberlo, que la pólvora, 
por ejemplo, pueda manifestarse bajo aspectos tan 
distintos de los que exhiben sus componentes, o 
cualquiet otro de los tantos fenómenos químicos 



[206] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



que a cada paso nos confunden. Es verdad que en 
las manifestaciones que se desarrollan en los domi- 
nios " biológicos*' hay una complejidad y una plas- 
ticidad tales, que nos cuesta considerarlos como 
comprendidos en la misma escala físico-química, don- 
de se exhiben, por lo común, fenómenos de mayor 
fijeza; pero así que se atiende a que aquellos orga- 
nismos son procesos de acumulación por asimilación, 
de evolución milenaria, muchas veces milenaria; si 
se atiende, todavía, a que ese proceso significa pro- 
gresividad de efectos, — de efectos causales, a su 
vez — } aun cuando no se haya podido encontrar la 
razón de tal variedad de manifestaciones, como no 
se ha encontrado la. causa de la afinidad de la subs- 
tancia ni la de los fenómenos de alotropía, ni otros, 
en ese mismo campo que se considera muerto, se 
verá que esto no es bastante para presuponer un 
agente extraordinario, sea o no natural, para expli- 
carlas, desde que, en la naturaleza, fos fenómenos 
vitales se manifiestan sin solución de continuidad de 
carácter radical, aun cuando se penetre en los pro- 
pios dominios reputados como distintos, esencial- 
mente, y desde que no es posible considerar lo exis- 
tente "fuera de la vida", de lo que es, por más sin- 
gular que sea la manera de vivir en cada forma de 
la substancia. Por eso es que, dondequiera que se 
observa, se advierten modalidades individuales, todas 
vitales, positivas, efectivas, de la substancia-energía. 

Se habrá visto que nosotros consideramos la indi- 
vidualidad, no del punto de vista de la indivisibili- 
dad, sino más bien del punto de vista de la domi- 
nante de su estructura, o de la forma de la organi- 
zación, o de la congruencia de la acción, y siempre 
dentro de un concepto de completa relatividad, pues- 



[207] 



PEDRO FIGARI 



to que no hay en la substancia nada indivisible, fuera 
de lo que suponemos así por una simple abstracción. 
Lo que puede notarse es tan sólo una forma de or- 
ganización más o menos definida y congruente en 
su acción, pero no una entidad enteramente indivi- 
sible, que no conocemos y que muy difícil sería en- 
contrarla, según resulta cada vez más claro de las 
investigaciones científicas. De otro modo, resultaría 
impropio llamar individualidad a un pueblo, por 
ejemplo, que es una agrupación de hombres, como 
al hombre mismo, que es una asociación celular, al 
árbol, al pez, al insecto, del punto de vista de la in- 
divisibilidad. En este sentido no hallamos tampoco 
ninguna solución típica, en ningún dominio. Desde 
la realidad integral hasta el átomo, todo revela in- 
dividualidad, a la vez que unitaria, divisible, por 
más que, mediante un mero convencionalismo, se 
pretenda considerar al átomo como absolutamente 
indivisible. 

Dentro de este concepto de la individualidad, que 
nos permite también considerarla así, aun cuando 
sea "inanimada", y aun "artificiar 1 , por cuanto en 
este caso mismo existe, y ejerce una acción en el 
conjunto integral proporcionada a su estructura y a 
su propia energía, consideramos individualidad al 
roble, a que antes nos hemos referido, lo mismo 
que a cada uno de sus trozos, y también al barco o 
al mueble que con él se han construido, como con- 
sideramos individualidad a cada una de las fibras o 
de las moléculas constitutivas, todo lo cual desem- 
peña en la realidad una acción positiva, aun cuando 
ella no sea activa, ni acuse manifiesta motilidad, 
de igual modo que consideramos individualidad a 
la pólvora, y también a sus componentes: el carbón, 



[208] 



ARTE, ESTÉTICA» IDEAL 



el azufre, el salitre, con una acción muy distinta, 
por lo demás. t Podrían dejar de notarse sus dife- 
renciaciones, con efectos tan distintos? 

Acostumbrados al concepto de vitalidad orgánica, 
con funciones fisiológicas manifiestas, nos cuesta pen- 
sar que vive una "substancia muerta", según nos 
hemos habituado a considerar la llamada substancia 
anórgana; pero ¿cómo podríamos, por otra parte, 
suponer que lo muerto existe, si no hay creación ni 
destrucción de substancia-energía? ¿Cómo podríamos 
suponer "muerta 1 ' una substancia que exhibe energía 
propia, invariablemente? Así, los elementos de que 
echamos mano para satisfacer nuestras necesidades, 
sean o no "orgánicos'*, los utilizamos precisamente 
dentro de su "propia" naturaleza, es decir, de su es- 
tructura, y cuando se construye una casa, un mueble, 
una máquina, un vehículo, no se ha hecho más que 
explotar la "vida" de esas substancias, su forma "vi- 
tal", su individualidad, de igual modo que cuando 
nos servimos de los animales para explotar su fuer- 
za, u otra cualquiera de sus peculiaridades, lo hace- 
mos tomando nota de su naturaleza vital Lo mismo 
que esclavizamos al buey, al caballo, al perro, al ave, 
para aprovecharlos según su complexión propia, uti- 
lizamos al árbol, que nos proporciona frutos, leña, 
abrigo o líneas y tonos que de alguna manera puedan 
servirnos, y a cualquier mineral que tenga propie- 
dades aprovechables; pero, ¿se dirá que lo propio 
que utilizamos no tiene vida, es decir, existencia, 
cuando es precisamente esa vida, esa existencia, den- 
tro de su estructura individual, lo que tratamos de 
aprovechar? 

Nosotros al contrario, nos esmeramos en conocer 
las peculiaridades propias de cada substancia, sea o 

[209] 



PEDRO FÍGARI 



no orgánica, para descubrir en ella los elementos in- 
trínsecos y extrínsecos que puedan convenirnos, y 
los utilizamos asi dentro de la individualidad que 
manifiesta cada una de sus variedades. Aplicamos de 
este modo la forma vital "propia" de cada elemento 
para servir nuestras necesidades y nuestros propósi- 
tos individuales; y por eso es que no se nos ocurre 
hacer hachas con agua, ni mover locomotoras con 
peñas, ni construir globos a base de tracción equina 
o bovina. Todo el proceso de la actividad humana 
se ha desarrollado en el sentido de aplicar, en favor 
del hombre, todas las modalidades 'propias" de la 
substancia, y lo mismo hacen los demás organismos 
conocidos; y, al proceder de esta manera, no se toma 
nota de la naturaleza más o menos orgánica o in- 
orgánica de la substancia, smo de lo que puede 
convenir para cada estructura, para cada modalidad 
individual, como quiera que ella fuere. 

Por distinta que sea la manifestación vital de 
"cada forma ' de la substancia-energía integral, no 
puede desconocerse que vive y que convive con 
todas las demás, así como que tiene, en consecuen- 
cia, una ava parte de acción en la realidad plena, 
correlativa a su individualidad estructural Lo mis- 
mo que sólo se manifiesta como fuerza de cohesión 
en la substancia que se supone anórgana, en su ac- 
ción de conservación de la propia arquitectura, puede 
llegar, en los ejemplares más organizados, a una in- 
finita variedad de modalidades, y hasta a las mismas 
iniciativas de cambio en las fermas usuales de adap- 
tación y de selección, y en los arbitrios de defensa; 
pero no es menos cierto que, a no ser por la acción 
de los agentes externos, que, en su empeño de man- 
tener también su complexión y de expandirse y 



[210] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



propagarse, ponen en jaque a las demás individuali- 
dades, éstas permanecerían inmutables. Empero, el 
hecho de que las modalidades vitales más complejas 
y más inteligentes desempeñen una acción más va- 
riada, más adecuada y eficaz para lograr el mismo 
propósito de mantener su estructura, no acusa una 
diferencia fundamental, sino "formal", entre éstas y 
las pasivas, inertes, puesto que todo actúa de algún 
modo en la realidad integral, y todo tiende a man- 
tener su individualidad modal; y aun en las propia^ 
individualidades típicas de 'organización', manifies- 
tamente congéneres, también se advierten diferencias 
que parecen radicales en cuanto a la manera de ac- 
tuar, entre los hombres y los pueblos, por ejemplo, 
si bien no puede negarse que, unos y otros, son de 
idéntica naturaleza, esencialmente, y que, a la vez, 
tienden a satisfacer necesidades fundamentalmente 
idénticas. Como antes lo dijimos, estas diferencias 
en la acción se explican por una diversidad de gra- 
dos de conciencia, principalmente, del mismo modo 
que debemos atribuir a una diversidad de grados de 
conciencia la astucia del zorro, por ejemplo, y la 
mansedumbre del buey, el cual va tan sumisamente 
al matadero, si bien apenas pudiera sospechar la 
suerte que le espera habría de convertirse en "toro" 
de lidia, y habría de defenderse como taL Hay, por 
lo demás, en el hombre mismo, mil desvíos en su 
acción, a pesar del mayor desarrollo de su concien- 
cia, debidos a causas múltiples de error. 

Como quiera que se mire, pues, se advierte que 
toda la substancia siempre tiende a mantener su pro- 
pia estructura con relación a los factores externos, 
los que, a su vez, hacen lo propio en favor de sí mis- 
mos. En medio de ese cúmulo integral de energías 



[211] 



PEDRO FIGARI 



aplicadas a conservar la forma de cada modalidad 
individual, de una u otra manera actúan: el átomo, 
como el astro, como la naturaleza plena, y todo, a la 
vez que como individualidad, como substancia divi- 
sible y transformable: el bacterio y la molécula; el 
parásito y el grano de arena; el insecto o la gema, 
y la flor o el fruto; el ave y la cabaña; el palmípe- 
do y los montes y cordilleras; el ovíparo y el ma- 
mífero, el sol, las estrellas, la realidad total. Nos 
encontramos, así, con que si respecto de lo que con- 
sideramos corrientemente individualidad orgánica 
unitaria, siempre se advierten modalidades a la vez 
que continuas, plásticas, variadas, complejas, y más 
o menos congruentes, ese aspecto de la substancia 
se va extendiendo, sin ninguna solución, hasta llegar 
al dominio microscópico, en el cual también se pue- 
de notar el movimiento, la energía* la vida, pues, 
que es un atributo inherente a toda la substancia, 
— atributo sin el cual nada puede "existir, ni con- 
cebirse siquiera — ; y esto nos induce a creer que la 
realidad es vida, toda ella, que de un modo perpetuo 
se transforma en un torrente de actividades que bre- 
gan a su favor, esto es, a favor de su propia indivi- 
dualidad, dentro de un caudal infinito de substan- 
cia-energía, tan inmutable en su esencia como 
mudable en su forma, la que lucha por subsistir. En 
ese palenque ilimitado en donde todo compite a la 
vez, de una u otra manera, para mantener su propia 
individualidad, por medios infinitamente variados 
y variables, en definitiva, todo es reversible para la 
realidad integral, si bien cada forma organizada ha 
desplegado un cúmulo tal de esfuerzos para conser- 
var su estructura, que si nos fuera dado abarcarlo 



[212] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



en toda su extensión, nos pasmaría con el pasmo de 
lo que no admite ya ningún grado de calificación 
superlativa; y, a pesar de todo, no podríamos decir 
con propiedad que es sobrenatural, ni milagroso, ni 
maravilloso. 

El esfuerzo que representa cada individualidad 
para organizarse, y para mantener su propia arqui- 
tectura orgánica, es verdaderamente fabuloso, fan- 
tástico. Si pensáramos un instante en todas las posi- 
bilidades de fracaso que mediaron en todo el proceso 
de esa obra multisecular, en todas la vicisitudes ad- 
versas que hubo de afrontar y vencer cada organis- 
mo para plasmarse, para conservarse, para perdurar, 
para que cada embrión llegue a fructificar en la 
plenitud de su desarrollo, de tal modo que hayan 
podido llegar hasta aquí los efectos de esta admira- 
ble obra de tenacidad de que disfrutamos nosotros, 
nos sentiríamos tentados verdaderamente a aceptar 
la intervención de agentes sobrenaturales, si esto no 
lo rechazase la lógica más elemental. Esa obra in- 
dividual que se va modelando a costa de esfuerzos 
perennes, librada, como está, a tantos peligros; esa 
individualidad que conduce cada cual como un hilo 
tenue, levísimo, por entre la maraña de una selva, 
siempre expuesto a romperse, merecería un aprecio 
mucho mayor, si hubiera conciencia de lo que re- 
presenta. Un solo eslabón que se hubiera roto en 
esa cadena vital que liga a cada ser con las fuentes 
originarias de la vida organizada, nos habría privado 
de la existencia. Se comprende así que cada organis- 
mo haga tantos esfuerzos como hace para custodiar 
esta reliquia de los siglos y los siglos, modelada 
afanosamente por nuestra ascendencia, que, como 



[213] 



PEDRO FIGARI 



quiera que sea, data de mucho antes de las Cru- 
zadas, por más que nuestra sangre no sea toda azul. 
El pez, quizá, es quien puede blasonar del más 
antiguo linaje, si no del más brillante; pero el 
hombre, organismo eí más privilegiado en el pla- 
neta, no estima suficientemente su propio bien en 
cuanto vale, y es por eso que no se practica el 
culto de la naturaleza, de la vida, que es nuestro 
caudal mayor y mejor posible. Al contrario, por 
efecto de extravíos fundamentales, se advierte, 
por un lado, que, intuitivamente, cada ser aprecia 
la vida, que es su propia estructura, de un modo 
intenso, y, por eí otro, que son muchos, los más, 
los que inte lee tualmente no rinden homenaje a 
la realidad, y a la vida como manifestación real. 
Apenas se observa, se descubre una amarga predis- 
posición a deprimir a la realidad que nos plasma y 
nos suministra cuanto tenemos; a esa entidad tan 
generosa, que ni nos permite, agradecerle sus bene- 
ficios, puesto que ni sabríamos a qué ni a quién di- 
rigirnos, concretamente, dado que se pierde en lo 
ignoto la causa eficiente de nuestra individualidad, 
que es lo más que poseemos. Debido a que donde 
todo se estudia no se nos enseña a valorar la vida, 
porque en nuestras escuelas no se dan nociones su- 
ficientes de cosmología y de biología, hasta los hom- 
bres más ilustrados mueren, a veces, sin haber roza- 
do siquiera con su pensamiento a la desbordante, 
ubérrima realidad, si no para amarla, para tributarle 
la admiración de su intelecto; y es de este modo que 
la han mirado con un gesto de despecho que denun- 
cia, de un modo irrefragable, el engaño de sus orien- 
taciones mentales, porque de otro modo sería inex- 



[214] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



cusable que esa mueca la esbozara el ser que tiene 
un puesto preeminente en la naturaleza. 

En lo que atañe a la vida, se ha llegado a todos 
lps extravíos. Hasta se ha instituido u el consuelo", 
para que los hombres se resignen a sobrellevar la 
carga de la existencia, lo cual excede a todo lo más 
que puede inventarse en el orden de lo absurdo y 
de lo descomunal; como no sea que se quiera sumi- 
nistrar consuelo a aquellos a quienes no se les per- 
mite disfrutar de los bienes naturales, y resignación 
a los que asisten al festín desde un puesto tan pri- 
vilegiado y ventajoso, que no les es dado renunciarlo 
sin protesta. Al trabajo, que es la condición de la 
propia evolutividad, y que, por lo . mismo, es un 
bien, se le ha considerado como un castigo, una 
imposición de la iracundia de los dioses. Es verdad 
que esa condición, a causa de los errores de consti- 
tución social, representa a veces un verdadero supli- 
cio para los desheredados, los que deben trabajar 
para sí y para los zánganos de la enorme colmena 
bípeda, y así, de aberración en aberración, se ha lle- 
gado hasta a poner en tela de juicio si la vida es o 
no un bien. 

Si el hombre tuviera conciencia de lo que ella es, 
en realidad, lejos de ser considerada como el simple 
cumplimiento de las funciones vitales, para unos; o 
bien como algo que no tiene importancia para el pro- 
pio ser que vive, como es, para otros, — no ya como 
una prolongada contrariedad o como un minotauro, 
según decía Buffon, que devora al organismo — , ha- 
bría de reputarse un tesoro incomparable debido a 
la tenacidad de nuestros antecesores, secundada por 
una infinidad de circunstancias felices, para nadie 



[215] 



PEDRO FIGARI 



tan felices como para nosotros; pero mientras que 
actuamos y palpamos las excelencias de la vida, en 
el propio apego que le tenemos instintivamente, 
nuestras filosofías metafísicas nos llenan de sombras 
el magín, y nuestro aturdimiento nos induce a sus- 
tentar instituciones anacrónicas, contranaturales, cu- 
yos efectos todos tenemos que lamentar. Si se desco- 
rriera de una vez el secreto del misterio vital, que 
preocupa desde la más remota antigüedad, el resul- 
tado tendría que ser, sin duda alguna, de un optimis- 
mo insuperable, no sólo porque nada, hasta ahora, 
ninguna verdad ha sido adversa al hombre, — y no 
puede serlo, por cuanto la verdad y la realidad están 
identificadas, tanto entre sí como con nosotros — , 
sino también porque es una de las verdades que más 
nos interesa descubrir, para saber a qué debe ajus- 
tarse nuestra acción, en resumidas cuentas. 

El propio misterio de la muerte, el supremo par- 
padeo de la individualidad que tanto ha acongojado 
al hombre, tiende a disiparse así que se va com- 
prendiendo que ella debe ser más leve aún que el 
sueño, como es el "no ser*' de la individualidad, den- 
tro del "ser" perpetuo de la naturaleza que la ha 
sustentado. La muerte es, pues, un fenómeno mor- 
fológico "individual", porque para la realidad plena 
no hay muerte, como no hay pasado. Todo está allí 
presente, perdurablemente, de una u otra manera, 
por más que cada ser sienta en vida las nostalgias 
de la vida, en su instintivo afán de vivir y perdu- 
rar, como tal; afán que, en medio de las propias 
aberraciones filosóficas y religiosas, se denuncia siem- 
pre, y, a veces, con caracteres psicopáticos, sádicos, 
se diría. El día que el hombre pueda formar con- 



[216] 



ARTE, ESTÉTICA, IDEAL 



ciencia acerca de la vida superior que le ha tocado 
vivir, como ser evolutivo, que va mejorando cons- 
tantemente su suerte por el conocimiento y por la 
acción que se ajusta al conocimiento; por el trabajo, 
que, lejos de ser una adversidad, es una ventura 
que emerge de la ventaja de su propia evolutividad, 
después de haber realizado su esfuerzo fundamental 
en pro de sí mismo y de su descendencia, se rendirá 
plácidamente a la idea de su disolución personal, 
con la misma naturalidad con que las hormigas se 
arrancan las alas después de haber fecundado. 



FIN 



[217] 



NÓMINA de las obras que se citan en forma concreta, con 
indicación de las ediciones de que nos hemos servido, en 
el orden en que aparecen las citas 

E, HABCKEL Entgmas del Universo, Ed R Sempere & C. a 
Valencia, Trad Cristóbal Litrán. 

H Spencer, Prtnctpes de psychologte, Ed F Alean» París; 
Trad. Th Ribot et A Espinas 

E HABCKEL El monismo, Ed, F Granada vC a , Trad. Enri- 
que Díaz-Regt. 

F Le Dantec. Science et conscíence, Ed. E, Flammarion; 
París, 1908. 

F Le Dantec Les tnfluences ancestrales, Ed. E Flammarion; 
París, 1909. 

Gu*AU Problemas de estética contemporánea, Ed. F. Fe y 

Sáenz de Jubera, Madrid, 1902. 
V Hugo W Shakespeare, Ed J. Rouff et O, París. 
N Jolv Vhomme avant les méiaux, Ed F. Alean, París, 

1885, 4 e éd. 

MAX-MuLLER Origen y desarrollo de la religión, Ed. La Es- 
paña Moderna, Madrid 
PASCAL PenséeS, Ed E Flammarion, París 
BOSSUET' Oraisons fúnebres, Ed. E. Flammarion, París 
E. METCHNIKOFF ktudes sur la na ture húmame, Ed Masson 

& Ce París, 1904, 2.* ed. 
C Darwin Origen de las especies, Ed. F. Sempere y C», 

Valencia, Trad A López Whíte 
Th Ribot : ha psychologte des senúments, Ed F. Alean; París, 
1903, 4. e éd. 

E Renán Études d'histotre rehgieuse, Ed E Calmann Levy, 
París, 8« éd. 

E RENAN Vida de Jesús, Ed. Maucci; Barcelona, 1910, 5 a ed 
C V ALERA. La Santa Biblia (antigua versión), Depósito Cen- 
tré de la Sociedad Bíblica B Y E, Madrid, 1908 
D F ( STRAUSS Nueva vida de Jesús, Ed. F Sempere y C*, 
Valencia, Trad José Ferrándiz 



[218] 



Remy de GourmonT La culture des idees, Ed. Mercure de 
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VOLÚMENES PUBLICADOS 



1. — Carlos María Ramírez: ARTIGAS, 

2. — Carlos Vaz Fer reirá: Fermentaría 

3 — Carlos Reyles. El Terruño y Primitivo. 

4. — Eduardo Acevedo Día2* ISMAEL 

5. — Carlos Vaz Ferreira' Sobre los problemas sociales, 

6. — Carlos Vaz Ferreira Sobre la propiedad DB LA 

TIERRA 

7. — José María Reyes: DESCRIPCIÓN geográfica DEL 

TERRITORIO DB LA REPÚBLICA O. DEL URUGUAY» 
(Tomo I). 

8 — José María Reyes. Descripción geográfica del 

TERRITORIO DB LA REPÚBLICA O. DEL URUGUAY. 

(Tomo II;. 

9 — Francisco Bauzá: Estudios literarios. 

10. — Sansón Carrasco. ARTÍCULOS. 

11. — Francisco Bauza Estudios constitucionales. 

12 — José P. Massera: Estudios filosóficos. 

13 — El Viejo Pancho Paja brava. 

14. — José Pedro Bellan- DoÑARRAMONA. 

15. — Eduardo Acevedo Díaz. SOLEDAD y El COMBATB DB 

LA TAPERA, 

16. — Alvaro Armando Vasseur. Todos los cantos. 

17. — Manuel Bernárdez NARRACIONES. 

18. — Juan Zorrilla de San Martín: Tabaré, 

19. — Javier de Viana: GAUCHA. 

20. — María Eugenia Vaz Ferreira: LA ISLA DB LOS 

CÁNTICOS.